La vida sin... Raúl Anguiano Brigita Anguiano abraza
a Tajín, frente al retrato que Raúl Anguiano nunca
terminó porque temía que, de hacerlo, se acabara el amor. Foto: Héctor García Un rayo los tocó y luego los
separó. Un amor siempre joven, que aún la abraza Silvia
Isabel Gámez MURAL Ciudad
de México (10 mayo 2008).- A Raúl
Anguiano le gustaba ordenar, dice entre risas Brigita
Liepins, su compañera durante 37 años. "Era
muy exigente, me decía todas las mañanas lo que debía hacer, y también un
poco egoísta, como todo gran artista". Anguiano
describía a Brigita como "un júbilo
sonoro". Veinte años más joven que el pintor, ruidosa y risueña, fue su
modelo, amante, chofer, cocinera y secretaria, y en sus últimos años, cuando
ya no veía bien, también su crítica. "Dependía
de mí hasta en los colores, apreciaba mi opinión y la aceptaba en muchos
casos; esa era mi satisfacción". Por
temor a que se acabara el amor, decía, el artista nunca firmó el retrato que
le hizo a Brigita en 1967, cuando se conocieron,
incluso dejó sin pintar algunas de las cuentas de ámbar del collar.
Supersticiones. Anguiano
evitaba todo lo desagradable; no quería oír hablar de la muerte y le huía a
los conflictos. Si se metía en problemas, ahí estaba Brigita,
siempre sonriente, para salvarlo. "Era
el típico piscis, cuando algo no le gustaba le daba la espalda, salía
nadando, como el pescadito. Yo soy cáncer, intento resolver los problemas lo
más rápido posible". Brigita
acataba todas sus órdenes: nunca le llevaba en público la contraria, no metía
mano en su estudio, no dejaba los libros en el suelo, no se vestía de rojo ni
se cortaba el pelo porque a él le gustaba que lo llevara largo. ¿Era
celoso? Mucho,
pero yo igual. Todas las modelos pasaban por mi agenda. Estudiaba
diseño gráfico en California cuando fue a una exposición colectiva de arte
mexicano y descubrió el Adán y Eva de Anguiano. No pudo ver la firma, pero se
llevó la obra en la memoria. A
Guadalajara llegó becada en 1967, para estudiar pintura en la universidad.
Fue el 21 de julio, día de su cumpleaños, a las 16:15 horas --"el
maestro siempre llegaba tarde"--, cuando vio por primera vez a Anguiano,
su profesor de dibujo. Esa
noche, Anguiano inauguraba una exposición. El artista notó su ausencia y al
día siguiente la invitó a recorrerla; cuando entraron, descubrió asombrada
que su tan recordado Adán y Eva abría la muestra. "Le
dije: 'Desde estudiante estoy enamorada de este cuadro'. Él se dio la vuelta
y contestó: 'Yo soy mi arte'. Fue como un rayo".
Brigita tenía 32 años, y Anguiano 52. Ella estaba separada, con dos hijos, Mark y Lynda. El artista quería divorciarse, pero su esposa se negaba; t La
primera boda fue en Santa Ana, "creo que en 1972", la segunda en la
Ciudad de México muchos años después, y quedó pendiente una tercera junto al
mar Báltico, en Letonia, el país donde nació Brigita
y del que salió con su familia en 1944, huyendo de las tropas comunistas. Brigita
admiraba en el pintor el gran amor que sentía por su país, su nacionalismo,
ella que creció con la nostalgia de la patria. El autor de La espina dedicó
gran parte de su obra a México: sus indígenas, sus fiestas, su pasado, sus
tradiciones. Acuarelista,
cantante de ópera, pianista, Brigita dejó todo al
unirse a Anguiano. "No necesitaba reconocimiento; disfrutaba ayudándolo.
Ahora quiero regresar a mi música, tocar, enseñarle a mis nietos". Sus
mayores discusiones eran sobre política. El artista no compartía en un
principio sus condenas al régimen soviético, y cuando el tema era Estados
Unidos, él era del bando demócrata y ella republicana. "Yo
era muy dura. En política no me influye nadie". ¿En ese
terreno no recibía órdenes? No, ahí
sí yo no aceptaba, pero no podía decirlo en público. Junto a
la cabecera de su cama, en su casa de Coyoacán,
Anguiano dejó un libro de Charles Baudelaire con un
trocito de periódico marcando la que fue su última lectura en México: El fin
de la jornada, un poema sobre la muerte, esa presencia que consiguió burlar
más de 90 años, hasta que lo alcanzó a las 21:37 --la misma hora en que
falleció su admirado Juan Pablo II-- del 13 de enero de 2006. Desde su
muerte, Brigita y el tercer miembro de la familia, Tajín, su amado perro xoloitzcuintle,
duermen en la cama del maestro. Ninguno quiere dejar de sentir su abrazo. Su
pérdida fue repentina. Habían partido en octubre de 2005 a California, donde
tienen una casa. El 14 de diciembre, Anguiano se empezó a sentir mal, creían
que era gripe, pero resultó una angina de pecho que obligó al Estado a
movilizar un avión de la Fuerza Aérea para repatriar al artista. "Fue
un shock. Nunca había estado tan cerca de la muerte
y sucedió con el amor de mi vida", recuerda. Brigita
no se dejó paralizar por la pena; al contrario, tomó impulso. Y dejó atrás
las reglas: clasificó la obra de Anguiano, empacó sus libros en cajas,
preparó nuevas exposiciones... siempre bajo su guía. "No
estoy loca todavía, no voy a decir que escucho voces o que lo veo, pero me
guía mentalmente. Cuando tengo que tomar una decisión, pienso un rato y me
viene la respuesta". Hay una
última orden que Anguiano le dio en vida. Al fallecer no le dijo "te
amo, te amo", recuerda; le hizo un regalo mayor. Le pidió asegurarse de
que nunca llevaran sus restos a la Rotonda de las Personas Ilustres; quería
descansar por siempre en su capilla del Panteón Jardín junto a ella y Tajín, al que paseaba sin falta cada día al cuarto para
las 3, poquito antes de comer. |