La vitalidad
artística de Chucho Reyes Ferreira
Guadalajara, Jalisco, México - Domingo 10 de
Julio de 2005
Singular artista de inspiración popular que enriqueció
con su vivaz creatividad la plástica mexicana del sigo XX. Fue pintor de
vocación tardía, anticuario, decorador y asesor de arquitectos. Nació en
Guadalajara el 17 de octubre de 1880. Su nombre completo fue José de Jesús
Benjamín Buenaventura de los Reyes y Ferreira. Su padre, don Buenaventura de
los Reyes y Zavala, originario de Atotonilco el Alto, Jalisco, fue un culto
abogado que impartió clases de historia en el Liceo de Varones de Guadalajara
y escribió el opúsculo Las bellas artes en Jalisco (1882). Contrajo
matrimonio con Felipa Ferreira, con quien procreó cuatro hijos, de los cuales
Jesús fue el tercero.
La niñez de Chucho transcurrió en un entorno provinciano y tradicionalista.
Su familia vivía en la esquina de Morelos y 8 de Julio, en pleno centro de la
ciudad. Su padre, afecto al arte, le inculcó al pequeño un gusto especial por
los objetos bellos, la música y la plástica. Estudió parte de su primaria en
el Liceo de Varones, en la que sólo duró un tiempo, ya que su progenitor se
encargó de darle la formación que haría de él un personaje multifacético.
Chucho empezó a trabajar a los diez años de edad en actividades sencillas y
eventuales, como empacar golosinas en una fábrica de dulces; pero a los
diecisiete obtuvo un empleo en la Casa Pellandini, una conocida tienda
importadora de accesorios para pintores y grabadores y de artículos decorativos,
circunstancia que le permitió relacionarse con artistas y desarrollar su
inclinación por el arte. En este trabajo fue aprendiendo a conocer los
materiales pictóricos, combinar colores y decorar con sentido estético.
Además, gracias a su intuición creativa, se convirtió en diseñador de
mobiliario y objetos para el hogar. En la misma época empezó a coleccionar
antigüedades y artesanías, que fueron dando a su casa una atmósfera sugestiva
de gusto ecléctico.
Al morir su padre, en 1911, se asoció con Alfredo Vázquez, el Mago, con quien
estableció un exitoso taller de fabricación de muebles que él diseñaba.
También vendía objetos antiguos y artesanías para la decoración del hogar que
seleccionaba en sus incursiones a San Pedro Tlaquepaque.
Cuando José Guadalupe Zuno y otros pintores fundaron el Centro Bohemio, en
1912, Chucho Reyes fue un asistente habitual a las reuniones informales y a
las conferencias que ofrecían allí artistas e intelectuales, que lo hicieron
percatarse de cómo había evolucionado el arte en Europa, donde muchos de sus
paisanos habían recibido su formación artística.
Durante la primera parte de su larga vida fue sobre todo comerciante y
decorador, pues aún no se dedicaba formalmente a pintar en papel de china, no
obstante que en su antiguo empleo en la Casa Pellandini lo había utilizado
para esbozar ocurrencias. Más tarde aprovechó este tipo de pliegos en
ornamentos relacionados con sus trabajos decorativos, actividad en la que era
muy solicitado por casas particulares, restaurantes como el Montparnasse de
Guadalajara, bodas, corridas de toros, altares de muertos y los famosos
"incendios" (altares temporales a la Virgen de Dolores).
En los años veinte empezó a "embarrar papeles", así solía decir,
que le servían para obsequiar a sus amistades, pues pintaba sólo como
pasatiempo. En la misma década estalló la Guerra Cristera, propiciada por el
gobierno anticlerical de Plutarco Elías Calles, que duró de 1926 a 1929.
Chucho Reyes nunca se involucró en ella, pues como era un enamorado del arte antiguo
y comerciante, adquirió y salvó muchas piezas religiosas que estuvieron en
peligro de ser destruidas en templos y haciendas.
En los años treinta comenzó a viajar a la ciudad de México, donde tenía
rentado un departamento en el hotel Iturbide (hoy Palacio de Iturbide); luego
compró una casa vieja en la calle Milán de la colonia Juárez, que poco a poco
fue arreglando y decorando a su gusto y despertó la admiración de quienes la
visitaban. En 1937, debido a la gran cantidad de amigos que tenía en la capital
y por el interés de muchas personas por su trabajo decorativo, decidió
establecerse en forma permanente en su atractiva casa capitalina, aunque
continuó viajando a su natal Guadalajara, donde también atendía clientes.
Cuando ya tenía más de sesenta años empezó a pintar en serio y comercializar
sus "papeles embarrados" en papel de china fabricado en Italia,
elaborado con una base de seda y pasta de arroz, al estilo oriental.
Para pintar utilizaba anilinas brillantes y colorantes que él mismo preparaba,
con predominio de tonalidades rosas, ocres, magentas, azules, rojas, negras y
otras, con las que pintaba un sinfín de temas populares como gallos,
caballitos, ángeles, payasos y Cristos. Aunque él no consideraba que su
trabajo pictórico fuera artístico, muchos de sus amigos valoraron sus obras
por la fuerza de su policromía y el lenguaje distintivo pleno de gracia,
vitalidad y resoluciones con tendencia al expresionismo.
