Entrevista: Alejandro Colunga
“Soy un animal sin correa”

Fotos: Giorgio Viera


Para el Museo de las Artes y el Cabañas, la exposición que abre el 4 de septiembre será un homenaje a sus 40 años de trayectoria; para él, es pagar una deuda “con toda una generación, tal vez dos”.

 

PUBLICO 28-Julio-08

La escena se repite cientos de veces al día: un niño, un turista o un peatón cualquiera caminan por la explanada del Cabañas. Ya sea por el calor, o mera curiosidad, se sientan en una de las sillas que hay al centro de la plaza. No son sillas comunes: asemejan, más bien, tronos adornados con seres sacados de un sueño. O de una pesadilla. A ninguno de los usuarios le preocupa quién es el autor de las piezas o si tienen un título. Llegan, juegan, se toman una foto o descansan, según sea el caso, y luego se van. Pero las piezas sí tienen título: juntas son La sala de los magos. Y también tienen autor. Se llama Alejandro Colunga y nació en Guadalajara, en 1948. ¿Y quién es? Alejandro Colunga es un animal. Es, también, un niño. Es un viajero. Un curioso. Un mago. Es, además, un artista plástico. Un creador con una trayectoria que suma ya cuatro decenios. Pintor, escultor, dibujante, grabador, instalador. Ése es Colunga.

La última vez que el artista tapatío regresó a su terruño para exponer en forma fue en 2004. La sede fue GaleríAzul. En ese entonces sentenció: “Ya no tiene caso exponer en Guadalajara. Ya no voy a meter mi obra en una galería ni en un museo”. El tiempo ha pasado. La GaleríAzul, que fue dirigida por Felipe Covarrubias, cerró sus puertas. Pero Colunga está de regreso: trabajando a marchas forzadas, echando mano de todas las horas disponibles del día y con la ayuda de sus colaboradores prepara la que, dice, será su última exposición en forma: Maravillas y pesadillas de Alejandro Colunga. 1968-2008, muestra que desbordará el Museo de las Artes de la UdeG y que llegará, incluso, hasta el Instituto Cultural Cabañas. Colunga está de regreso.

¿Qué representa esta exposición para festejar sus 40 años de trayectoria?

En realidad no representa nada. Es simplemente... debo una disculpa, y le debo a toda una generación, tal vez dos, por la falta de presencia durante tantos años. Es una especie de justificación, de decir: “Aquí está el que hizo los monos del Cabañas”. Es para ampliar un poquito este compromiso que tengo con la generación. Esa es toda la tirada. Y poner a trabajar a la gente. Nada más.

En aquella exposición de GaleríAzul dijo que no expondría más en Guadalajara, ¿por qué cambió de opinión?

Me hicieron ver ese compromiso que menciono, esa deuda. Abrí los ojos y el corazón. En realidad no había vuelto a exponer: y no sólo en Guadalajara, en cualquier lugar. Tengo mucho trabajo. Hacer mis proyectos urbanos me interesa mucho más. Compartir el trabajo más abiertamente, en las calles, con gente a la que no le interesa ni sabe nada de arte. Los niños. El Cabañas es un ejemplo. Ahí se acerca todo tipo de público. Estaba muy ocupado con ese trabajo cuando me sacaron de mi rutina para hacer esta exposición.

Dejó la ciudad muy temprano en su carrera. ¿Lo marcó la partida?

Me corrieron a patadas, con coscorrones y pamba. Pero yo me fui riendo. No me fui dolido ni resentido. Si así hubiera sido no estaría preparando esta exposición. Nunca. Me hicieron abrir los ojos de que tenía que confrontarme fuera de Guadalajara. Ésta es una de las plazas más difíciles porque nos creemos el ombligo del mundo. Realmente la ciudad no estaba lista para mí ni yo para ella. Fue un desencuentro muy afortunado, porque nunca perdí la fe en mi trabajo. Guadalajara fue como un gimnasio: las patadas, los coscorrones y la pamba me fortalecieron, no me hirieron ni me lastimaron. Así que cuando llegué a otros países todo fue muy fácil.

¿Es importante regresar cada tanto?

No tanto. Lo importante es sentir la libertad de moverse. La libertad de exhibir o no. Soy un ser sin compromisos. Soy un animal sin correa: no domesticado. Siempre me ha gustado viajar: soy un pata de perro incorregible y trabajo conmigo mismo, así que puedo hacerlo en cualquier parte. Estoy aquí en Guadalajara porque me fascina. Me gusta la generación joven, con ese ímpetu que marca el renacer de la ciudad. Estoy con esta exposición por ellos. Además me encantan las lluvias. A Guadalajara no la cambio por ninguna ciudad del mundo en esta temporada.

Aun con las inundaciones...

Con todo y su desmadre: Guadalajara es preciosa por todas las fallas que tiene, los errores. A pesar de los políticos. Yo no amaría Guadalajara si no fuera por esas cosas. Pero no estoy ajeno a lo que pasa. Trato de poner mi granito de arena, cuidando que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha .

