Ignacio Hernández
El maestro Chucho Reyes Ferreira
Los afanes de coleccionista y anticuario, ocupaciones vitales de
Chucho Reyes, hicieron de las casa que habitó –la paterna en Guadalajara,
sita en la calle Morelos enfrente de la iglesia de Jesús María, y la de la
calle Milán en la colonia Juárez de la capital– una combinación de taller,
bazar y museo; lugares de peculiar y fascinante conformación no sólo por su
exquisito decorado, que el propio artista diseñaba, sino también por la
cantidad y variedad de objetos que acopiaban. Esta faceta de su
personalidad, íntimamente relacionada con la vocación del pintor
–recuérdese que sus “papeles embarrados” funcionaron inicialmente como
envolturas de piezas del anticuario–, fue recreada por el poeta tapatío
Elías Nandino y el crítico alemán Paul Westheim, quienes lo retratan
respectivamente en su entorno jalisciense y capitalino.
LA REDACCIÓN
El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor por las flores.
Carlos Pellicer
Si cambiáramos algunas
palabras de los anteriores versos de Pellicer, y si en lugar de "el
pueblo mexicano", pusiéramos "Chucho Reyes", tendríamos la
pista segura para caracterizar una vertiente significativa de su arte. En
efecto, sus niñas muertas, pintadas, como todo lo suyo, sin intenciones de
realismo, casi diríamos con piedad cristiana, retomando esa costumbre
enternecedora de nuestras gentes que, cuando se les muere un infante
("un angelito", le dicen, y procuran no llorarlo conformándose
con la alegría de creerlo en el cielo) lo visten con sus mejores galas y le
ofrendan flores en inmaculados ataúdes de aristas festonadas.
Sus calaveras floridas, no emperifolladas, sin protagonismos de
crítica social –como las de otro de nuestros artistas, esencial como él:
José Guadalupe Posada, a quien, por otra parte, reconocería haberle
antecedido en esta búsqueda–, sino expuestas en actitudes graciosas,
realizando contorsiones de saltimbanqui, circenses, lejos de todo
patetismo, como sus cristos, vestidos de encajes y olanes, esplendentes,
aunque estragados y chorreando sangre.
Nada más
lejos de la repetición o el autoplagio, su prolífica obra tuvo temática de
ideas fijas y fuentes populares, que recreó motivos de un mexicanismo
innegable, pero ausentes de folklore ramplón, y sin el menor asomo de esa
pretensión de "recobrar las raíces de nuestra nacionalidad" que
fue lo peor del muralismo. Reyes Ferreira, por cierto, admiraba
incondicionalmente a Orozco.
Su bestiario, como todo lo suyo, de un colorido desbordante,
comprende caballos, tigres y leones (otra vez animales circenses). Si bien
denotan influencia de la artesanía tradicional del juguete mexicano,
también ostentan una originalidad formal y cromática irreprochable. Al
respecto, Juan Soriano ha opinado: "Lo popular le inventa a él y él
inventa lo popular. Es, al mismo tiempo, fuente y mar."
Sin embargo, no podríamos decir que tuvo una temática limitada. A
los anteriores temas hay que añadir los cuadros de sus encantadoras
muñecas-prostitutas, que tituló con el popular reclamo prostibulario de Pasa
güero; los enigmáticos monjes y retratos de santos; Adanes y Evas,
desnudos, solos o lanzados del paraíso por el arcángel de flamígera espada;
los querubines y ángeles, algunos diabólicos o diablos angelicales (como se
quiera); payasos en los que es posible rastrear con mayor certidumbre su
filiación expresionista; ecuyéres, amazonas circenses cuyas aéreas
evoluciones sobre el caballo desdeñan la ley de la gravedad; ramas de
innumerable variedad de flores; naturalezas muertas y hasta una serie de
"eróticos", entre otros. Tiene también varios cuadros con el
título de Va a empezar la función, con fondo escenográfico, bajo encortinados
teatrales, que nos recuerdan su sabiduría escénica. Don Jesús, amigo de la
conocida vedette Tórtola Valencia, diseñaba la coreografía de sus
espectáculos.
Mención aparte merecen sus famosos gallos, gozosos en el pavoneo de
su brío, erguidos y retadores, inquietos y bullentes, de plumaje colorido y
llameante, como si el espacio que ocuparan pudiera apenas contenerlos. Sí,
con una belleza fulgurante que participa de la condición dinámica del
fuego.
