Francisco
Zúñiga. La tierra sustantiva
por Jaime Moreno Villarreal
En
numerosas ocasiones, Francisco Zúñiga (Guadalupe, Costa Rica, 1912 - México,
DF., 1998) expresó sus dificultades para trabajar de memoria. No era que
careciese de destreza, todo lo contrario: era un extraordinario dibujante que
conocía la anatomía hasta un punto más que sensible, afectivo. Si algo temía
Zúñiga -consciente de las restricciones de su repertorio temático y
figurativo- era la estilización, el repetirse y volverse previsible. El
artista necesitaba desprenderse de su propia manera, tan característica y
reconocible, para plantarse cada vez, en cada recomienzo, lejos de toda
seguridad, en las lindes de la insatisfacción.
Podemos afirmar que fue en el dibujo con modelo donde el artista libró ese
combate de cada día contra la banalidad. Zúñiga dibujaba a diario. Sus
apuntes y dibujos de mujeres indígenas eran el punto de partida de su escultura
y su grabado, pero constituían asimismo el documento de información visual
-recogida, por ejemplo, en un mercado- en que elaboraba ya soluciones
técnicas. De dibujo en dibujo (pues el maestro volvía una y otra vez sobre
sus apuntes), el escultor vislumbraba la síntesis del bulto. Véase Mujeres
conversando, 1980, o Arcos de Izamal, 1982: en
estos dibujos las poses de las mujeres están plausiblemente dispuestas para
trasladarse a la escultura. Zúñiga era un enamorado de la recomposición. Si
bien trabajaba con modelo, difícilmente podrá hallarse una obra suya en que
se entregue francamente al realismo.
Su intento no era la copia
del natural, sino la reducción del cuerpo a formas telúricas; extraía una
forma humana sustantivada en tierra o piedra y la elaboraba volumétricamente en el espacio con otras figuras. Un
ejemplo radical de esto es el bronce Grupo de tres mujeres sentadas, 1986,
cuya factura muestra la preparación en barro de la pieza. Si bien a partir de
mediados de 1950 -época en que el indigenismo va de salida en el espectro del
arte mexicano- la obra de Zúñiga posee un lenguaje y una coherencia tal que
se reconoce de golpe, él siempre fue un investigador de lo nuevo, un
investigador casi microtonal que buscaba mejorar a
cada paso, e incluso abandonaba alguno de sus logros cuando le satisfacía.
Zúñiga insiste en la imagen de la mujer indígena, pero abstrayéndola de
retórica.
A cada paso, en sus dibujos se hacen evidentes preocupaciones de escultor: el
equilibrio físico, la estabilidad, la amplitud, el estudio de grupos en su
dinámica, la definición de luces y sombras según huecos y protuberancias que
conforman volúmenes, y aun la horizontalidad con la que el maestro conjuraba
(y sostenía) cierto enfático impulso vertical muy suyo. Así, en sus grupos dibujísticos suele mantener una línea horizontal equilibradora, ya sea explícitamente trazada (como en
Lavanderas, 1984) o construida por el eje compuesto de las caderas y los
vientres de las figuras de pie (como en Grupo de mujeres de pie, 1976), línea
que describirá asimismo en sus grupos escultóricos. Otros elementos
reiterados de sus esculturas femeninas aparecen aquí y allá en sus dibujos,
por ejemplo el regazo ahuecado por la falda, o la mano que da apoyo al mentón
(Dos mujeres sentadas, 1975).
Francisco Zúñiga comenzó su carrera como pintor (Paisaje con niño en rojo,
1948 y Paisaje de Chiapas, 1951), y a pesar de haber abandonado la pintura en
1954, durante toda su trayectoria se siguió ocupando del dibujo y los valores
colorísticos, especialmente a través del pastel y
la acuarela. Por ser dibujante muy dotado, Zúñiga pudo hacer de sus apuntes
una estación autónoma valorada por los coleccionistas como obra terminada,
aunque el maestro insistía en concebirlo como un punto de partida y una guía para
obras posteriores.
En múltiples casos el dibujo, la litografía y la escultura están ligadas en cadena (y no necesariamente en ese orden
previsible). Por ejemplo, en la gestación de una de sus esculturas más
aclamadas, Grupo frente al mar, 1984 -grupo escultórico que obtuvo el primer
premio "Kotaro Takamura"
en la Tercera Bienal de Escultura de Japón, y del que en esta oportunidad
pueden apreciarse dos estudios preparativos, uno en bronce, 1983, y otro en
crayón sobre pastel, 1984-. Antecedentes de estas piezas son varias
litografías editadas a fines de los años setenta por Jerry
Brewster en Nueva York,
especialmente Mujeres frente al mar, 1978, de la cual existen dos estados,
uno "diurno" y otro "nocturno". Ya aparecen ahí las dos
mujeres pescadoras que dan la cara a la brisa marina que agita sus faldas.
