De luz, agua y lejanía se construye el mundo que nos presenta Marisa. Ella nos invita a subirnos al tren de nuestros sueños y a su madeja de incertidumbres. Su propuesta es redescubrir el mundo interno que habitamos en su dualidad de instantes.

 

          En sus cuadros encontraremos mundos que surgen de la explosión del asombro, del color, del sueño detenido que dibuja una mano que explora múltiples dimensiones.

 

          Aquí el agua, en su dimensión de óleo, abraza la tela para avanzar como un río. El cuerpo humano emerge de su sueño entre pequeños bosques de texturas. De ahí, será inevitable hacernos la pregunta que se formulara el poeta argentino Roberto Juarroz: “¿Soy todo lo que hay en mi cuerpo?” La respuesta está sugerida, sólo faltará mirar, porque el ser humano es una mirada que se extiende en su propia lejanía.

 

          No nos extrañe encontrarnos en estos terrenos oníricos que hemos olvidado. Si así sucede, Marisa nos propone no soltarnos del asombro, porque de lo contrario, no encontraremos la salida.

 

          Tendremos que jugar con las distancias entre el mundo de ella y el que miramos, para poder redescubrir lo que ya permanecía en sus ojos: seremos cómplices en cada parpadeo.

 

          Marisa Hernández, como en otras ocasiones, nos revela en su obra el gusto por experimentar, siempre con la idea de descifrar lo esencial en lo que dicen sus texturas. En esa experimentación se entrevé una búsqueda espiritual.

 

          Nos sorprenderíamos al percatarnos de que muchos de sus cuadros surgieron de una “mancha” accidental que tenía un solo objetivo: indagar lenguajes extraviados. Por eso son cuadros interminables.

 

          En su obra encontraremos mundos en su constelación de agua, fuego, tierra y aire; todos encarcelados por el aguaróleo, materia que los liberará hacia nuestra dimensión callada.

 

          Después de mirar sus cuadras, surge la pregunta: ¿cuál será la mayor ambición de Marisa? El poeta argentino Roberto Juarroz nos vuelve a ofrecer una respuesta:

 

La mayor ambición del pintor

seguirá siendo siempre

pintar un cuadro completamente en blanco.

 

          De ahí que al terminar el recorrido por estos mundos, nos habitará otro silencio, colores que habitan el blanco. Todo el mar, la sangre y el cuerpo dormirán otra vez: otro los soñará. Seremos la misma ceniza.

 

 

Jorge Orendáin