Hijo de don Buenaventura
Reyes y Zavala y doña Felipa Ferreira Flores, don Jesús Reyes Ferreira
nació en Guadalajara, Jalisco, en octubre de 1882. Formado en la casa
familiar por un padre estrictísimo, apenas concluyó la educación elemental,
abandonó los estudios y, aunque sin necesidad económica alguna, pues
siempre gozó de una posición desahogada, inició su formación plástica como
ayudante ocasional en talleres de platería, donde aprendió cómo se fundía
el metal precioso y más tarde encargó trabajos en plata con diseños de su
autoría, que todavía conserva su sobrino David. También visitaba
carpinterías y ebanisterías, en las cuales obtuvo las primicias de una
sabiduría que luego daría sus mejores frutos cuando se convirtió en experto
anticuario. Su primer trabajo plástico fue el de decorador de escaparates
en una tienda de artículos de arte en su ciudad natal, lo que le permitió,
si bien constreñido por las exigencias comerciales, iniciar el ejercicio de
una de las imaginaciones pictóricas más poderosas de todos los tiempos que
hayan nacido en nuestro país.
En Guadalajara también cobraría fama como decorador de más amplios
espacios: salones de fiestas e iglesias (para matrimonios o bautizos de las
mejores familias tapatías) y hasta plazas de toros. En esa ciudad se inició
en el difícil oficio de anticuario. Envolvía las piezas que vendía en
papeles de china donde había coloridos dibujos de su mano, que luego
buscaban sus clientes y se los pedían, ya no como meras envolturas sino
como creaciones independientes.
Muertos sus padres, se trasladó a la capital, domiciliándose en una
casa señorial de la colonia Juárez, donde vivió con sus hermanas Antonia y
María. De aquella época, un testimonio de su paisano, el ya citado Juan
Soriano: "La persona que más me marcó fue Chucho Reyes Ferreira, ¡tan
amigo y tan sencillo! La vida en su taller era muy agradable, sin
compromisos. Fue un excelente maestro sin proponérselo... Su vida, su casa,
sus hermanas, sus amigos, me enseñaron más que si hubiera ido a la
escuela."
Su casa siempre estuvo abierta a múltiples y célebres amigos, entre
los cuales se contaban los poetas Carlos Pellicer y Salvador Novo; los
historiadores Justino Fernández y Edmundo O’Gorman; los pintores Juan
Soriano, Raúl Anguiano, Xavier Guerrero, Jorge Enciso, Diego Rivera, Frida
Kahlo, Siqueiros, Juan O’Gorman; los arquitectos Barragán y Goeritz y su
galerista Inés Amor; así como los anticuarios Manuel Romero de Terreros y
Luis Sánchez Navarro.
Cuando Marc Chagall vino a México para montar la escenografía del
ballet Aleko, Reyes Ferreira lo visitó en el escenario de Bellas Artes para
obsequiarle algunas de sus creaciones plásticas, que él llamaba
humildemente "papeles". El pintor ruso las extendió sobre las
tablas y admirado agradeció el regalo. Le dijo: "Tú eres el Chagall
mexicano", elogio más que merecido.
Dueño de una curiosidad y
avidez intelectual ejemplar e infatigable, su influencia en la cultura del
país abarcó otros campos de la creación, como certeramente comentó Mathias
Goeritz: "Mucho se ha hablado sobre el hecho de que se debe a Chucho
Reyes –por lo menos en parte– el reconocimiento de que hoy goza el arte
popular mexicano en su propio país y en el mundo. Sin embargo demasiado
poco se ha dicho sobre la influencia que dejó en la arquitectura. Ésta ha
sido considerable. Debido a su estrecha amistad con algunos representantes
sensibles de esta disciplina, que en la época decisiva de su carrera le
tenían gran respeto, ‘el maestro’ –así lo llamaban muy justificadamente–
fue llevado a muchas obras desde su iniciación. Se convirtió en consejero
estético, y aunque no siempre sus ideas atrevidas y a veces ‘imposibles’
llegaron a la realización, sus proposiciones fueron escuchadas siempre con
gran interés. Lo que los arquitectos no podían dejar de admirar en él, no
era solamente su sentido infalible para los colores, materiales y texturas;
terminaron por deberle aun más por sus ideas plásticas y su instinto de los
volúmenes y espacios."
