n el estudio de Jorge Alzaga de la calle de Sinaloa, en la Colonia Roma, se
pasa del bullicio de la ciudad a un total remanso donde la solitud, la nostalgia y la fantasía se han
convertido, me imagino, en una de las motivaciones del espíritu creativo
de este notable artista mexicano, a quien desde hace años sigo con pasión
y gusto. El espacio de esta casona erigida a principios del siglo XIX
—una de tantas construcciones porfirianas tan envidiadas hoy por los
diletantes del buen vivir—, ofrece este ambiente simbólico, donde los
lienzos, las pinturas empiladas, el coleccionismo y un montón de recuerdos,
parecen apoderarse del momento.
El tiempo, el pasado, los sueños, los anhelos y por qué no: también las
desilusiones, parecen estar presentes en esta habitación de donde surgen
permanentemente y a lo largo de unas ocho horas diarias las ideas. La
inspiración de Alzaga se impregna. En su haber
va generándose una armonía luminosa que lo ha guiado por la vida. Parece
vivir sumergido en ese mundo de colores que comunican la orden del
momento en cada tela. Así sucede con la magia de la inspiración. Aparece
y uno se apodera de ella.
En mi pintura me gusta mucho hablar del pasado, me dice Alzaga, apostado en el marco de la puerta, viendo
hacia el caballete que detiene un lienzo de gran formato, en donde una
lánguida mujer recibe las últimas pinceladas del creador. Ese otro cuadro
que ves allá, —y me lo señala— habla de mi infancia… ese otro es mi
adolescencia… Un poco de surrealismo, un poco de simbolismo y a veces
expresionismo. Pero sobre todo mucho color.
Para Jorge Alzaga su pintura es toda
imaginativa. No deja de recurrir a la simbología, elemento que
invariablemente se encuentra en las escenas de cada una de sus obras, Alzaga prefiere no hacer pintura “digerida”, como él
la llama. Insiste en el hecho de que el público tiene que encontrar el
mensaje de su obra en cada uno de sus cuadros. Que se metan en ese mundo,
y que a través del tiempo, se tengan interpretaciones diferentes.
Tanto en retratos de personajes del pasado, como en sus naturalezas
muertas se encuentra esa voluntad del pintor por descifrar la leyenda del
tiempo ido sin que el telón se corra por completo. Y platicando sobre el
tema, me salta a la vista un lienzo en donde las sillas se elevan
alrededor de una mesa que también deja el piso. El pintor plasma un
sentimiento de abandono y añoranza: se nos van las cosas: ¡todo se nos
va!… y no lo podemos detener, nos dice para ilustrar con palabras ese
sentimiento que simbólicamente recitan algunos de sus cuadros.
Estudiante en la Esmeralda durante cuatro años del '54 al '58, pertenece
a un grupo de pintores luchones que se abrieron
paso, cuando en México eran pocas las galerías y menos aún los
coleccionistas. Su vocación se define cuando a los 12 años gana un
concurso nacional de pintura. Fueron los años en que trató a Diego Rivera
y a Frida su esposa antes de su muerte. También fue la época en que
conoció a Siqueiros antes de que lo
encarcelaran. A los 18 años puso su primer estudio, y al recibir el
premio que le ofrece la Plástica Mexicana atrajo el interés de la galería
Misrachi, en México, y de otra galería en
Canadá con las que comienza a darse a conocer.
De ahí surgió el grupo Nueva Presencia, con Belkin,
Francisco Icaza, Corzas, Rafael Coronel, Emilio Ortiz, Xavier Arévalo y
José Luís Cuevas. ¿Cuál era su filosofía
plástica?: el expresionismo manejado con símbolos. El mismo con el que
hoy se expresa. Todos estábamos pintado algo parecido, pero Belkin e Icaza, nos reúnen y es así que le damos un
nuevo rumbo a nuestro arte. Era el año de 1961…
Los dos pintores de mi generación eran: Rodolfo Nieto y López Loza. Con
ellos hice mis primeras exposiciones y participé en las primeras
colectivas. En 1958 con Francisco Caracalla un art
dealer muy conocido de la época —que manejaba
en su Galería del Paseo de la Reforma a Guerrero Galván, a González
Camarena, a Carlos Orozco Romero, y a otros pintores de Jalisco—, hice
mis primeras exposiciones en su Galería de Arte Moderno, donde comencé a
vender mis primeras obras. Desde entonces la armonía guía la vida del
pintor.
