La literatura
oral nahua: chiles y zazaniles » Por Miguel Figueroa Que el chile es parte consustancial de
la identidad mexicana es algo indiscutible que nadie pone en duda. Es fácil
constatar el arraigo de esta hortaliza en la vida cotidiana de cualquier
comunidad mexicana. Como condimento o plato principal no ha dejado de ser, en
cualquiera de sus formas de preparación, un eficaz estimulante gástrico capaz
de engañar al estómago en las épocas de penuria. Por otro lado, su consumo ha
servido de eficaz rito de paso para que muchos niños se sintieran, degustativamente hablando, partícipes de una identidad
nacional que para muchos extranjeros quedaba bastante clara al primer
mordisco. La gran variedad de chiles,
distinguibles por sus formas, colores y picores, son en sí también un reflejo
de la geografía del país. Chiles jalapeños, poblanos, habaneros, serranos,
etc., todos ellos conforman, de un modo casi ornamental, una bandera
multicolor y sabrosa de los Estados Unidos Mexicanos. Su sabor y picor ha
contribuido, junto con el de otros alimentos como el maíz, el frijol y el tomate, a conformar el gusto inconfundible de
la cocina mexicana. Sin embargo, su presencia no se limita sólo a la mesa, a
las taquerías y al tianguis. Su presencia inmemorial, ligada al
mismo desarrollo agrícola de las culturas mesoamericanas, no sólo se
manifiesta en sus restos arqueológicos e históricos. Más allá de su presencia
en códices prehispánicos y textos coloniales, el chile ha formado parte de
ese universo simbólico y verbal que es el lenguaje. Como palabra que es, el
“chile” no deja de ser la castellanización de la palabra náhuatl chilli. Este mexicanismo incorporado a la lengua
castellana hablada en América, acabó por imponerse frente a otras palabras
más familiares al oído castellano. Términos como ají, pimienta indiana o de
las Indias, pimiento o guindilla -en su intento por comprenderlo dentro de
categorías familiares-, no dejan de poner de manifiesto el exotismo de tal
producto a ojos y gusto de los españoles. Para los europeos el sabor picante o
picoso, incorporado a la cocina europea a través de la pimienta asiática, era
un sabor extraño que se describió como agudo y mordaz, en un intento por
ampliar la aristotélica clasificación de los ocho sabores (agudo, amargo,
salado, dulce, desábrido, ágrio,
austero y acerbo, a los que además se puede añadir los de ácedo,
ácido, salitroso e insípido como variantes y sinónimos). Ejemplo de esta
falta de una categoría que denominara tal sabor, es la ausencia de un
equivalente directo en los vocabularios de la segunda mitad del siglo XVI. Fray Alonso de Molina en su Vocabulario en lengua
castellana y mexicana y mexicana y castellana (1571), registra el vocablo
náhuatl cococ, con el que se nombraba al sabor
picante, como «cosa que quema y abrasa la boca, assi
como el axi o pimienta, etc.». Esta percepción
agresiva del sabor del chile no pudo, más adelante, encontrar mejor
descripción que la del picor que generaba, entrando en la categoría de los
“picantes”. Aparte del propio léxico, la presencia
del chile en la oralidad nahua se ve reflejada en
sus propias formas de expresión. En los ejemplos de adivinanzas nahuas que
vamos a mostrar, la mención del chile implica la fuerte integración como
elemento cotidiano y familiar, que fácilmente puede ser objeto de un acertijo
más o menos encriptado. Las adivinanzas nahuas o zazaniles (de la palabra náhuatl zazanilli),
son una forma de expresión y diversión sencilla, aunque bastante formalizada.
