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Voy a hacer artista”. Cuando tenía seis años, Gloria
Marín Rendón se dedicaba a soñar. Gustaba de cantar y bailar mientras
barría. “Yo iba a ser artista, iba a ser alguien”.
A los once años, un accidente cambió su vida y su padre le prohibió ir a la
escuela: “Para protegerme”. Pero del tema prefiere no hablar. Gloria, la
única mujer de un matrimonio con ocho hijos, como comenzó a tomar distintas
clases para salir de casa, como cursos de belleza y enfermería. Terminó la
primaria y la secundaria a escondidas. Pero lo que más le gustaba era
dibujar. “Mi deseo era ser pintora”.
Gloria incluso llegó a vender acuarelas en San Miguel Allende, para ayudar
con los gastos de casa. Su anhelo por dibujar tomó la forma de los hilos
gracias a Ana Mick, maestra holandesa que la
animó a desarrollar su talento. Y comenzó a bordar. A contar historias en
sus telas. Primero fueron motivos mitológicos hasta desarrollar un estilo
propio: bordado de tradiciones mexicanas. Gloria plasma las costumbres de
diferentes pueblos indígenas. “Estoy enamorada de las culturas”. Acompaña
su trabajo de música instrumental y el placer de cantar de vez en cuando.
A los 17 años, esta mujer oriunda de Tzintzuntzan y enamorada de Guadalajara, montó su primera exposición en la tapatía Casa
Museo López Portillo. Desde entonces iba y venía a la ciudad, siempre en
compañía de alguien a petición de su padre. Después exhibió su trabajo en
la Casa de Cultural de Zapopan y desde hace 18
años forma parte del Instituto de la Artesanía Jalisciense. En 2000, al
lado de otras 56 personas, recibió el reconocimiento de Artesana
Distinguida. Tres años antes ganó el tercer lugar en el concurso nacional
Muros de México: fue obra fue seleccionada entre trece mil piezas.
Su primer trabajo fue comprado por unos americanos. En total fueron ocho
cuadros iguales. Desde entonces su obra no ha dejado de viajar. Y suelta un
chiste, envuelta en risas: “Podría tener el récord de más cuadros alrededor
del mundo”. Tiene compradores de sus bordados en Alemania, Francia, India,
Egipto, Siria, Nueva York, Idaho,
Oregon, Portland y Brasil.
Recuerda que una vez le “hicieron reverencia” unos diplomáticos egipcios.
Afirma que durante un acto en Campo Marte, la ex primera dama, Martha Sahagún, le compró un cuadro. Ahora son unas japonesas
quienes la frecuentan.
Una ocasión, en el Festival del 5 de Mayo, de Portland,
un visitante identificó sus bordados. “Yo tengo la cuadro Gloria Marín”,
dijo, y señaló el cuadro. Otra vez bordó 200 cuadros como pedido para
regalar a los ejecutivos de Ferrero en todo el mundo; el motivo fue la
Navidad. “Mis cuadros se han hecho muy famosos en el extranjero; en México
no tanto”. Durante el Paseo Chapultepec, montó un
pequeño sitio para vender su obra a los caminantes.
Con un escritorio modesto, colores llamativos y 42 años, Gloria trabaja
entre ocho y diez horas diarias, dedicada a bordar lo que su imaginación le
platica. Sin diseños. Un trozo de tela y sus madejas la acompañan. No hay
más luz que la que entra por su ventana y no necesita de lentes para
plasmar lo que sólo ella ve en su cabeza. De sus cuadros, no acepta
favoritismos: “Me gustan todos”.
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