MANUEL GONZÁLEZ SERRANO
 


 

Autorretrato, 1943
Óleo / madera
58 x 48.5 cm.
Museo Andrés Blaisten
este autorretrato no pertenece al MCJV

 

 

Autorretrato
este autorretrato no
pertenece al MCJV

 

 

 

 
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Retrato de

Olivia  Zúñiga (ver liga)

Óleo s/tela

73x54 cm.

 

 

Sin título

técnica mixta sobre cartón

29x40 cm.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin título

1950

técnica mixta sobre papel

38x45 cm.

 

Pescador

óleo s/masonite
1944

50x70.2 cm.

 

 

 

 

 

Personaje

Técnica mixta

43x52.5 cm.


Sin título

Pastel

40x33 cm. 1




Sin título

Pastel

33x40 cm. 1



Sin título (mazorcas de maíz)

Acuarela, tinta/papel

21.1x37.5 cm.






Fecundación

óleo s/masonite
1950

72x37 cm.



 

 

 

 

 

Ciertas obras, marcadas por el surrealismo, solicitan con avidez estudios de corte psicoanalítico, porque los elementos biográficos, filtrados, los símbolos y las referencias remiten a sentimientos o a acontecimientos demasiado concretos. Manuel González Serrano, así como Frida Kahlo, pinta de manera convencional, en base a recetas académicas, imágenes plagadas de reminiscencias fantásticas interpretadas de antemano por el freudismo. Nada menos espontáneo que estas composiciones con objetos, que sólo adoptan las convenciones de la naturaleza muerta para conformar alegorías torturadas. Lírico, cuando representa paisajes yermos que connotan sus autorretratos; místico, cuando se representa crucificado, González Serrano busca deliberadamente despertar compasión. La obviedad con la que simboliza sus obsesiones, sin embargo, resta violencia a sus cuadros.

“Manuel González Serrano padeció en la infancia la opresión de familias en extremo religiosas, aferradas a valores morales obsoletos, tal vez, pero vigentes en determinados sectores. Para González Serrano, la práctica de la pintura representó una forma de liberación neurótica, compensación de los terribles desgarramientos de una sexualidad reprimida, de un misticismo irresuelto que se expresaba por medio de la blasfemia.”

Crawford O’Gorman, Alfonso Michel, Manuel González Serrano, Emilio Baz Viaud no consideraban la pintura como un oficio, sino como un pasatiempo. Produjeron poco, en los momentos que les dejaban libres otras actividades, su vida social o sus enfermedades. En ese sentido, prolongan la tradición del dilettantismo decimonónico.

Sin mercado potencial, sin mecanismos de difusión adecuados, los movimientos pictóricos no podían organizarse, y estaban condenados a desaparecer. Las limitaciones (financieras, pero también ideológicas) impuestas a los pintores acabaron con las Escuelas al aire libre, con el estridentismo, y con las posibilidades de desarrollo de varias personalidades. Manuel González Serrano puede, en ese sentido, considerarse como un caso límite. Si el pintor no poseía los medios personales de entregarse a su arte, se volvía "chambista", compitiendo con los "grandes" del muralismo para apropiarse de muros públicos, o se dedicaba a la docencia. En los años treinta y cuarenta, el cine y el teatro proporcionaron también fuentes de trabajo a los pintores. Pero en numerosas ocasiones, la pintura siguió siendo, como en el siglo pasado, un grato pasatiempo, algo intrascendente, y privilegio de unos cuantos. En esto reside la paradoja insoluble del arte en el siglo XX, a la vez sobrevalorado como trabajo intelectual, medio de expresión, instrumento de prestigio y de reconocimiento, y absolutamente desvinculado de la economía (al grado de tener que crear su propio mercado paralelo sobre bases artificiales).

 

"Siete pintores en Bellas Artes: "La otra cara de la escuela mexicana

La Cultura en México, 5 de diciembre de 1984

Por: Olivier Debroise