ensayo de MARIANA TERAN FUENTES
Relatos de lealtad. Zacatecas: de la fortaleza amurallada por sus vasallos a la ciudad republicana

LA TRADICIÓN SERMONARIA NOVOHISPANA EN EL IMAGINARIO CULTURAL DE LA LEALTAD

 

El género de la oratoria sagrada fue el más prolífico durante el periodo virreinal.5 Su alta producción se debió, en gran parte, a que fue un canal por el que circularon historias y mitos que ayudaron a refrendar la lealtad al trono y al altar.

Además de las funciones de tabla que la iglesia católica consignaba donde se atendía al sermón, la Nueva España conoció diversas circunstancias azarosas y contingentes para mandar su elaboración.6 Para este tipo de situaciones, el cabildo era el cuerpo político que por costumbre solicitaba a las distintas comunidades religiosas de la ciudad la elaboración del "sermón de rogativa" con el fin de que fuera un medio para alcanzar la atención divina y resolver el momento de crisis y emergencia. Los sermones que se realizaron con tal objetivo, son una muestra del "discurso de la calamidad" que caracterizó una parte del imaginario cultural novohispano. Este discurso de la calamidad se definía por una relación providencial donde la mano del altísmo castigaba la soberbia y vanidad de los hombres a través de enfermedades, epidemias, crisis, hambre y muerte:

Poned los ojos solo en esta ciudad de Zacatecas: mirad la soberbia ¡qué ha sido de sus vecinos! ¡qué vanidad! ¡qué profanidad en sus trajes! ¡qué altivez! ¡qué hinchazón! ¡qué desprecio de los pobres! La avaricia ¡qué arraigada! No se ve otra cosa en sus calles y plazas que la usura paliada y el engaño en el comercio.7

El discurso de la calamidad expresado en la retórica sermonaria del siglo XVIII, establece una compleja relación entre los hombres y Dios: los primeros son castigados por sus desórdenes mundanos, por caer en pecados como la gula, la vanidad, la lujuria, la soberbia, mientras que Dios es el que imprime el castigo que, en ocasiones -ejemplar- no deja lugar más que a la resignación de los hombres.

Otro tipo de sermones de ocasión fueron dados a la luz pública por la dedicación de templos, altares, retablos y fiestas religiosas de acción de gracias. El predicador hacía una apología de la obra construida valiéndose de analogías con algún pasaje bíblico.

Tres cosas son las que componen principalmente el material de nuestra nueva capilla: cimiento, pared, bóveda: y tres son las virtudes principales que componen nuestro edificio espiritual: fe, esperanza, caridad. Así San Pablo: Fides, Spes, Charitas, tria haec. La fe es el cimiento; la esperanza la pared; la caridad el techo o bóveda.8

Era ocasión para recordar quiénes habían pagado los costos de la construcción, lo que formaba parte de las relaciones simbólicas que, para el caso de la ciudad de Zacatecas, se establecían entre la iglesia a través de sus comunidades religiosas y los mineros y comerciantes, que encabezaban la elite económica de la región. El papel que jugó el cabildo en esta interacción simbólica fue central: como mediador establecía el puente en el que se llegaba a acuerdos como los motivos para pedir la elaboración de un sermón, el día de la celebración, quiénes debían asistir a la banca del cabildo, a qué predicador se debía solicitar el discurso y de qué fondos pagarlo.

La pieza oratoria buscaba cumplir con la virtud del honor que en el sistema monárquico debía resaltar a los leales vasallos por encima del resto: el predicador, desde lo alto del púlpito, pronunciaba el nombre de algún mecenas peninsular recompensándole su generosidad con la singularidad de nombrarlo en público (si su nombre se imprimía una vez sacado a la luz el sermón, tanto mejor). Cuando el predicador estaba por cerrar su panegírico, era el momento de distinguir al personaje cuestión. Se agradecía a los que por su generosidad se habían congraciado con Dios a través de la donación del retablo o de la capilla. Se trataba de un rasgo de distinción que era bien valorado por la cultura novohispana: ser el primero. El término de preeminencia fue uno de los vocablos socorridos por las instituciones que, como el cabildo, indicaban quién de los que lo integraban estaba por encima del resto.9 Ser el primero entre los primeros fue una distinción simbólica en la que se afianzaron las virtudes monárquicas del honor y de la lealtad. Si el sacerdote mencionaba a un vecino de la minería o del comerio, eso ayudaba no sólo al reconocimiento ante los demás en la atmósfera de un espacio público sagrado, sino dejar abierto el canal para conseguir nuevos actos de piedad de los mecenas que, al escuchar su nombre desde el ambón, suponían el llamado a mantener ese lazo de mutuas conveniencias para asegurar su entrada y lugar en el reino de los cielos.

