"¡México Mágico Ra Ra Ra! (El "Efecto Colunga")"
La Cultura en
México, 9 de julio de 1980
Por: Olivier
Debroise
Había un
"enigma Colunga". Desde hace meses se murmuraba en los cenáculos:
"existe Colunga, Colunga es archiconocido en Estados Unidos, en Latinoamérica,
aquí nadie, lo pela, la crítica ya lo reconoció, va a renovar la plástica
mexicana paralizada que se conforma con alabar a sus viejos maestros, formas
nuevas al fin" Pero nadie conocía la obra que se mantuvo cuidadosamente
alejada de una publicidad prematura. La presencia de cuarenta obras de
Alejandro Colunga en el Museo de Arte Moderno pone un término a las conjeturas
-si no a la especulación que se hace de sus cuadros.
Alejandro
Colunga sintetiza hábilmente los caracteres más sobresalientes de la
subcorriente primitiva de la llamada Escuela mexicana. Reminiscencias del
misticismo popular de Chucho Reyes (Primera comunión de monje loco, El santo
niño de Atocha, etc), algo del mundo "sórdido" de José Luis Cuevas,
un barroquismo "latino" exacerbado al estilo Gironella, guiños de ojo
a la juguetería popular jaliscience, obsesiones sexuales a la manera de Toledo
(particularmente evidentes en El niño del triciclo, cuyos falos remiten
directamente a ciertos peces de Toledo) conforman un universo plástico que se
inscribe definitivamente en la tradición del "surrealismo cotidiano"
del México mágico más convencional y choteado. Colunga pretende suplir las
carencias formales mediante un delirio imaginativo que edulcora los rasgos
característicos de sus antecesores. El sentido "artesanal" de toda la
obra de Jesús Reyes Ferreyra, el culto que José Luis Cuevas profesa por la
obscenidad y lo grotesco, la irreprimible sexualidad de Toledo, responden en su
momento a ciertas necesidades liberadoras, abren caminos distintos. Estas
influencias son tal vez meras coíncidencias, Colunga no renueva formal o
temáticamente una escuela plástica; a lo más, permite que cierta vulgaridad
populachera, cierto erotismo aparentemente desprejuiciado, cierta cursilería
ingenua, formen parte masivamente del gusto burgués. Después de recuperar a
creadores más originales, el Museo -utilizando su tradicional respetabilidad-
impone sus propios modelos, instala a Colunga entre Miró, Alechinsky, Cuevas o
Toledo, entre los frescos florentinos o las más sofisticadas muestras de arte
conceptual. El "Efecto Colunga" tergiversa lo popular y lo transforma
en canon estético "culto" para regresarlo, mediatizado, a sus
orígenes.
Hay un
parentesco evidente, temático y formal, entre Alejandro Colunga y la pionera
del primitivismo mexicano, María Izquierdo. Ahí están los mismos circos, su
ambiente oropelesco, las serpentinas y el confeti, la pista claustrofóbica
iluminada por débiles proyectores que borran los fondos, anulan las
dimensiones. Aislados por una franja de luz, patéticos personajes, desfigurados
payasos, animales antropomórficos observan irónicamente a los parroquiano
espectadores. Como María Izquierdo, Colunga reduce sus cuadros a un primer
plano sin perspectiva, cierra artificialmente el espacio, acumula objeto,’
biombos o cortinas que enmarcan a las figuras y las proyectan.
En la serie
de los Magos, mis elaborada formalmente, Alejandro Colunga reivindica la figura
de ese personaje fantástico, mutante según la hora. según la función. Metáfora
ambigua del pintor en la encrucijada, el Mago con abrigo de peces ostenta una
máscara indígena y observa el lento desfile de los barquitos de papel en un
océano-charco. Sentado como una figura oriental, de proporciones triangulares
como la Virgen de los Remedios, el Mago es exaltado como imagen mágica, votiva.
Los pintores
"naïfs" buscan la verosimilitud, interpretan a su modo y aplican al
pie de la letra las reglas convencionales de representación del espacio. Para
ocultar los desajustes, acumulan detalles, recurren a trucos. El aduanero
Rousseau, María Izquierdo o Juan O’Gorman asumen sus propias limitaciones
Volviéndolas un estilo. Los "primitivos", por el contrario, elaboran
formas personales, crean un espacio subjetivo, construyen sus cuadros sin hacer
referencia a ningún antecedente. Gauguin, Chucho Reyes, Toledo, manifiestan con
ello una voluntad de liberarse de los estereotipos así como de cualquier género
de academicismo.
Alejandro
Colunga se encuentra curiosamente entre las dos tendencias. Recurre de manera
voluntaria a los trucos estilísticos del arte naïf: personajes deformados,
planos yuxtapuestos verticalmente que anulan la perspectiva, pelotas, barquitos
de papel, banderas tricolores al estilo Rousseau, etc. Con esos elementos
elabora un mundo plástico propio, manifiesta su desacuerdo ante las tendencias
pictóricas actuales. La voluntad de "pintar mal" se transforma
entonces en un estilo conscientemente buscado. La noción de inocencia, el
infantilismo declarado con los que Colunga pretende justificar cierta
perversidad no tienen el efecto que logra Toledo. Lo que en este último aparece
como natural, original -además de formalmente perfecto-, en Colunga ya no es
sino un recurso acartonado, un lugar común que cae en "lo bonito". Sin
querer, Colunga afirma la posición de Toledo como creador de un género. Los
conejos blancos y sexualizados se convierten en un nuevo mito industrial:
versión latina, folklórica y porno de Bugs Bunny. No todas las obsesiones, los
sueños son fascinantes.
Ahora bien,
lo más interesante de la pintura de Alejandro Colunga se desprende justamente
de la apropiación de ciertos elementos del Pop norteamericano que existen y se
divulgan en México: leyendas y mitos religiosos budistas filtrados y revisados
por la cultura rockera sesentiochesca (Un camión de carnaval, Mama magia en el
India); animales antropomórficos a lo Walt Disney en lugar de sus primos
indígenas de las leyendas mexicanas (El gato Félix, La mamá del Pato Donald y
casi todos los animales humanoides que viajan en el Vuelo 747 Houston-New York,
en El coche rojo o en El camión de Carnaval). Discreto observador de
desplazamientos culturales ahora innegables. Alejandro Colunga abre el camino
al reconocimiento oficial de una culturización masiva. Instala a Krishna, al
pato Donald y a las brujas de Halloween, disfrazadas de macumberas cariocas, al
lado de la Coatlicue, del Cura Hidalgo y de los santos patronos de pueblo. Hecho que, por supuesto, no justifica nada
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