Armando G. Tejeda Corresponsal Periódico

La Jornada Miércoles 27 de enero de 2010, p. 3

Madrid, 26 de enero. “No te obsesiones con pintar la luz. A veces hay más luz en grises, blancos, violetas marchitos o mustios, en el sin color, que en el color esplendente… Pero en México se sabe de grises y de tierras, de Planetas, de Planeta pobre y duro como un Sol en potencia”, escribió la filósofa española María Zambrano al pintor y escultor mexicano Juan Soriano un día de septiembre de 1958, cuando germinaba lo que sería a la postre una amistad sólida y entrañable.

Zambrano y Soriano se encontraron durante la larga y dolorosa andadura del exilio de la pensadora española, nacida en Málaga en 1904 y expulsada de su país tras la llegada al poder de las huestes fascistas alzadas bajo las órdenes de Francisco Franco. Ese cisma provocó uno de los exilios más tortuosos y emblemáticos de la intelectualidad republicana, pues estuvo más de 40 años, en ocasiones en condiciones degradantes, viviendo entre París, Nueva York, La Habana, Roma y Ginebra.

La editorial Círculo de Lectores-Galaxia Gütenberg publica por primera vez 20 cartas que María Zambrano escribió a su entrañable amigo Juan Soriano, fruto de una intensa relación intelectual y personal, en la que también se imbrica la mutua complicidad del proceso creativo y la locura.

La pensadora española elogió así el arte de Soriano en uno de sus ensayos: "Cosa de otro mundo, cosas del otro mundo sentí que son las pinturas de Juan Soriano, y que aparecen en éste como una herida. No hay arte que no hiera, porque el arte es como el pensamiento, como la verdad. El signo de la verdad es herir. Lo que es luz viva hiere. Hiere la luz desde por la mañana y, si no es así, será perdido el día".

El libro María Zambrano: esencia y hermosura fue un empeño casi personal del poeta español José-Miguel Ullán, fallecido el año pasado, quien también fue confidente y amigo de la pensadora, la única mujer de España que ha sido reconocida con el Premio Cervantes.

Se divide en dos partes: la primera y más novedosa, que incluye el prólogo y las 20 cartas inéditas de Zambrano (menos tres misivas), y la segunda es una cuidada y personalísima selección de textos de su vasta obra ensayística, que supone un recorrido sentido por los hechos que marcaron su vida, como su largo exilio, la Guerra Civil, sus maestros (José Ortega y Gasset y Xabier Zubiri), su tormento por España, el fascismo y sus estragos, San Juan de la Cruz y la fe, y hasta sus reflexiones sobre su andar de exiliada, como son sus escritos sobre Cuba, José Martí o José Lezama Lima.

Creyente del delirio inagotable

Zambrano, quien murió en Madrid en 1991, fue una filósofa encumbrada pero, a juicio de sus defensores, olvidada hoy día. Una de sus principales obsesiones intelectuales era descifrar y plasmar en palabras los entresijos más recónditos del alma. Los sentimientos convertidos en pensamiento filosófico estructurado y metódico.

La filósofa tuvo muchos amigos, pero sin duda una de sus relaciones más especiales fue la que mantuvo con el pintor mexicano, cuya obra la deslumbró desde un principio... –o la hirió, como ella decía.

Una de las cartas publicadas muestra incluso la melancolía que sentía Zambrano de saber lejos a su entrañable amigo: “Ya tus ojos, Juan, se asomaron a la Plaza; tus ojos de animal herido por la luz. Por eso yo te quise enseguida y creo que te querré siempre…”

Más adelante, en la misma carta fechada en Roma el 29 de septiembre de 1958, Zambrano escribe: "Me conmovió tu carta y el llanto subterráneo. Y esa especie de historia aceptada que tan cuerdamente aceptas. Siempre te vi caminando hacia la cordura, lo que en mis labios o menos es un alto elogio o apreciación. Pues yo en locuras no creo. Creo, sí, en el inicial delirio inagotable. Y ése espero que renacerá en ti siempre, que te abrasará siempre para que de él renazcas".

Y le recuerda con pesar: “Tú un día me dijiste delirando que en un tiempo todos escupían sobre mí. Yo no digo eso, pero sí que todos pasan sobre mí como si no existiera. Hasta los que no tienen siquiera móvil para ello, pues nada tienen o tendrían que arrancarme…”

En algunos de esos intercambios epistolares también trasluce la Zambrano más filosófica y vehemente defensora de sus verdades: “Eso de ser persona es un necesario paso en el que no hay que detenerse ni edificarse, ni construirse. Y si Dios me ayuda, quisiera mostrarlo o que me sienta. Criatura viviente, ánima encendida, chispita de luz, melodía, átomo que danza la gloria del Creador… Persona… es la etapa ineludible humana. Pero… para trascenderlo, según San Juan de la Cruz diría”.

El prólogo de Esencia y hermosura es un sentido alegato en favor de la pensadora española, pero también de la figura de Soriano, quien está siempre presente, ya sea en su propio autorretrato –"Soy recuerdos, pasado, huellas, habitante alerta; sueño el futuro con invencible temor"– como en conversaciones sólo conocidas por unos cuantos. Como aquella que mantuvo con Ullán en 2005, cuando visitó Madrid para recibir el Premio Velázquez de Pintura.

Ahí, en una mesa de un bar, le dijo al poeta español: “¿Pero qué le pasa a María? Se me aparece todo el tiempo, llora y llora, y me pone las manos así… Ayer noche me hizo voltear la cabeza y vi cómo un cordero se comía un pájaro. Lo maravilloso es que lo hacía sin violencia alguna, e incluso yo diría que con mucha ternura, mientras que el propio pájaro como que se dejaba… ¿verdad?”