SERGIO GARVAL (Jalisco, México, 1968) / Rituales / Pintura

Galería de la SHCP, México, D.F.

Por Rafael Alfonso Pérez y Pérez

La vista siempre debe aprender de la razón
Johannes Kepler

Sergio Garval retrata a través de su obra escenas colectivas o conglomerados situados entre vida y teatro, repletas de personajes anónimos y llenas de sutilezas y ambigüedades, ligando la imagen a la transitoriedad, mediante formas descoyuntadas poderosamente espontáneas, que podrían situarse dentro de un planteamiento goyesco, en el que se reconoce el drama agudo, franco y expresivo de la condición humana; así como la visión negativa de la experimentación vital, la indefensión, la soledad y el sarcasmo, que dotan de gran sentido trágico a la representación existencial del hombre.

En su obra puede apreciarse el enérgico empleo de la luz y del color, para conseguir ambientes de gran violencia formal y de contenido. En ella se aprecia la intención de liberación para transferir al trabajo sentimiento y subjetividad en predominio sobre la razón, expresando así emociones desgarradoras.

Sergio Garval es creador de un discurso personal y postmoderno que podría situarse dentro del neoexpresionismo, en el que poética y agudeza se conectan imprescindiblemente, para revelarnos la paradoja que se establece entre la subjetividad y la objetividad, ofreciéndonos una dilogía visual de amplios significados, cargada de yuxtaposiciones e imágenes metafóricas poderosamente intuitivas, que nos permiten huir para instalarnos en un mundo artificial no idealizado. A pesar de su aparente veracidad, abre en su obra la puerta de la locura y la pasión, propias de la condición humana, para alejarlo de lo convencional.

Garval es un artista poseedor de una visión profunda y trágica, así como de un lenguaje de complejidad compositiva y pictórica, en el que recoge las lecciones de un realismo de carácter emocional y expresivo, para manifestar un deseo incontenible de devastar y examinar la expresión del ser, a través de la deformación de las imágenes, transmitiéndonos la otra verdad, la suya, poblada de personajes grotescos que rozan a lo caricaturesco; entes poseedores de un irónico sentido del humor, en los que cada detalle ilógico agregado a través de sus deformaciones, producto de su de su fabulación plástica, delatan una mirada diestra en captar los valores del entorno adyacente, el que sí existe. Poniendo así de manifiesto su libertad absoluta para reproducir y distorsionar a través del dominio técnico en el que establece un diálogo entre los elementos formales y conceptuales.

Para Sergio Garval "los personajes participan en diferentes contextos, que los vinculan en una acción obsesiva de un acto, en algunos casos repetitivos. El acontecimiento, las circunstancias y las situaciones se convierten en manifestaciones rituales”.

Esa teatralidad en la que Sergio Garval funda sus imágenes, tiene su origen en la herencia griega procedente del mundo ritual, la cual aporta a esta muestra la idea propia de la contemplación y especulación del que acude, el impacto y la reflexión de la creación plástica. Es así como podemos decir que a través de su obra, como toda expresión que se convierte en lenguaje, busca en la imagen ritualizada, analógica y cíclica, aquella que se contagia de magia, generando un artificio ajeno al criterio de veracidad.

SERGIO GARVAL; PARA VER SIN PERDONAR

Por Santiago Espinosa de los Monteros

Una de las primeras cosas que llegan hasta nosotros, de manera brutal y sin concesiones, es el trazo enérgico de la pintura de Sergio Garval. Este carácter recio con el que aborda no sólo a quienes habitan en su pintura sino las situaciones en la que se devienen las más crudas escenas, le hacen ser uno de los creadores actuales más llamativos en cuanto a su mirada descarnada a una sociedad que no tolera más los beneplácitos ramplones.

Ganador recientemente del la Bienal Nacional de Gráfica y Dibujo Diego Rivera y seleccionado en la última versión de la Bienal Rufino Tamayo, ambos sucesos en 2004, Sergio Garval ha ocupado en muy poco tiempo la atención de un público aparentemente cansado de enfrentarse cíclicamente a trabajos que mueren después de la primera mirada.

