El color de las letras

 

Dolores Garnica

 

Roberto Rébora lleva muchas curvas en su nombre. Perfectas y regordetas como las tres oes. Sensuales e inacabadas como las cuatro erres. Curvas que llevan en su ombligo un delicado diámetro, el pretexto para ese breve silencio que intenta, pero no puede, por ser una e, completarse en un círculo. «Las letras son un dibujo, al fin y al cabo», murmura Rébora. Lector completo, pero sólo en voz alta, por las noches, con el verso en los labios y el pincel en la mano, el pintor busca en su Taller, el título de su exposición en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara, reunir sus dos grandes pasiones: la pintura y los libros.

 

Rojos o azules. Grandes formatos en óleo. Hombres, mujeres y niños en solitario o en muchedumbre. Que ladran o se abren de piernas. Curvas delgadas y pinceladas suaves. Es difícil creer que Rébora, el que confiesa trazos «rápidos, manotazos ansiosos, vehementes, con deseos de poder encontrar un organismo vivo entre las masas, entre la línea», logre formas tan delicadas, como entre la bruma de un sueño o de una película antigua. El artista deduce que pelea con el lienzo, que intenta «tomar al vuelo las imágenes que andan en el aire», renovando la sensación que recibe de los versos que lee cada noche. Esas estampas confusas que se repiten y cobran vida desde un grupo de dibujos: desde las letras ordenadas de un verso.

 

Entre 15 y 20 pinturas. Más los 33 libros facturados artesanalmente por el propio Rébora, Gilberto Moctezuma Romero y Jorge Jiménez, integrantes de Ditoria, la editorial que también recibe homenaje en la muestra. Habrá que leer los colores y las formas y contemplar las páginas impresas de poesía, cuento, monografía y plástica, el material con que Ditoria se nutre.

 

La pintura que recita

Varios manchones en la pared. Azul, rojo, violeta, negro, naranja o rosado sobre el muro blanco del taller de plástica en Guadalajara, el sitio donde prueba los colores el artista tapatío que desde hace cinco años no mostraba obra en la ciudad. Para Taller, la intención de Rébora es que el asistente «entre como en una página abierta. Entre lo que motiva la lectura y la solución probable de las imágenes que la lectura motiva. La idea es relacionar los libros con mi manera expresiva más inmediata, los pinceles».

 

Un pantalón café cubierto de pintura. El auricular del teléfono salpicado junto a una silla de madera, donde Rébora comienza a recitar versos de la memoria. Para pintar: William Carlos Williams, Charles Baudelaire y Gerardo Deniz. Para leer: José Clemente Orozco. De allí a intentar «encontrar la forma que vaya más allá de un mero ejercicio estético, para encontrar la sensualidad, el erotismo de la pintura, y su posibilidad de dar una lectura personal del mundo». Ante un lienzo, Rébora escribe: «Todo está en juego. Leer y pintar es una práctica simultánea; leo poesía permanentemente y la pintura es lo que resulta. La tela es el espacio para poner en escena estímulos primarios; la pintura libera emociones y a la postre crea formas cerradas. Y es allí donde me expreso».

 

Cada cuadro del artista es el resultado, no de uno —«no son ilustraciones, para nada»—, sino de decenas de libros. «Mis pinturas son ecuaciones formales que, de llegar a tener un significado, tendré que descubrir en el proceso de producción». Rébora, para comenzar a trabajar, no necesita caballete (recarga el lienzo sobre un banquito) ni concepto ni boceto ni idea ni reflexión previa. Para las piezas que integran Taller sólo se necesitaron dos meses y un impulso. «Pintar es como una conversación, una de ésas que uno intenta que sean ordenadas o lúcidas, pero que casi nunca ocurren. Cuando dialogo con el cuadro siento desamparo y ansiedad, pero también lucidez, porque es un trabajo racional».

 

Desde la caricatura, su primer oficio. «La niña precoz», en 1993, cuando Rébora cree que comenzó su trabajo plástico más maduro, un equilibro erótico y una mirada perversa en dibujo. Después llegó «Futura», una mirada urbana donde, por primera vez, la línea recta inunda grandes espacios, para llegar al trabajo anterior a Taller: «Pintura de carácter onírico y formas deliberadamente ambiguas». Ahora regresa al dibujo como sello primordial de su plástica, en óleo, y pudo elegir el grabado, otra de sus técnicas maestras. No fue un regreso al principio, más bien una vuelta de página natural: «Los cuadros me dictan. Soy yo quien merece los cuadros que hago. Es como si estuvieran antes y sólo se aparecieran. El pincel va más rápido que la posibilidad de premeditar, de idear un proceso analítico. El cuadro siempre se antepone a mis deseos».

 

Rébora piensa mientras pinta. En un instante se integran una idea, varios brochazos, una forma, una historia y hasta un personaje, sin que el pintor se entere hasta que da algunos pasos atrás y observa sorprendido lo que quedó en el lienzo. La pintura le declama y la poesía le pinta, allí no hay misterio: cuando Rébora trabaja sabe bien si carga de más un pincel, si es débil o si no posee equilibrio. «Asumo mis cuadros, soy responsable de ellos, pero creo que también está implícita la condición de mirar más allá. En ningún momento veo con complacencia mi trabajo, al contrario, soy muy crítico. Algún día espero aceptar que me pertenecen, con la totalidad con la que los creo».

 

El verso que pinta

Roberto Rébora tiene letra delgada, escribe como con una prisa que sólo encuentra pausa en los dibujos. Junto a los versos que lee se observan figuras extrañas, próximas a su obra pictórica, nacidas de una imagen. «Cuando leo pinto los cuadros más bellos. La lectura me procura imágenes, la lectura es un gozo grande, es el gran teatro de lo imaginario. Me gusta la palabra».

 

Así nació Ditoria hace tres años, cuando llegó una antigua tipografía a su taller, donde se reunía con amigos a leer poesía por las noches. El pequeño atisbo al mundo editorial cobró forma más tarde, cuando llegaron un editor y el primer libro, del que sólo existen ocho o nueve ejemplares; del segundo, doce o trece, así que Ditoria creció y hasta ahora ha publicado, de forma artesanal, libros ilustrados, poesía, monografía y un par de cuentos. Trabajo de ocho meses por libro y después al correo, pues la editorial se mantiene primordialmente de suscripciones.

 

Taller, la exposición, cuenta con la colección completa de Ditoria, más 20 textos elegidos para que el público aprecie el trabajo más de cerca. Libros que se adecuan al escritor, no escritores que se adecuan al tamaño, a las páginas o a las ilustraciones dictadas por su editorial. «El trabajo manual personaliza tu relación con el mundo, por eso insistimos en que sea un libro artesanal, único». Ditoria, para Rébora, significa la mitad de su vida, la otra es la pintura, y ya no puede dividir una cosa de la otra. «Necesito leer».

 

Taller se inauguró el 2 de marzo, y se clausura a finales de abril, en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara. Más información en www.museodelasartes.udg.mx

 

 

 

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