Su sobrino David era un
niño cuando a veces, al salir de la escuela, se encontraba a don Jesús
cargado de bultos y se acomedía a ayudarle, para acompañarlo a su casa.
Según nos cuenta, "gozaba al entrar y ver las cosas nuevas que se
integraban a las maravillas existentes. La tía María ya había muerto. No la
recuerdo bien. De la que sí me acuerdo es de la tía Toñita. Llegué a
acompañarlos cuando ella se puso muy grave y murió al poco tiempo, así que
me quedé de compañero de mi tío". David nos relata el método de
trabajo del artista: "Había días en que pintaba desde muy temprano y
continuaba hasta que la luz natural se lo permitía. Nunca pintó en
caballete. En el patio, luego de preparar sus colores, pues él hacía sus
propias mezclas, extendía sus papeles de China en una mesa del patio y
pintaba con placer evidente, pues sólo pintaba por el placer de
hacerlo."
Autodidacta, con taimada pero verdadera modestia, don Jesús nunca
aceptó ser llamado pintor. "Yo no pinto, embarro", decía. Así, no
tuvo que sujetarse a regla alguna y fue la libertad su única consigna.
Llegó a la edad de noventa y cinco años, con un optimismo ejemplar. Su
secreto, él mismo lo confesaba a quien quería saberlo: "Una vida
feliz, tener ilusiones y muchos pendientes."
Chucho Reyes se movía en
esa casa erguido y sonriente como si fuera un rey en medio de sus súbditos.
Con el dedo índice señalaba el objeto sobre el cual quería llamar la
atención y enseguida hacía la historia de cómo lo había conseguido. Todo le
era familiar y lo consideraba como parte indivisible de su existencia.
Conocía a ojo cerrado el lugar en donde estaba cada cosa y, sin titubear,
ya sacaba de un cofre una mascarita de jade o de una alacena un tecolote de
madera. Era contagiante la alegría con que hilaba la descripción de sus
hallazgos y hablaba con el mismo interés al mostrar una delicada figura de
marfil que al enseñar un primitivo juguete de barro. Para él no había
jerarquía entre sus objetos, porque consideraba que cada uno de ellos
poseía una peculiar belleza.
ELÍAS NANDINO
Maestro en las artes ilusorias, Jesús Reyes Ferreira resume en sus
“papeles” con certera intuición y gracia inaudita, muchas actitudes
contemporáneas. Su mundo es el circo de la vida, en que los ángeles,
muertos y payasos descubren: al de pluma vestido mexicano.
JUSTINO FERNÁNDEZ
Lo popular le inventa a él y él inventa lo popular. Es al mismo
tiempo fuente y mar. Jesús Reyes Ferreira ha sido un gran maestro para mí y
para muchos jóvenes jaliscienses que gracias a él hemos aprendido a ver la
pintura de nuestro país y la del mundo entero en una lección de
sensibilidad auténticamente mexicana.
JUAN SORIANO
Cuando entramos en su casa
de Milán, estremecida de sol a sol por el fragor de los coches y camiones,
y cuando se ha cerrado tras nosotros el viejo portón colonial, nos creemos
traspuestos a otro mundo. En todas partes, en el zaguán, en el patio –con
su vegetación tupida, con sus flores que, andando el tiempo, han llegado a
parecerse a las flores de los “papeles”–, en las escaleras, en los cuartos
–en donde cuando hace muchos años lo visité por primera vez, el ojo tenía
que penetrar el mágico claroscuro de las velas–, en todos los lugares de
esa casa encantada, hay colgadas, erguidas, acostadas y, sobre todo,
revueltas, cosas y cositas encantadoras, originales o simplemente
simpáticas. Obras y objetos creados alguna vez en alguna parte de México:
arte prehispánico, arte colonial, arte moderno y arte popular de ayer y de
siempre. Cristos e ídolos y santos, cerámicas, objetos de vidrio, de paja,
de marfil, juguetes y coronas de espinas y flores de papel. Centenares de
cuadros y objetos amorosamente reunidos y conservados por don Chucho.
Objetos en que la fantasía artística del mexicano ha plasmado,
poéticamente, “formas que la naturaleza no puede crear”, para recordar una
vez más a Goethe. Una jungla. No es un museo, tampoco propiamente una
colección. Es una Jauja de la imaginación artística. Y es el ambiente
adecuado, el único verosímil para un hechicero.