Falta la figura masculina, pero las complementa una barca vista de proa sobre
la que se tiende, como otro horizonte, un largo remo.
La barca desaparece y el remo es recuperado en manos de un pescador con sombrero
que complementa el grupo en la versión en bronce de 1983. Ésta, a su vez, es
estudiada en el dibujo de 1984, en el que se da fuerte definición volumétrica
a los cuerpos de las mujeres -una anciana, "la abuela" que aparece
en tantos grupos de Zúñiga, y otra mujer seronda de enorme barriga-, en parte
mediante el vuelo de sus ropas. En la versión definitiva y monumental, uno de
cuyos ejemplares se alza en el Museo Hakone en
Japón, el sombrero del pescador ya ha desaparecido. El hombre le da la
espalda al mar, mientras que las mujeres parecen desesperar por un viento que
presagia tormenta. Esta obra maestra fue concebida, así, tanto en el bulto
como en el papel.
Algunos de los dibujos contenidos en la presente muestra establecen
correspondencias con obras principales de Zúñiga. Por ejemplo, el pronunciado
escorzo de la Mujer sentada, 1980, evoca por un instante la litografía
Soledad acostada, 1973, una de las obras definitorias de su lenguaje
plástico. Esa Soledad debió ser una modelo muy estimada por Zúñiga; sus
rasgos faciales únicos y, de algún modo, colectivos y absolutos son los del
extraordinario bronce Mujer sentada, 1975, que en esta oportunidad se exhibe,
obra depuradísima que resume algunas de las inquietudes fundamentales del
escultor: el equilibrio entre hieratismo y belleza, así como el aporte del
arcaísmo de la escultura mesoamericana a la plasticidad de las corrientes
internacionales.
Otro dibujo que exhibe correspondencias con obras más conocidas es Mujer con
paño, 1980, cuyo despliegue de hombros lo señala como afín a los estudios que
hiciera el artista para el relieve en bronce El tendedero, 1980. De nueva
cuenta, un dibujo intermedio, del mismo título que el relieve, revela que
Zúñiga estaba investigando por ese tiempo la postura frontal de una mujer
colgando una sábana de un lazo, gesto que en el dibujo exhibido se restringe
al arreglo de su gran paño al que, por un momento, podríamos sustituir por la
imagen de una mujer colgando una tela en el tendedero. A su vez, esas sólidas
piernas semiabiertas nos devuelven a aquella pescadora corpulenta que recibe
de frente el viento del mar, y asientan la característica estructura
trapezoidal del cuerpo femenino en la obra del artista, por medio de la cual
logró entablar una imagen de aplomo relacionada con la fertilidad y la
pertenencia a la tierra, definitoria de su vocación indigenista.
La misma estructura nos permite allegar de modo insólito la obra de Zúñiga a
la de otro artista centroamericano, mexicano por adopción: Carlos Mérida. En
su etapa más geométrica, inaugurada en los años cincuenta, las estructuras
triangulares y trapezoidales se hacen características de la abstracción
antropomórfica en la obra de Mérida. Ambos artistas son señeros de la segunda
etapa del indigenismo en México, posterior a la crisis de las políticas
integradoras de la posrevolución. Si sus trayectorias fueron divergentes
(Carlos Mérida fue un vanguardista polifacético, cuyos intereses múltiples
fluctuaron de la música y la danza a la arquitectura, mientras que Zúñiga se
mantuvo como un crítico de los movimientos de vanguardia) es indudable que,
en el saldo final del siglo XX, ambos artistas constituyen los ejemplos más
acabados, aunque ciertamente distantes, del impulso indigenista en la
plástica mexicana, más allá de los primeros logros del muralismo y del Taller
de la Gráfica Popular.
En su concepción de la mujer indígena, Francisco Zúñiga permanece como un
artista que jamás cedió al paternalismo oficial, en la medida en que libró su
diario combate contra la banalidad de la representación estilizada. En sus
propias palabras: "Siempre tengo los mismos problemas para resolver una
figura, siempre me encuentro con que ignoro todo lo que he hecho antes, y a
pesar de que a veces repito una figura, me es igual, no se me da de memoria
una mano o una cabeza..."
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