Los sermones novohispanos reúnen un conjunto de circunstancias que nos permiten explicar las intenciones institucionales, las preocupaciones de la época, los tópicos del periodo, las tradiciones literarias y la eficacia que tuvieron en el imaginario del antiguo régimen los rituales sagrados. El discurso sermonario estaba consignado como el texto por antonomasia del decir verdad. Si lo decía el predicador, era tomado como un criterio de autoridad por los grupos sociales que se involucraban en los rituales religiosos católicos. El predicador se convirtió en un líder cultural que reunía simbólicamente en el púlpito dos tradiciones: la judeocristiana (en el monte, en lo alto) y la clásica grecolatina (la tribuna del orador). Además se recordaba que el primero que debía seguir los preceptos de las virtudes cristianas debía ser él, para que se constituyera en ejemplo ante los demás. Fue la época dorada de la prédica, donde el sacerdote se volvió un líder en los asuntos de la vida social y del edificio moral de ciudades, villas y pueblos más que un exégeta de las escrituras sagradas. El discurso religioso fue valorado por su utilidad social.10

Los diversos asuntos de la prédica durante el antiguo régimen, dieron cuenta de que la circunstancia social se impuso en el ejercicio de la palabra, lo que demuestra que ésta no fue una construcción atemporal y autónoma de la realidad social, por el contrario, se volvió parte del correr de la voz pública dirigida a las elites, a las instituciones y a la grey. El momento de la prédica puede definirse para el siglo XVIII como la sacralización de los asuntos mundanos en la esfera pública con fines moralizantes. Los asuntos que pasaron por los ayuntamientos fueron los mismos asuntos que pasaron por el púlpito. Dos instituciones reconvenidas en la necesidad de la colaboración recíproca.

Si el lector observa un sermón barroco, notará la abundancia de recursos retóricos, la complejidad de la estructura narrativa, las cadenas de analogías que arman el "todo artificioso" como lo identificara Martín de Velasco en su preceptiva Arte de hacer sermones. La retórica, como el arte del bien decir, estableció menudas conexiones entre el modelo bíblico con el asunto en particular que se quería argumentar para enseñar, mover y deleitar. Ser artífices de la palabra era conocer a detalle la estructura de la Biblia, tomar pasajes del Antiguo Testamento en alusión a la fecha y motivo y que este ejercicio funcionara como un basamento de carácter hermenéutico para adaptarlo a las situaciones locales. El recurso de la analogía fue un tipo de argumento por el que el sermón tuvo resonancia en el mundo novohispano. De esta forma, se establecieron "semejanzas de relación"11 entre algún pasaje bíblico, con la realidad religiosa y política novohispana para explicar por ejemplo, por qué Zacatecas fue considerada una ciudad elegida por Dios. El artífice de la palabra conocía de estilos, de preceptivas sobre el arte de narrar; contaba con un abundante léxico, así como con símiles y exempla tomados de otros acontecimientos históricos de épocas pasadas contenidas en las historias universal y bíblica, para interpretar el mundo social local que le tocó vivir. El predicador consultó en las librerías conventuales, prontuarios, florilegios, diccionarios, manuales, gramáticas y retóricas. Su producción sermonaria se inscribió en un sistema literario en el que fluía continuamente el tránsito de la oralidad a la escritura. Sermones escuchados por el auditorio, fueron después solicitados por algún prominente minero o comerciante de la ciudad para sacarlo a la luz, o sermones impresos y que armaban sermonarios, se volvieron a tomar de ejemplo por algún predicador para exhorto y persuasión a su auditorio con motivo de una particular circunstancia.

Las librerías conventuales de las ciudades novohispanas son un rico alambique que guarda valiosos impresos que seguramente fueron de gran ayuda para los religiosos que se ocupaban en el arte del bien decir.12 Hacer un sermón llevaba su tiempo porque era una pieza literaria que, jugando con el artificio de la palabra, tenía la finalidad de la persuasión de su auditorio.13 Se tratara de un sermón de tabla o de un sermón de circunstancia, el predicador tenía que echar mano de sus tratados para hacer un buen discurso con el fin de que llevara alma. iba de por medio su prestigio como orador y las relaciones sociales y políticas de la elite que lo escuchaba.

Los púlpitos fueron el lugar simbólico en que se acostumbraba que el predicador emitiera su pieza oratoria. Desde lo alto de los templos, los párrocos y sacerdotes podían identificar claramente quién acudía a misa, la atención que recibía su pieza oratoria, la gestualidad del auditorio al momento de amonestarlo o las miradas de complicidad con algunos de los regidores que se ubicaban disciplinadamente en la banca del cabildo -tribuna privilegiada donde sólo unos cuantos podían acceder-.

La estructura en la que se sustentaba el artificio narrativo era una hermenéutica analógica, donde se establecían argumentaciones complejas basadas en "semejanzas de relación" (A es a B lo que C es a D) para armar, con argumentos de autoridad, los objetivos que el predicador pretendía dejar asentados en su auditorio. Esta relación de semejanza permitía que el sermón guardara un vínculo directo con las sagradas escrituras y a la vez que éstas sirvieran de pilar indiscutible -como argumento de autoridad- para la ejecución de los enunciados de circunstancia que el predicador pretendía adaptar.

