Grandes maestros de la pintura mexicana
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Don
Jesús Guerrero Galván
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Afirman sus
biógrafos que vivió una infancia llena de carencias y que a consecuencias
de ello fue presa del bacilo de la tuberculosis; enfermedad crónica y
compañera de toda su vida; también que fue seminarista durante algún
tiempo; que junto con su madre emigró a los Estados Unidos, donde ambos
ejercieron el ambulantaje, y que allá precisamente, al dar muestras
espontáneas de su incuestionable don natural para el dibujo y el color,
recibió apoyo de unos norteamericanos para ingresar a una Escuela de
Artes texana; mas lo esencial, es que Jesús Guerrero Galván, (Tonalá,
Jalisco, 1910) llegó ser un extraordinario maestro de la pintura mexicana
del siglo XX, según lo atestiguan sus abundantes obras de caballete y sus
murales, y dueño además, de un estilo inconfundible.
Tras la aventura estadounidense regresa a Guadalajara y prosigue su
aprendizaje al lado de ese forjador de pintores tapatíos de aquella época
como lo fue el maestro José Vizcarra; luego se adhiere al grupo de la
Escuela Libre de Pintura que regenteaba "Ixca" Farías en su
feudo del Museo del Estado, a partir de lo cual alternaría con la crema
de la cultura y el arte tapatíos, que estuvo constituida en aquellos años
felices, por miembros del Centro Bohemio, del Club del Ovoide, de Bandera
de Provincias y del "Olimpo House".
Sin embargo, el ambiente local le quedó rabón a su talento, y emigra a la
Capital de la República, donde asciende a otros ámbitos de mayor calado,
participando en el auge del muralismo nacionalista, aunque en un segundo
nivel, pues así lo dictaminaban los Tres Grandes y sus patrocinadores. Mas
Guerrero Galván, reconoce sus tamaños y acepta humildemente las ofertas
para decorar Escuelas Públicas y algunos otros edificios, mas esto le
sirve como ejercicio plástico y perfeccionamiento de sus destrezas, de
tal manera que serán su aval para realizar una obra en el extranjero,
como fue el celebrado mural, quizá su obra maestra como tal, pintado en
la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, ciudad donde sienta
cátedra de pintura mexicana y donde establece importantes contactos con
pintores, galeristas y coleccionistas yanquis que lo conducirían a la
realización de exitosas exhibiciones en San Francisco, New York y Boston.
No fue sino hasta 1941 cuando se presenta en México su primera exposición
en la Galería de Arte Moderno, y ya reinstalado aquí, a la par que
consolida su carrera pictórica, y puesto que para ser respetado entre los
de su gremio, y era de rigor hacerlo, se adhiere a las sectas socialistas
de moda, inscribiéndose en el Partido Comunista Mexicano, en la Liga de
Escritores y Artistas Revolucionarios: e inclusive, fundando su propio
grupo político: La Alianza de Trabajadores de las Artes Plásticas,
llegando a lanzarse como candidato por el Partido Popular. Tal activismo
y fervor le valen, obviamente, un VTP a la URSS, donde hace talacha
cultural y política, y donde se trató -infructuosamente- de curarle su
crónica afección pulmonar.
Mas por encima de tales convicciones y devociones juveniles a ese, ahora
fracasado dogma político, Guerrero Galván fue un pintor figurativo
extraordinario; nacionalista pero sin estridencias ni superficialidades,
cuyas obras de caballete, apartadas de sus murales por el obvio
simbolismo y grandilocuencia de las composiciones de ese género, se distinguieron
por la finura, delicadeza y el lirismo de su trazo y de su color,
virtudes que logró ir depurando conforme pasaban sus años y que le
sirvieron para expresar, cada vez con mayor hondura, una espiritualidad,
un humanismo y una ternura insospechadas y no igualadas, en especial
cuando abordaba uno de sus temas más reiterados: los niños y la
maternidad, campo en el que logró imágenes entrañables, sabia mezcla de
realidad con imaginación, de naturalismo con idealismo; combinación
exacta de la figura humana con los elementos de la tierra como frutas,
pájaros, flores y otras presencias autóctonas; tal y como puede
apreciarse por ejemplo en la bella y significativa obra que ilustra el
presente escrito; cualidades que igualmente supo verter sobre la galería de
espléndidos retratos que realizó a lo largo de su prolongada carrera, y
en otros lienzos sobre otros temas, incluyendo algunos, de contenidos
religiosos que tocó en las postrimerías de su existencia, todo lo cual
llevó siempre el sello de su originalidad, la impronta anímica de su
bondad substancial y el tierno romanticismo que siempre le motivaron.
Guerrero Galán fue alcanzado por la muerte, en Cuernavaca, Morelos, en
1973, pero se fue con la satisfacción de una carrera cumplida y
reconocida por propios y extraños, como quedó de manifiesto en sus
exposiciones de homenaje y reconocimiento que se hicieron, una, en Bellas
Artes, aún en vida, y otra, póstuma, en 1977, en el Museo de Arte Moderno
de la Capital de la República. |