
“En el arte, la
magia es cuando ves en la obra otro mundo y te metes en él y empiezas a ver
por dentro que es algo inexistente, pero que te hace sentir como niño o como
anciano”
“Soy un buen truquero”
Hace arte que sí
se puede tocar, y entre él y su obra hay una relación de profundo placer. Recuerda
sus amores y sus principios, además revela algunos secretos.
Perfil
- Nació en Guadalajara, el 11 de diciembre de 1948. Pintor y escultor, ha
expuesto su obra en diversos países. Es autor de la Sala de los Magos, la
serie de esculturas con forma de sillas que están frente al Cabañas. Tiene
figuras similares en Puerto Vallarta y otros
lugares. “Lo que hago va dedicado especialmente a mi hermana María Eugenia”,
señala.
Es cierto que trabajó en un circo?
Sí. Como en 1973 o 74. Tenía 23 años y en aquella época mi temática era el
circo. Tenía yo muchos recuerdos porque mi nana me llevaba mucho. Pero no fue
esa la razón principal sino que con un amigo conocimos a dos muchachas que
trabajaban en un circo y yo me enamoré feamente de una trapecista, salimos un
par de veces, pero después no me sacaban de ahí, (risas).
Qué hacía?
De todo, en los desfiles del final me vestían de payaso y yo me sentía
soñado. También limpiaba la pista y bañaba a los elefantes. Mi intención era
viajar con ellos, pero me quedé y lloré a la trapecista. Nunca la volví a
ver, fue un amor flamígero. Ella aparece en mucha de mi obra.
Qué aprendió en el circo?
Que son una familia muy unida, artistas muy completos y personajes mágicos
que se preocupaban mucho por hacer que las personas salgan contentas.
Usted busca que la gente sea feliz con su arte?
No es mi prioridad. Primero trataría de hacerme feliz yo trabajando. Incluso
hay obra que sale muy fuerte, pinturas muy deprimentes.
Cuándo descubrió su vocación?
Desde que tenía diez años jugaba a ser pintor. Tuve la fortuna de tener
hermanos artistas y me gustaba mucho ver a mi hermano Miguel cuando pintaba. El
ambiente, el olor a pintura, se me hacían muy mágicos. Cuando él aventaba la
pincelada me parecía cosa de magia. Él me fabricó un caballete con palos de
escoba.
Por qué estudió arquitectura y no arte?
Un poco por presiones familiares, había que ser profesionista, pero a los dos
años y medio aventé todo al carajo y les dije: “voy
ser pintor”. Pusieron el grito en el cielo, pero empecé a vivir de hacer
bodegones. Pintaba parisinas sin conocer París. Agarraba mis cuadritos y los
vendía en mueblerías.
Le gustaba pintar bodegones?
Lo disfrutaba mucho, estaba descubriendo muchas cosas, el manejo del color,
la intuición de sentir cuando el cuadro te está pidiendo más amarillos o más
verdes.
Cómo se lo pide?
Los colores hablan, están vivos, la tela está viva. Es una reciprocidad, es
llegar a un punto en donde se unen dos y se hacen uno. Yo lo llamo un acto de
amor entre tú y la obra. Es como una especie de pareja, “si tú me das un
beso, yo te doy dos, y luego tres”. Es una relación que conlleva mucho
placer, crear es un acto de amor, hay orgasmos, pero también es doloroso.
Conquista o lucha?
A veces se convierte en una lucha, pero no lo llamaría conquista porque
cuando conquistas algo pierdes el interés. Si yo levanto el pincel frente al
cuadro para decir: “gané la batalla”, se pierde toda esa relación amorosa.
Hay divorcios?
No, aunque a veces hay pleitos y hasta mentadas de madre.
Algunas obras se empeñan en que no las deje?
Sí, por supuesto, hay unas celosísimas que me piden uno, dos o tal vez hasta
cinco años.
Y cuando la termina y la vende?
Tienes que aprender a tener una actitud de desapego.
Hay un placer enorme entre la obra y yo, y después, adiós. A veces es
doloroso.
En qué se inspiró para esculpir sillones con elementos humanos?
A principios de los 80 viajé a Nueva York a visitar
un amigo pintor que cuidaba a su tío o abuelito, una persona que tendría unos
90 años. El señor ya no se levantaba y casi vivía en su sofá. Un día
estábamos tomándonos una chela y vi al señor como una escultura, como si formara parte del
sillón. Me impresionó mucho, agarré un papel y dibujé un sofá con cabeza y
pies.
Por qué sus esculturas se pueden tocar?
Una vez, de chico, fui con mi hermano a una exposición del maestro Ramiro
Torreblanca. Había una escultura hermosísima que me fascinó, me llamaba a que
la tocara y me fui sobre ella. Fue un placer inmenso, estaba como metido en
un sueño, cuando de repente siento un jalón muy fuerte y oigo palabras muy
violentas. Era el guardia que me puso una regañada espantosa. Me traumó el “esto no se toca”. Salí angustiado y dije:
“algún día voy a hacer esculturas para que las toquen, las disfruten, para
que se orinen en ellas, si quieren”.
Sus esculturas son juguetes?
Para los niños pueden ser un juguetazo. A muchos adultos no les interesa si
son obras de arte o no, pero saben que si cruzan por ahí se meten en un
espacio que no es cotidiano. Por ahí llega mucha gente; turistas, teporochos, oficinistas, de todo. El secreto fue:
“tóquenlas, hagan lo que quieran, son para su uso y su abuso”.
Es cierto que la silla orejona está inspirada en Salinas?
No es cierto. Hice el diseño antes de que él fuera postulado. Lo que sí es
cierto es que ya como presidente Salinas iba a inaugurar unas obras aquí. Entonces
don Carlos Rivera Aceves (ex gobernador) me propone inaugurar la Sala de los
Magos. Le dije que sí y me respondió: “Nomás que hay un pequeño detalle,
podrías quitar la silla orejona o aunque sea taparla”, (risas). Le dije que
no. Me preguntó: “entonces que no haya inauguración?”,
y yo: “pues que no haya”. Y no se hizo para no aludir al señor y se sintiera
ofendido como viéndose en un espejo, pero realmente no fue inspirada en él.
Ha hablado mucho de la magia, qué es la magia?
En el caso del arte es cuando te sientes transportado a otro mundo, a tus
propios sueños, cuando te ves en un espejo reflejado y te ves de colores. La
magia es cuando ves en la obra otro mundo y te permites meterte en él y
empiezas a ver por dentro que es una cosa inexistente, pero que está ahí y
que te hace sentir como niño o como anciano, y a veces ves la muerte o ves
cuando naces, esa es la magia.
Usted es un mago?
No, me consideraría un buen truquero, un buen mañoso para hacer magia, pero
no un mago.
Juan Carlos Núñez Bustillos |