¿Cómo llegó a las artes plásticas?

Nací para esto. Y no me tomó mucho tiempo darme cuenta. A los cuatro o cinco años ya sabía mi destino. Mi hermano mayor, Miguel, pintaba. Y en cuanto me puso los pinceles en la mano y los colores de aceite, el olor de la linaza y el aguarrás... fue como una tortuguita que sale del huevo directo al mar: puro instinto. Fue algo muy fuerte. Me metí y a nadar. Y aquí ando todavía: soy una tortuga de cien años.

Muchos señalan que en su obra se nota que se divierte. ¿Son correctas las apreciaciones?

Muchísimo. Es como un parque de diversiones eterno, y no por eso dejo de tomarlo en serio. Además lo hago con mucho amor, con mucho cariño. Soy un niño que nunca se cansa. Aparte de animal, soy un niño medio salvaje, que anda dando lata todavía. Esto es una diversión. Yo creo que me voy a morir divertidísimo. El día que me llegue la hora van a cerrar el baúl y estaré con una sonrisota, creo que hasta carcajeándome. El niño vive.

¿Qué significa la interacción del público con su obra?

Eso no lo pagan ni millones de dólares. Es un privilegio único, porque las piezas están cumpliendo la función para las que fueron hechas. A la gente que circula por el centro, los niños, ¿qué les importa quién las hizo? A los turistas les importa un bledo quién es el tal Colunga. Eso es lo más hermoso. A veces voy al Cabañas, me pongo a observar y no tiene precio ver a los niños que juegan, al turista que se toma la foto, las sexoservidoras que llegan con sus hijos. Eso, repito, no tiene precio. En una ocasión llegó una señora con un mocoso como de cinco años que se hizo pipí en una pieza. ¡Es maravilloso! Para eso son. Nadie les dice que no toquen, que no se acerquen. No es un símbolo de ego o soberbia. Ni madre, aquí no hay de eso. Están hechos para sus verdaderos dueños: la gente.

¿Falta acercar más el arte a la gente para romper con la apatía?

Eso pasa especialmente con Guadalajara y su gente. Aquí siempre son reacios a reconocer el talento. Jalisco es la cantera más rica de artistas plásticos, músicos, escritores, pero Guadalajara es difícil, reacia, cerrada. Laura Ayala [del Museo de las Artes de la UdeG] me decía: “Tu obra es chocante, difícil de aceptar”. Siempre dicen que me meto con la religión. No hay tal. Lo que hace mi obra es pegarle una bofetada a su ignorancia. Mi raíz tapatía es religiosa, aunque yo no sea religioso. Pero sí me ha enriquecido, porque de niño me llevaban a todas las iglesias de Guadalajara y lo único que veía era Cristos ensangrentados, todos madreados, jodidos. La gente está acostumbrada a verlos en las iglesias, pero cuando los ven transmutados en obra plástica se asustan y casi me quieren matar. Es pura ignorancia, nada más. La religión me dejó marcado, pero en sentido positivo. No puedo negar mi raíz. Es imposible.

¿Qué otra cosa lo ha marcado?

Los viajes. Estuve cuatro años en Brasil, viajo a la India constantemente. Las estancias en Nueva York, París, Londres. Todo eso me ha marcado. Sobre todo la India. Al estar allá, aparte de las imágenes tan fuertes, los contrastes sociales, te topas con el país más espiritual del mundo. Vivir en Brasil, el país más sensual del mundo, y de pronto viajar a la India, el más espiritual... fue pasar del erotismo, la sensualidad y el cachondeo a la espiritualidad. Es un brinco del que no cualquiera sobrevive. Eso me ha marcado.

¿Qué le ha llevado a experimentar con tantos soportes en sus piezas?

La curiosidad. Pero no la que mató al gato, sino la que me hace sentir vivo y jugar en serio. Soy muy curioso. Y nada más. Me encantan los retos. No puedo vivir sin ellos.

¿Cuál es el reto ahora?

Salir vivo de esta exposición, porque es una verdadera chinga. Es un juego muy divertido, pero físicamente hablando es una soberana chinga. Vale la pena. La exposición es una obligación, pero sigo trabajando, sigo adelante. Esta exposición es la última que hago en forma. Ya no me interesa el exhibicionismo, el famismo y toda esa bola de pendejadas. Nunca he creído en ello. Creo en lo que estoy haciendo.

¿El título de Maravillas y pesadillas refleja lo que se verá en la muestra?

Refleja las maravillas de seguir vivo después de sacar esto, y también cómo soy una pesadilla: porque cacheteo conciencias, sin intención ni protocolo. Con nadie tengo que quedar bien ni mal. Es seguir mi trabajo nada más. No pasa nada. Ahí está mi trabajo, no la hagan tanto de pedo. El que lo quiera, que lo tome; el que no, que lo deje.

