Rodrigo Medina (Guadalajara, 1973)

Es interesante encontrar en las nuevas generaciones la preocupación por mantener viva la pintura, en una época en la que los ordenadores están sustituyendo las herramientas tradicionales de los artistas y el estilo de vida de Occidente nos aleja cada vez más de la contemplación reflexiva que implica la pintura como discurso de la inteligencia.

            Digno de destacarse en la obra de Rodrigo Medina es, precisamente, su acuse  de cierto rigor técnico. Trabajos de gran formato donde la figura casi llena la totalidad del lienzo, generalmente rostros de expresión dura pero de trazo delicado y preciso; o el claroscuro rembrandtiano en alguno de sus pequeños formatos, una especie de homenaje-extensión de las ideas de Javier Campos Cabello, en los que integra también elementos “informales” como la caligrafía y algunas líneas demarcantes.

            El arte, a lo largo de la historia, ha sido llevado por un invisible hilo conductor que le ha dado un desarrollo coherente. Del Chac-Mool a Hery Moore, del arte primitivo a Picasso, y así sucesivamente, las referencias y consecuencias se van encadenando hasta el trabajo de los artistas actuales.

            La pintura de Rodrigo, de alguna manera, refleja sus certidumbres y sus dudas, producto de una sensibilidad comprometida hasta la búsqueda. Su trabajo, sin duda, lo ubica como uno de los pintores destacados de esta reciente generación de artistas en camino hacia el siglo xxi.

 

Rogelio Flores Manríquez