LA MÁGIA DE ANA LUISA RÉBORA Descendiente directa del Arq. Jacobo Gálvez, a
quien se debe el proyecto y mural de la bóveda del Teatro Degollado, Ana
Luisa Rébora se inició en clases de pintura desde que tenía tres años de
edad. Algo conserva su familia de aquellas pinceladas infantiles... El público la tuvo frente a sus ojos por primera
vez en un "concurso cultural" convocado por el "Instituto
Nacional de la Juventud Mexicana" y el gobierno del Estado de Jalisco,
en 1976. Entonces contaba con catorce años y recibió un diploma "por
haber obtenido relevante participación en el concurso de pintura". Y
desde entonces su producción ha sido expuesta, comentada, admirada y
adquirida en dos continentes. Por supuesto que en más de un cuarto de siglo de
mostrar en exposiciones diversas su trabajo, es posible apreciar una
interesante evolución en su técnica tanto como en su temática, a partir de
influencias que van de Klee, Chagal y Tamayo, Joy Laville y el argentino
Guillermo Kuitca, quienes la han llevado a retomar "el encanto de sentir
la materia". Un vigor muy especial se encuentra en su manejo
de los colores, que de acuerdo con un crítico: "Es como de dulce o papel
de China. El color no es real. El relato es extra temporal y el espacio no
está en la memoria". Su obra toda es un juego abstracto y surrealista
que vaga onírico en sus telas, mostrando más la fuerza cromática que las
desdibujadas figuras, muchas de las cuales la autora misma clasifica de
"fantasmales". En su evolución surgieron, primero, conchas y
caracoles que recuerdan el legado del hombre Cromagnon y Ana Luisa perpetúa
como símbolos marinos o como sueños de erótica variedad, con profundo interés
en su textura. En ese aspecto está presente la influencia de Tamayo... Para 1983, Ana Luisa está incluida en el equipo
de los "jóvenes valores" del Estado de Jalisco y su producción se
ofreció en el "Jardín del Arte". Entrevistada por la prensa declaró
no creer en la inspiración, sino en el trabajo cotidiano, ya que "siente
a la pintura como un verdadero oficio, al que diariamente le dedica ocho
horas, al que ha entregado su alma y su amor". Por eso entonces publicó un poemario,
complementario de su fina sensibilidad artística, que tituló Papel de
Luna, donde afirma: "Soy como el mar / a veces tranquila, serena / a
veces brusca, insoportable / choco y grito / pero también me rompo en mil
pedazos / soy como el mar". Al año siguiente, en 1984, expuso en el
prestigioso "Centro del Arte Moderno" , fundado y dirigido por el
Ing. Miguel Aldana Mijares, incansable promotor de las artes plásticas en Jalisco.
Esta vez, la obra de Ana Luisa se tituló Muros y fantasmas. Ahí
aparecieron sus "arenas" sobre lienzos elaborados con técnicas
mixtas, con una arcilla que ofrecía texturas vigorosas en extremo y un
riquísimo cromatismo, en más de treinta cuadros. En ellos empleó además de
pinceles, las yemas de sus dedos, al grado de perder temporalmente, hasta sus
huellas digitales con grave riesgo de hemorragia e infección. Después, Ana Luisa viajó por Europa, Norte
América, Asia, hasta llegar a Escandinavia. Muchas influencias bebió, muchas
experiencias se guardaron en su psique, muchas exposiciones la dieron a
conocer lejos de su tierra natal: La "Galería Hallenk-e Alemania";
la "Cleo" en Gamlebyen, en Noruega; otras, en Berlín y Frankfurt; en
California y Texas; en Argentina y Hamburgo, Segovia, en México, en el
"Museo Diego Rivera", la galería de Arte Contemporáneo, en la
ciudad capital; además de Oaxaca, Monterrey, Zacatecas, Puerto Vallarta,
Puebla y Durango. En suma, lleva más de 50 exposiciones en un paso de 25
años. En 1996 trabajó cinco enormes collages y
abandonó la experiencia, por cierto interesantísima, por incluir fragmentos
de cantera y mármol. Se justifica al decir: "Prefiero que en un cuadro
haya 100 por ciento de pintura". Su temática más constante y dramática, ha sido,
sin duda, "Mujeres en soledad" que las muestra como sombras
fantasmales, envueltas en brumas, en nubes, en olas, en grises muy densos, en
azules intensos, pero vistas de espaldas, con una pata de palo,
distorsionadas en su silueta, rígidas y caminando en la mitad de la nada,
carentes de rostro y, por tanto, de expresión. A veces, con las manos atadas;
otras, jalando una barca o en poses rituales con los brazos en alto o pegados
al cuerpo, o cercadas por círculos de diversos tamaños. Y, por fin, en los
últimos años, sus dolientes "fantasmas" contemplan de frente al
espectador, y en algún cuadro, parece que quieren bailar, rodeados de
paisajes vivos en vez de sombríos; sobre arenas luminosas, con moños de tonos
encendidos alrededor del torso; ya no se hunden en el abismo nihilista de una
existencia borrosa, sino que parecen caminar hacia un futuro sonriente. El medio en que la existencia está inmersa brota,
asimismo, en un globo terráqueo y un título fascinante: "¿Qué demonios
quiere Alicia del mundo?", o en una silueta geográfica de México, cuyo
título también es muy elocuente: "Nostalgia". Dentro del abstracto
y el minimalismo, Ana Luisa cultiva "paisajes interiores, gestualidad,
grafías dosificadas, colores que de pronto estallan y conforman un mundo
pictórico a un tiempo austero y rico, simple y complejo, moderno y
primitivo, que amplían los horiwntes de la interpretación". "Pinturas en Vela" fue el título de una
exposición de Ana Luisa y pinturas en vela son todos sus lienws, velados por
íntimas brumas o nubes muy densas que envuelven en magias y sueños las líneas
perdidas en esbows, en misterios y nostalgias, y, sobre todo, ¡en
absoluta libertad creativa! MAGDALENA GONZÁLEZ CASILLAS Guadalajara, Jalisco, México. Marzo
de 2002 |