Fue el caso del escenógrafo y pintor ruso Marc Chagall, que estuvo en México
en 1942. Chucho le obsequió varias de sus obras que le agradaron, pues las
consideró afines con su lenguaje artístico; en reciprocidad, el visitante lo
llamó "el Chagall mexicano". Pero no sólo este artista lo valoró,
pues conforme pasaban los años fueron reconociendo las cualidades de su
plástica personalidades como el crítico de arte Justino Fernández, los
arquitectos Luis Barragán y Mathias Goeritz, los poetas Salvador Novo y
Carlos Pellicer y los pintores Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros y
Diego Rivera.
En 1950, a los setenta años de edad, presentó su primera exposición
pictórica, que su amigo Mathías Goeritz le organizó en la Asociación de
Arquitectos de Guadalajara, Arquitac, en la que exhibió con éxito treinta y
siete pinturas en papel de china.
Otra actividad que realizó con esmero fue la de asesor de arquitectos, campo
en el que destaca su trabajo en la planeación del fraccionamiento Jardines
del Pedregal, a cargo de Luis Barragán, que se realizó en 1951 sobre una
extensión de lava petrificada lanzada por el volcán Xitle al sur de la ciudad
de México. Con respecto a la labor de Chucho en esta disciplina, Mathias
Goeritz escribió:
...demasiado poco se ha dicho sobre la influencia que dejó en la arquitectura
[Chucho Reyes]. Esta ha sido considerable. Debido a su estrecha amistad con
algunos representantes sensibles de esta disciplina, que en la época decisiva
de su carrera le tenían gran respeto; "El maestro", así lo llamaban
justificadamente, fue llevado a muchas obras desde su iniciación. Se
convirtió en consejero estético, y aunque no siempre sus ideas atrevidas y a
veces imposibles llegaron a la realización, sus proposiciones fueron
escuchadas siempre con gran interés.
En los años siguientes su vida se vio enriquecida por su permanente actividad
creadora, tanto en la decoración como en la pintura, pues sus obras y su
trabajo decorativo tenían gran aceptación entre la gente de recursos
económicos. Es notable la exquisita decoración que realizó en Guadalajara en
1960 para su prima Guadalupe Reyes de Dipp: en los jardines de la enorme
residencia creó una atmósfera bucólica, selvática, de sugestiva atracción
estética; y en su interior diseñó una equilibrada ornamentación ecléctica en
la que combinó antigüedades, artesanías y arte contemporáneo.
A mediados de 1962 se organizó una exposición en su honor en el Palacio de
Bellas Artes en la que presentó no sólo sus pinturas, sino también mobiliario
y objetos decorativos de su hogar, que le dieron al público una clara visión
del gusto refinado y el espíritu juvenil del homenajeado. Antes del evento
Chucho insistió en que no se exhibiera su obra como arte sino como artesanía,
dando así muestras de su humildad, pese a la opinión de conocedores de la
plástica.
Posteriormente presentó otras exposiciones en galerías de la ciudad de México
y una en Guadalajara. Destaca la retrospectiva de su obra en la Casa de la
Cultura Jalisciense, en 1968, que se organizó con motivo de los XIX Juegos
Olímpicos celebrados en la ciudad de México.
También dedicó mucho de su tiempo a viajar al extranjero, pues nunca había
salido de México. Visitó países como Estados Unidos, Francia, Italia, España,
Inglaterra y otros, y recorrió ciudades importantes de México que no conocía.
En 1975, a la edad de noventa y cinco años, presentó su última muestra
pictórica en la Galería Pecanis de la capital mexicana, que llamó la atención
porque exhibió por primera vez algunas obras con la técnica al óleo.
Mucho se podría decir de este vigoroso artista que tanto cautivó a los
talentos de su tiempo; sin embargo, una vida tan larga y prolífica como la de
él sólo puede ser estudiada y comentada en una monografía. Y es que Chucho
fue un personaje intenso, con una hiperactividad que lo llevó por diferentes
derroteros. Pocos saben que en los años cincuenta incursionó en la pintura
abstracta con destellos expresionistas al estilo de Jackson Pollock, que
Picasso elogió sus pinturas y que muchas obras arquitectónicas de la ciudad
de México llevan rasgos de su impronta, como el hotel Camino Real, las torres
de Ciudad Satélite y el Desierto de los Leones.
Su obra, aunque está enraizada en la cultura popular y carece de bases
académicas en su ejecución, penetra no sólo en el espíritu nacionalista de
esencia mexicana, sino que sale de nuestras fronteras y, por sus audaces
formas, resoluciones compositivas y singular colorido, se incorpora al arte
expresionista del siglo XX. Chucho Reyes tuvo la virtud de transmitir
emociones en los contempladores de su obra mediante códigos estéticos
identificados con el pueblo: motivos religiosos, peleas de gallos, caballos,
payasos del circo, niños muertos, ramos de flores y gran variedad de temas.
Con sus inquietudes únicas fue acuñando su leyenda y construyendo un legado
artístico trascendente que reconocen los coleccionistas y estudiosos del arte
de nuestro tiempo, que lo muestran como un creador original cuya obra, aunque
pasen los años, continuará siendo joven, alegre y vivaz. Murió en la ciudad
de México el 6 de agosto de 1977. Tenía noventa y siete años de edad.
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