Básicamente son una interrogación que plantea un enigma del que se
proporcionan algunas claves en forma de imágenes conceptuales, metafóricas y
metonímicas. Son juegos de palabras y sonidos que mediante su sentido
connotativo se pretende desvelar lo que se quiere denotar. En el Libro VI,
«de Rethorica y philosophia
moral», del Códice Florentino (1578-9), fray
Bernardino de Sahagún recoge en el capítulo 42 una
muestra de varias de estas adivinanzas. Este capítulo, que tiene por título
explicativo: «de algunos çaçaniles de los muchos
que usan esta gente mexicano que son como los que cosa y cosa de nuestra
lengua», manifiesta de por sí el esfuerzo de comprensión que Fr. Bernardino
de Sahagún va a conceder a esta forma de expresión,
en el hecho de preocuparse por encontrar un equivalente castellano lo más
parecido posible. Esta preocupción se refleja no
sólo en este enunciado sino también en la traducción de los mismos, que en
algunos casos prescinde de la literalidad a favor del sentido agonístico y
lúdico de la adivinanza. Así, él no ve ningún impedimento en tratarlos como
los populares quisicosa italianos y su versión castellana ¿qué es cosa y
cosa? o ¿qué cosa y cosa? Éstos qué cosa y cosa eran acertijos
que consistían en dar en forma indirecta, a veces en verso, algunos datos de
la cosa que hay que adivinar (Gómez 1989: 37). En cierto modo, tal
planteamiento poético y fórmula introductoria parecía contenerse en la
construcción de los zazaniles y así lo aprecia Sahagún. Los zazaniles de esta
época comienzan todos con la fórmula introductoria «za
zan tlein on...», que literalmente viene a significar “¿no más sólo
qué es eso...?”, para a continuación describir brevemente el objeto de la
adivinanza. De esta manera, en este capítulo nos
encontramos con el siguiente zazanil (Sahagún 1979: 199r): Çaçan tleino chimalli
iitic tentica. Sahagún lo traduce como «Que cosa y
cosa, que esta lleno de rodelas», y que en su forma náhuatl literalmente
pregunta: “¿No más [dime] sólo qué es lo que está lleno por dentro de
escudos?». Obviamente, en el zazanil
en náhuatl el cuestionador se está valiendo de
ciertas peculiaridades lingüísticas, como son la ausencia de formas plurales
para los sustantivos inanimados como chimalli
(escudo) y la aparente personificación del objeto con el empleo de la forma
locativa iitic, “dentro de su vientre”, empleado
con los sustantivos animados, para confundir al interrogado. Dado que esto
debía de ser lícito, el interrogado debía de estar también sobreaviso de tal treta y con un poco que lograra encajar
la imagen figurada con alguna otra imagen cotidiana de un objeto concreto
daría con la solución del zazanil. Esta
solución, que se la ofrece su propio informante nahua a Sahagún,
no es otra más que «Ca chilli.»,
“chile”; dando la siguiente explicación: «auh ie in iachio chimalli», y que Sahagún nos
traduce como «es el chile que esta lleno de semilla de hechura de rodelitas»
(Sahagún) y que literalmente dice: “y he aquí que
los escudos son sus propias pepitas”. Cualquiera que hubiera visto un chile
partido por la mitad podría haber visualizado tal solución. Este zazanil
del siglo XVI, que nos demuestra que el chile podía ser parte de los juegos
verbales de jóvenes y mayores, también nos manifiesta la vitalidad creativa
de las comunidades nahuas durante la época colonial tras la conquista
española. Esta vitalidad, a nivel popular, no se limita sólo a este momento
sino también a nuestro presente. Entre los nahuas actuales la repetición
y elaboración de zazaniles aún se mantiene. En
algunos casos se puede afirmar que muchos zazaniles
que aún se escuchan son fruto de una pervivencia mantenida por su transmisión
oral entre generaciones y en otros casos por una recuperación literaria, a la
que la obra de Sahagún no es ajena, que posibilita
su reincorporación a la oralidad tradicional. Así
son apreciables los esfuerzos por recopilar y difundir estas pequeñas
muestras de creatividad y misterio, que son los zazaniles,
en algunas comunidades del Alto Balsas, en el estado de Guerrero (Ramírez et.
