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Ligia es una escultora que trabaja en su casa. Pero
sus obras pueden verse en la calle. De la confianza en su creatividad y el
manejo de sus manos, ligados al amor por el arte, han surgido más de 70
diseños de esculturas y al menos 400 pinturas.
El Pablo Neruda en la calle que homenaje al escritor chileno, en la colonia
Providencia, es obra de esta mujer nacida en Mérida el 17 de marzo de 1940
y quien descubrió su pasión cuando era niña. Otras obras suyas son los
bustos de los ganadores del entonces Premio Juan Rulfo
en 1991 y 1992: Nicanor Parra y Juan José Arreola,
respectivamente. Estos trabajos surgieron a partir del relieve del creador
de El llano en llamas solicitado por los organizadores del galardón.
En homenaje al escritor jalisciense, también realizó una pieza con una
mujer, Susana San Juan, “la única a la que realmente amó Pedro Páramo”.
Sin la remota idea de a qué se dedicaría de no haberse involucrado con el
arte, comenta que desde muy chica le gustó, tanto que desde entonces ya
dibujaba a sus papás y a sus amigas.
A finales de los cincuenta conoció al tapatío Javier Gómez Álvarez, con
quien se casó y procreó dos hijos y una hija. Y fue justo en Guadalajara
donde comenzó a trabajar en el arte. Durante 25 años fue pintora retratista,
“retratista de toma directa, sin fotos”. Y hace unos 23 años comenzó a
trabajar la escultura. Tomó clases con la maestra Mercedes Fernández. “En
la escultura si me dieron más ganas de hacer otra cosa que no fueran
retratos”, relata.
Cuenta que de las primeras obras que hizo en relieve plasmó a su mamá, como
ensayo, y pensando que no le saldría bien la hizo en una piedra dañada,
algo que lamenta, porque la pieza le quedó mucho mejor de lo que esperaba.
Su gusto se inclina por la creación de parejas, ya sea de niños, mujeres,
animales, amantes. “He exprimido el tema de los amantes, porque me parece
muy hermoso y casi no se hace”. Ella misma es su modelo, sin importar que
su obra trate de niños, hombres, embarazadas. Y lo hace así porque asevera que
nadie le da la intención exacta que trae en la mente.
Sus obras, realizadas mayormente en bronce, terracota y piedra, no son
naturalistas, “son más bien de diseño. Al inicio eran más realistas y luego
empezaron a tener más diseño. Ahora ya hago esculturas con mi
personalidad”. Le gusta trabajar cuando el sol está alto, porque es cuando
más se le da la creatividad, y asevera que nunca se ha negado a hacer algún
trabajo, porque “de eso pido mi limosna”.
Sueña con, algún día, hacer en grande una escultura en homenaje a las
maestras. De su familia, nadie pinta ni realiza escultura, pero trata de
que sus nietos hagan “cositas de barro”, para ver si se interesan.
Otro trabajo suyo, un busto de Julio Cortázar, permanece en su taller, pues
Ligia tiene la idea de ofrecerlo a la Universidad de Guadalajara para que
lo instale en la sala que lleva el nombre del escritor argentino. Tiene dos
años sin realizar una exposición, pero en estos días entrará a una
colectiva.
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