Alzaga ha pasado por tres etapas que han alimentado
su carrera, interrumpida en 1971 durante ocho años, cuando deja los
pinceles obligado por las circunstancias a raíz de la muerte de su padre,
y se tiene que poner al frente de una familia de 11 hermanos.
Cultivó el expresionismo (1959-1963) muy influenciado por Kokotchtka, y aplicó colores que le habían inspirado
las pinturas de Caravaggio. Más tarde regresó a
la pintura figurativa (1971-1975), tiempo durante el que se consagra a
una búsqueda constante para reafirmar su vocación. Ese regreso fue
desgarrador: había perdido la sensibilidad y la agilidad de antes. Pero
sus ansias y su amor por su quehacer vencieron la dificultad de aquella
desvinculación que tuvo con el arte. Actualmente el abstracto le ha
permitido auscultar una nueva posibilidad para su pintura: enfrentarse
con el espacio. Esta es una nueva alternativa que lo motiva.
Jorge Alzaga insiste en que los colores de su
paleta son diáfanos y armoniosos. No le gustan las estridencias ni lo
altisonante. Lleva un color a la tela y lo pone en su paleta solamente
hasta que puede dominarlo. Trabaja con pincel, con espátula, con polvo de
piedra pómez, o con arena, lo que le permite lograr texturas nuevas en
sus óleos.
En la década de los 70´s cuando Alzaga regresa a la pintura, observa la madurez que
habían alcanzado sus colegas, y se concientiza
del tiempo y los años que se le habían ido. Emprende una tarea de
actualización realizando algunos viajes a Nueva York
donde dedicaba horas en el Metropolitan a
admirar las obras de los grandes maestros de todos los tiempos. Esta
contemplación le permite abrir su campo expresivo. Jorge resuelve la
composición espacial considerando a la música como un recurso para
explicar la armonía redescubriendo la belleza de la obra de Tamayo y de Matisse.
En esta búsqueda, Jorge decide participar de la abstracción y durante
algunos años la fuerza del color y la técnica dominan su producción. Años
después en 1975 regresa a la forma, planteando argumentos fascinantes que
le dictan sus nuevas inquietudes.
Cuando regresé a la pintura a partir de 1971 se decía que mi obra se
parecía a la de Corzas, con quien llevaba una gran amistad. Entonces, me
fui alejando del figurativo para buscar nuevas tendencias hasta que en
1975, el abstracto me abrió los ojos para enfrentar el espacio con una
libertad total para desarrollar la forma y el color. Con nuevos colores,
muy de la época renacentista, que no tenían nada que ver con lo que
estaba haciendo entonces. De ahí se desprende la tercera fase de mi
pintura en 1975, cuando inicio un vaivén entre lo abstracto y lo
figurativo. Ahora estoy alternando. Y he encontrado una riqueza enorme en
la pintura.
El óleo impone ciertos tiempos. Y es la razón por la que un pintor que
respeta esta técnica no puede producir mucha obra. Pintar óleo es
diferente. Es más lento y hay que esperar a que seque la pintura para
poder intervenir en la obra. El pintor Alzaga
consagra entre ocho y diez horas a su arte. Y es así que sus creaciones
pueden cubrir una demanda importante de coleccionistas y de museos.
Los personajes de Alzaga nacen de la intimidad,
de sus secretos, de lo profundo del ser. El gran tema de su pintura es la
luz explotada por el pintor en esos rostros y esas sugerencias femeninas.
Una tridimensionalidad y una volumetría que se
antoja en el siglo XXI como natural, en días de una gran modernidad y en
un contexto pleno de originalidad.
El maestro absorto de su pasión por la pintura quiere dedicar sus futuros
trabajos a la fusión de su etapa abstracta con la figurativa. Su energía
luminosa ha de guiarlo en su camino donde la luz se transforma en notas
de color infinito.
“Espero en la pintura el momento. Pero cuando me llega. Nada me para…”
Jorge Alzaga
Estudio: Sinaloa
141, Colonia Roma.
México, DF, 06100
Tel: 50 96 03 45
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