Una estructura interna nos delata un autor consecuente con su temática. De la misma manera en la que su trabajo no deja espacio para la complacencia, tampoco lo dejan los asuntos que aborda.

Garval lanza su mirada a un mundo en el que había salones de belleza, antes de que aparecieran las estéticas (¿qué dirían Hegel y Kant en un recorrido urbano que incluyera esas sorpresas?...) y las relamidas salas de espera “lounge”, de los Spá a los que se llega a perder el tiempo, —invertirlo en uno dicen que no es perderlo, pero ¿y pagar por ello?—. Sillas de peluquería antigua, carritos de supermercado, bases para sostener objetos, esas son las referencias que este autor utiliza como puede verse en el corpus de su trabajo, y que aunque no se encuentran desprovistas de una temporalidad absoluta, sí están fechadas en los objetos y las cosas que nos refieren de manera directa e indudable a las significaciones que poseen esas cosas

Las mujeres que en su desnudez nos recuerdan a las que José Clemente Orozco miró en los burdeles y en las fiestas de los ricachones, habitan ahora los baños que con tanta insistencia se reconstruían por los pintores viajeros de hace dos siglos que tocaban Marruecos, que se asomaban a la Italia clandestina de preguerra. Y también está Goya, con su mirada descarnada, potente, de una realidad que hay que ver sin afeites ni perfumes… Ahí están las mujeres de cuerpos reales, pero en carritos del supermercado como esos, justamente, en los que se pone la mercancía

Habitación con Bañista es la recia presencia de un personaje de edad indefinida, de sexo indefinido, pero de soledad evidente. Su pequeñez acentuada en la inmensidad de un espacio nos ubica en la posición de quienes miramos una escena y nos encontramos impedidos para hacer nada, para acceder a ella, para intervenir con quien miramos. Estamos condenados a ver, sólo ver…

En Historias de Mesa vemos cómo unas mujeres diminutas habitan un plato con un tenedor cerca de ellas; ¿serán pronto engullidas? ¿son el platillo? Cosificarlas, ahora como alimento, es también tomar una distancia respecto de la presencia de la mujer en la cotidianeidad pero sobre todo en su cercanía con el rol ocupacional que prototípica y socialmente se les asigna, que es la de preparar los alimentos para la familia, no importa que, a la vuelta de los años y que por esa y otras actividades más igualmente enclaustradotas, ellas mismas sean el platillo a consumir.

En Muñecas, las mujeres sostienen cada una extremidades de juguetes antropomorfos a los que en ocasiones parece que desean reunir, otras veces agresivamente desmembrar de modo irreversible. ¿Son los hijos? Esta reunión de mujeres ¿está ahí para escenificar una burda alegoría del aborto en el mejor estilo Pro Vida?

La escena de Perros Calientes es quizá una de las más violentas en cuanto al tratamiento que Garval da a la colectividad que comparte una circunstancia. Sangre al centro de un redondel, personajes desbocadamente irracionales en sus actividades, un hombre devora algo mientras que otros comienzan a quitarse la ropa.

Tiempo de Compras es también una de las obras capitales en cuanto al tratamiento de una figura desgarradoramente presente ante nosotros y en circunstancias que implican adversidad. Una persona de pie sobre un carrito de supermercado, en frágil equilibrio, portando una bata de hospital y lanzando una mirada de abierta confrontación, inquieta no sólo por el entorno sino por una presencia que resume la fuerza y condición de muchos de los personajes de su trabajo.

Sin duda uno de los aportes más importantes es su cruda mirada hacia representantes de la iglesia católica. Se trata de prelados en situaciones adversas, rota por completo la acartonada manera en la que suelen ser tratados por los medios de difusión y muy lejana al respeto que muchas veces sin merecer solicitan. Ya lo hemos visto, son protagonistas con frecuencia de escándalos oscurantistas, nexos con las mafias, defensores de las causas más incoherentes (la prohibición sistemática en el uso del condón sería quizá un botón de muestra), y pedofilia amplia y profusamente documentada, aunque de igual manera perdonada en el manto púrpura de una estructura eclesiástica que se niega a someterse a las leyes y adaptarse a la contemporaneidad.