Entre los sermones que ocuparon la atención sobre eventos relevantes, se encuentran los dedicados a las bodas y exequias de la familia real, ocasión privilegiada para que se refrendara la lealtad a la corona. Era ocasión para que el cabildo invitara al vicario, a los prelados, a las comunidades religiosas, a los principales vecinos del comercio y minería de la ciudad de Zacatecas para que asistieran y festejaran los desposorios del príncipe de Asturias con la infanta de Portugal. Para tal fin se encargaba un sermón, el cual debía de mostrar los principales atributos y virtudes de los personajes. Repiques de campanas, hachas y luminarias por los balcones de las principales casas de la ciudad, del ayuntamiento y del real palacio donde habitaba el corregidor, eran parte de la escenografía urbana que atestiguaba el pacto de la lealtad del vasallo con su rey. El predicador enumeraba las virtudes del monarca: sea para recordar el pacto donde se describía la imagen del rey justo, o para distinguirlo de los anteriores monarcas. La ocasión servía además para mostrar públicamente a través del juramento de lealtad, la adhesión de los vasallos a la corona.

NOTAS

Para la realización de este ensayo, fueron de invaluable ayuda los comentarios sobre la ciudad de Zacatecas de Jesús Eduardo Cardo-so Pérez a quien agradezco su disposición para hacerme inteligibles los dibujos realizados del ciudad de Zacatecas en el siglo XVIII.

1 Entiendo por relato de lealtad la formación de narrativas históricas que contienen una estructura sintagmática y paradigmática ordenada que le da sentido y coherencia a un determinado imaginario colectivo. En estos relatos de lealtad participan tanto elementos míticos fundantes como acontecimientos de carácter histórico. Los relatos se valen de acontecimientos centrales que, ordenados cronológicamente, dan cuerpo a la narrativa en cuestión. importa destacar que se trata de una construcción de sentido, esto es, con coherencia, elemento fundamental que se maneja social y políticamente para ajustar acciones y voluntades en el arco temporal que abarca el relato. El relato de lealtad es un elemento fundamental en la formación de la memoria histórica que ayuda a legitimar una determinada forma de gobierno. Para mostrar lo anterior, me valdré de los discursos sermonario y cívico que dan cuenta de este proceso de resemiotización.

2 véase Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. (Un estudio sobre las formas del discurso político), México, Fondo de Cultura Económica, 2005. Palti sostiene la idea de la formación de lenguajes políticos permeados de su propia historicidad. Bajo la comprensión histórica de los mismos, es posible explicar la dimensión política. Esto permite no encajonar al discurso como un acto de respuesta a marcos preestablecidos, p. 34.

3 ibid., p. 37.

4 ibid., p.32.

5 Carlos Herrejón, "La oratoria sagrada en la Nueva España", Relaciones. Estudios de historia y sociedad, Zamora, El Colegio de Michoacán, 57 / 60-63,1994.

6 A lo largo del siglo XVIII en la ciudad de Zacatecas, se produjeron sermones de circunstancia relacionados directamente con contingencias como crisis de grano, de azogue y de agua, epidemias y hambrunas. El cabildo era el encargado de solicitar a las diversas comunidades religiosas la elaboración de una pieza oratoria. El Archivo Parroquial de Zacatecas (APZ) cuenta con un corpus significativo de sermones manuscritos que atienden a este tipo de situaciones de emergencia.

7 José Guerra (fr), Edificio espiritual en que se coloca la imagen de Cristo Crucificado, México, imprenta Francisco de Rivera Calderón, 1717.

8 ibid.

9 En esa dirección, las dedicatorias de los sermones cumplieron también el papel de singularizar y poner en relieve el nombre del preminente. Se dedicaban al rey, al virrey, al obispo, al gobernador de la Real Audiencia o a algún conde. Una de las intenciones de este tipo de dedicatorias era asegurar la relación política, agradecer un favor o preparar el terreno para pedir otro favor. Todo ello, desde mi perspetiva, ayudó a formar el lenguaje de la lealtad a la estructura monárquica que funcionó en la Nueva España. véase de Roger Chartier, "El príncipe, la biblioteca y la dedicatoria en los siglos XVI y XVII ", Hira de Gortari y Guillermo Zermeño, Historiografía francesa. Corrientes temáticas y metodologías recientes, México, CFEMC, CIESAS, UNAM, instituto Mora, Universidad iberoamericana, 1996,51-75.

10 Domenique Julia, "El sacerdote", Michel Vovelle et al. El hombre de la ilustración, Alianza, 1995,361.

11 Perelman-Tyteca, Tratado de la argumentación, Madrid, Gredos, 1989,569.

12 Entre algunos de los manuales más representativos que se usaron para su consulta, fueron el de Martín Velasco, Arte de sermones para saber hacerlos y predicarlos, Cádiz, 1728 y el de San Antonio y Moreno, Construcción predicable y predicación construida, México, imprenta de José Bernardo de Hogal, 1735.

13 Mariana Terán, El artificio de la fe. La vida pública de los hombres del poder en el Zacatecas del siglo XVIII, Zacatecas, Universidad Autónoma de Zacatecas, instituto Zacatecano de Cultura, 2002.