alt.1992; Flores 1995). En estos libros conviven
tanto los antiguos zazaniles como otros nuevos, que
intentan romper la ausencia de incertidumbre de las adivinanzas ya
consabidas. Por supuesto, de tal esfuerzo recreativo no va a escapar nuestro
chile. Así, de los zazaniles
que se recogen en el libro Adivinanzas nahuas de hoy y siempre: see tosaasaanil, see tosaasaanil, y que traduce
José Antonio Flores Farfán e ilustra Cleofas Ramírez Celestino, se escogido el siguiente
(Flores 1995: 8): Se tosasanil, se tosasanil. Se totlakatsin,tlakati istak,nemi xoxowki,walmiki
chichiltik1. Es evidente que los siglos no han
pasado en balde y que eso se ha de notar en el propio género. El anuncio más
o menos florido de «za zan
tlein on», ha dado paso
en el habla moderna y guerrerense a una fórmula incoativa «se tosasanil, se tosasanil» (“un zazanil, un zazanil
(nuestro)”), que de modo explícito ya advierte de en qué tipo de código se va
a expresar a continuación. De igual manera, las imágenes más o menos
complejas parecen dar paso a unas secuencias descriptivas y recursos
crípticos compartidos con las adivinanzas castellanas. No obstante, no
implica esto una simple imitación, sino una ampliación de su complejidad y
expresión polisémica de sus metáforas visuales y
verbales. El zazanil
literalmente viene a decir: “Una personita, (que) nace blanca, vive verde, y
viene a morir roja”. Traducido así al castellano, no tiene más dificultad que
resolver la realidad de la propia metáfora. Sin embargo, en nahuatl, este zazanil no deja
de comportarse como la conocida adivinanza de “blanca por dentro, verde por
fuera, si quieres que te lo diga, es-pera”. Valiéndose del despiste que
supone su personificación como una “personita” (de lo cual el uso del sufijo
reverencial, diminutivo y afectuoso –tsin, es el
dato más significativo en cuanto que nos indica las dimensiones del objeto) y
la realización de ciertas acciones verbales biográficas, la clave última
reside en los sustantivos con que se designan los colores por los que
atraviesa el ciclo vital de este objeto. De éstos, nos quedamos con el
último, chichiltik. Esta palabra sirve para designar
cualquier cosa roja, sin embargo, la palabra chichiltik
como tal, es un sustantivo derivado de una forma comparativa. En náhuatl es
posible componer una forma sustantiva adjetiva a partir de la incorporación a
una raíz nominal del sufijo –tik, de modo que la
palabra resultante designa un objeto que comparte una determinada cualidad
con el sustantivo del que se deriva. Así, por ejemplo, de la palabra tetl, piedra, se forma la palabra tetic
(pétreo, como la piedra), de la palabra aztatl,
garza de plumas blanquísimas, se compone la palabra aztatic
(muy blanco, blanquísimo, blanco como la blancura de las plumas de esta
garza). En tal sentido, la etimología de chichiltik no puede ser más explícita: “algo que es como
los chiles de rojo”. De este modo, walmiki chichiltik puede entenderse de una forma no corriente
como que “viene a morir en su condición de chile, como un chile”, pues en la
formación de la palabra está inserto el mismo objeto de la adivinanza. De
esta manera, para cualquier persona familiarizada con el cultivo del chile y
su gran variedad cromática le podía haber resultado en cierto modo sencillo
dar con la solución al zazanil. Con la excusa del chile, hemos
realizado un breve repaso de una de las formas de expresión y diversión más
populares, y a la vez descuidadas, de la oralidad
nahua, los zazaniles. Tanto ésta como el chile son
parte fundamental de la identidad cultural de ese mosaíco
étnico que compone el México actual, como tradición histórica y actualidad
viva. Igual que en cualquier plato de la cocina mexicana no puede faltar un
buen chilmole, y sin que se considere esta afirmación una analogía frívola e
irrespetuosa, tampoco puede excluirse de la literatura mexicana la literatura
oral popular e indígena, que, aunque no pueda competir en ciertos aspectos
con otros géneros más elaborados y expresivos, no se le puede negar el
reconocimiento de su contribución a la riqueza y creatividad del patrimonio
cultural mexicano y mundial. Miguel
Figueroa-Saavedra. Profesor
de lengua náhuatl Museo de
América de Madrid (España) Bibliografía MOLINA, Fray Alonso de (1970) [1571] Vocabulario en lengua
castellana y mexicana y mexicana y castellana. Edición facsimilar. México D.F.: Editorial Porrúa. RAMÍREZ,
Arnulfo G.; José Antonio FLORES y Leopoldo VALIÑAS (comp.) (1992) se tosaasaanil, se tosaasaanil.
Adivinanzas nahuas de ayer y hoy. México D.F.:
CIESAS, INI. FLORES
FARFÁN, José Antonio (comp.) (1995) adivinanzas nahuas de hoy y siempre. See tosaasaanil, see tosaasaanil. México D.F.: CIESAS, Ediciones Corunda.
GÓMEZ
SACRISTÁN, Manuela María. (1989) Enigmas y
jeroglíficos en la literatura del Siglo de Oro. 2 vol.
(Tesis doctoral) Madrid: Facultad de Filología, Departamento de Filología
Románica, Editorial Universidad Complutense de Madrid. SAHAGÚN,
Fr. Bernardino de (1979) [1578-9] Códice Florentino. Ms.
218-20 de la Colección Palatina de la Biblioteca Mediacea
Laurenziana. 3 vol.
Edición facsimilar. México D.F.: Secretaría de
Gobernación, Archivo General de la Nación. Miguel
Figueroa, La literatura oral nahua: chiles y zazaniles,
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