Un Día como Cualquiera es igualmente revelador de una violencia exacerbada en la que, de paso, también personajes vestidos con los ropajes de los jerarcas eclesiásticos (los “Macarras de la moral”, les dice Juan Manuel Serrat), interactúan con otros seres cuyo sufrimiento es brutal; mutilados sus cuerpos, derribados y rodeados de la frase patibularia: UN DÍA COMO CUALQUIERA que a manera de corral los deja presos en una cotidianeidad sin remedio.

Una de las piezas capitales de esta muestra es indudablemente Añoranzas de un Dictador. No sólo por los tiempos que corren, ni porque este haya sido un tema que cíclicamente se aborda cuando brotan en todo el mundo quienes se abrogan el derecho de mandar a su antojo sin atender a los gobernados o a quienes les representan, sino por la impecable estructura compositiva y referencias decimonónicas que, no obstante su distancia en tiempo, continúan vigentes y plenas de significados que delatan de manera clara el “quién es quién” dentro de una disposición dictatorial: los militares, la iglesia representada por un obispo que, con su nariz enrojecida, se cae de borracho, un pueblo desnudo y la beatertía hincada que mira con embeleso y sin preocupación cómo un jinete se ha montado al revés en un caballo acéfalo (¿o será sólo que no se le ve la cabeza?), mientras otro personaje, seguramente enemigo político del que ahora ostenta el mando, permanece sentado, con una banda patriótica cruzándole el pecho, pero esta vez desprovisto de su investidura, desnudo y con la cabeza y cara cubiertas con una capucha, similar sin duda a aquellas que tanto se usan no sólo en las dictaduras sino en los regímenes fingidamente democráticos que ejercen la violencia subterránea para la preservación del frágil estado de derecho.

Sergio Garval es uno de los creadores que ha preferido poner las cosas en claro a partir de su obra y sin dar tregua a quienes quisieran leer en su trabajo bidimensional sólo esa parte de la historia en la que se nos refieren artificiosas situaciones idílicas, lejanísimas de la realidad. Sin ser documento, nos informa, y sin ser sólo alegoría nos ilustra y refiere. Leamos con cuidado, hay que tener claro que la hostilidad puede tener muchas facetas. Una de ellas es esta maravillosa y perversa posibilidad de convivencia con obras que nacen de una personal y honesta confidencia; declaración de principios: delación fundamental de un mundo que a veces queremos desatender.

SERGIO GARVAL

Jalisco, 1968
Realizó estudios en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, en los talleres de xilografía y pintura de los maestros Aurora Guerrero y Luis Nishizawa, y en el extranjero en el Summer Studio Residency New York, School of Visual Arts, New York, E.U.A.. Ha participado en más de ochenta exposiciones individuales y colectivas y su obra ha sido merecedora de una decena de premios en certámenes nacionales; por su trabajo se le otorgaron las becas del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco (1994-1995) y CONACULTA–FONCA (2003-2004); asimismo, a ampliado su experiencia hacia la labor docente en la carrera de Artes Plásticas en el Instituto Cultural Cabañas.

Garval traduce lo que su imaginación le dicta, y en consecuencia, convierte su comunicación con el mundo en un lenguaje visual cargado de intensidades. Entre sus personajes, mujeres grotescas muestran su desnudez mientras portan tocados de flores en un vanidoso desfile. Imposibles de pasar inadvertidas, sus obras se caracterizan por una exuberancia orgiástica que representa en conjuntos de personajes anónimos en situaciones de realidad y teatralidad, llenas de sutilezas y ambigüedades, que permiten asomarnos al drama agudo de la condición humana; y a visiones negativas como la indefensión, la soledad y el sarcasmo. El uso enérgico de la luz y el color, le permiten crear al artista, ambientes de gran violencia formal, en los que predomina el sentimiento y la subjetividad por encima de la razón. A través de emociones desgarradoras, Sergio Garval se aleja de lo convencional y abre en su obra la puerta de la locura y la pasión. La teatralidad en sus imágenes tiene su origen en la herencia griega procedente del mundo ritual, que aporta a esta muestra el impacto y la reflexión de la creación plástica.