De todos los soportes con que ha experimentado, ¿en cuál se siente más cómodo?

En todos. En lo que me resta de vida no voy a hacer ni la milésima parte de lo que quisiera experimentar. Soy un barril sin fondo. El juguete que me acerquen lo voy a armar y desarmar. Quiero experimentar bronce, madera, grabado, las técnicas de pintura, la instalación, sólo me falta hacer cine. Me encantaría ser fotógrafo y payaso de circo. Dicen que el que mucho abarca poco aprieta: no es mi caso. Vivo en un cuarto lleno de juguetes y nunca me los voy a acabar: me voy a morir sin conocerlos todos.

¿Y en cuanto a los formatos?

El formato no importa. Podría hacer una escultura tres veces más grande que las de Sebastián. Que me pongan donde hay dinero. Nadie se avienta Y yo no lo voy a hacer, no me ajusta la lana. Hay corazón para lo pequeño y lo grande. No hago piezas más grandes porque no caben en el museo. Una vez me ofrecieron la biblioteca de la UdeG [la Iberoamericana Octavio Paz]. Me invitaron a pintar los muros de la capilla y el techo. Hice un proyecto de avanzada, no apto para Guadalajara. Y se asustaron. Fernando del Paso me lo propuso y, cuando vio el proyecto, dijo que era una cochinada. No lo entendieron. Si me echan una capilla la pinto. Que me den trabajo: de eso pido mi limosna. Si me dan un triciclo gigantesco lo voy a pedalear.

Una presencia recurrente en sus piezas son los magos, ¿por qué?

Es algo que viví de niño. Entonces no había muchas teles en Guadalajara, no había tantas películas para niños. Los curas se me aparecían como magos, con sus vestimentas, el incienso y el ritual. Luego me llevaban al circo y aparecían los magos, que me marcaron profundamente. Todo lo que veía que parecía un mago me lo pegaba en el corazón. Soñaba con ser mago porque aparecían cosas de la nada. Lo apliqué en mi trabajo y es el mismo truco. El mago es una figura recurrente en mis sueños y pesadillas. Los sigo admirando, les sigo rindiendo tributo porque marcaron mi infancia y fue maravilloso. Crecí en medio de magos. Para mí, religión y circo prácticamente eran lo mismo, no había diferencia. Iba al circo y para mí era un templo, la iglesia era un circo. La piedra era lona y viceversa. Así crecí y es lo que sigo haciendo ahora. Y lo haré hasta que me vaya

 

• Escultura diseñada por Colunga, actualmente en su taller de Guadalajara

 

 

 

- sobre su obra
Influencia, importancia y visión
(Rebeca Pérez Vega)



Colunga es el artista vivo más importante de Guadalajara y difícilmente hay alguien a ese nivel. Es un artista fantástico, de gran calidad. Creo que Colunga ha hecho escuela: han surgido muchos Colunguitas que se quedan cortos, pero me parece razonable porque ninguno está libre de influencias. En lo personal, plásticamente me gusta mucho y aunque no ha sido una influencia plástica para mí, sí lo ha sido en su postura, porque siempre ha dicho lo que piensa.

• Abel Galván
Pintor





Colunga vino a refrescar la escena tapatía con una obra muy innovadora, irreverente, con un gran colorido y un gran dibujo. Aunque primero fue reconocido en Monterrey, Alejandro nunca ha perdido contacto con Guadalajara, su terruño y decidió hacer carrera desde aquí. Me parece que Colunga sí ha sido influencia para generaciones de artistas más jóvenes, pero no es fácil de imitar. Es un artista que ha innovado en todos sentidos, que ha hecho una escuela y que tiene sus seguidores.

• Paco Barreda
Director de Artes Visuales de Jalisco





Colunga es un pintor que ya tiene su lugar en la escena de la pintura tapatía reciente, con un lenguaje definido, estructurado y una visión reconocible. Me gusta su figuración en la escultura urbana, porque lo hace ser un artista cercano a la gente. Es importante que se le haga esta retrospectiva en el Cabañas y el Museo de las Artes, pero también hay que reconocer que seguimos teniendo artistas importantes como Colunga, que es preciso homenajear en otros ámbitos, a nivel nacional.

Baudelio Lara
Crítico de arte



- A viva Voz

“Hacer mis proyectos urbanos me interesa mucho más [que exponer]. Compartir el trabajo más abiertamente, en las calles, con gente a la que no le interesa ni sabe nada de arte. Los niños”

“Guadalajara fue como un gimnasio: las patadas, los coscorrones y la pamba me fortalecieron, no me hirieron ni me lastimaron. Así que cuando llegué a otros países todo fue muy fácil”

“Esta exposición es la última que hago en forma. Ya no me interesa el exhibicionismo, el famismo y toda esa bola de pendejadas. Nunca he creído en ello. Creo en lo que estoy haciendo”

 

 

 

 Guadalajara,
Edgar Velasco