PAUL WESTHEIM
Es difícil definir el arte de Chucho Reyes: diríamos que es la
espontaneidad misma, una espontaneidad puesta al servicio de esa gracia que
tanto contribuye a la belleza de vivir.
Enrique
F. Gual
¿Un pintor folklorista? ¡De
ninguna manera! Eso sería una aberración: Jesús Reyes Ferreira es un
auténtico y gran creador de raíz popular. Mas creador que no inventa un
estilo popular o retrospectivista como todos los formalistas de hoy... Sino
que el estilo popular le sale de adentro, del cuerpo, de la emoción y no
del intelecto o la cabeza. Así es Mexicano en forma integral y un ejemplo
de estética para todos nosotros.
DAVID ALFARO SIQUEIROS
Mucho se ha hablado sobre el hecho de que se debe a Chucho Reyes
–por lo menos en parte– el reconocimiento de que hoy goza el arte popular
mexicano en su propio país y en el mundo. Sin embargo demasiado poco se ha
dicho sobre la influencia que dejó en la arquitectura. Ésta ha sido
considerable. Debido a su estrecha amistad con algunos representantes
sensibles de esta disciplina, que en la época decisiva de su carrera le
tenían gran respeto. “El Maestro”, así le llamaban, fue llevado a muchas
obras desde su iniciación. Se convirtió en consejero estético, y aunque no
siempre sus ideas atrevidas y a veces “imposibles” llegaron a la
realización, sus proposiciones fueron escuchadas siempre con gran interés.
Lo que los arquitectos no podían dejar de admirar en él, no era solamente
su sentido infalible para los colores, materiales y texturas; terminaron
por deberle aún más por sus ideas plásticas y su instinto de los volúmenes
y los espacios.
MATHIAS GOERITZ
VER Y TOCAR
Para complacerse y para
complacer, ver y tocar. Ver para tocarlo con los ojos y para saber, por la
luz, su ubicación perfecta. Pero la luz se maneja con las manos moviendo o
movilizando el objeto. Nada es posible sin ver. La música misma no es otra
cosa sino una secuencia de imágenes sonoras. En el laboratorio, con
frecuencia, para ver se necesitan los colorantes. El astrónomo para
determinar ciertos rayones estelares necesita verlos a la luz del calcio.
No es posible pensar sin antes ver. Toda la historia de la cultura está
basada en el sentido de la vista. De noche, caemos. De día, volamos. ¿Y el
tacto? Sencillamente tocar es consecuencia de ver. Hay todo un mundo de
luces que va de los ojos a las manos. El orden nace de la vista y se
realiza por el tacto. El ciego que gritaba desesperado y con fe, quería no
sólo ver sino verlo. Y vio la luz, la verdad y el camino, siguió a Nuestro
Señor dando gritos de luz. El que ve, sabe lo que hace. Esto es difícil
pero se logra. Y Jesús Reyes Ferreira sabe lo que hace. Porque se
identifica con todo lo que lo rodea. Porque lo que sus manos tocan es
siempre hermoso o nos descubre la belleza de lo que nos parece que no
tiene. Dotado de una percepción instantánea, nos señala con unas cuantas
sílabas la esencia misma de la cosa. Pocos hombres aman y se complacen en
la belleza como él. Un día cualquiera se le ocurrió pintar sobre papel de
China y operó, así nada más, un acto de magia. En sus payasos –pintura de
pintura–, o en sus gallos –temas en ritmo acelerado imprimiendo al color, a
veces metido en oro, un ángel de opulencia que en otras manos sería casi un
suicidio. Un parentesco indudable con el arte plumario de los mexicanos
clásicos refuerza la riqueza objetiva de este gran artista. Sangrante, el
papel de China soporta –quién sabe cómo–, en su fragilidad, la imagen
terrible de Nuestro Señor martirizado. Ya estos papeles tienen fama
universal. Se diría que el artista, en un gesto de orgullo, escogió para
trabajar material tan deleznable. Que pintó así “por no dejar”, según
modismo tan nuestro. Ya puede hablarse de la cultura jalisciense en este
repertorio de modos y maneras que es México. El estado de Jalisco, salvo en
lo arqueológico, es el más importante de la federación. Entre otras cosas
el sentido plástico de su gente es verdaderamente asombroso. Casi todos los
mejores pintores mexicanos son jaliscienses. Tienen todo un mapa literario.
También la luz tiene una gracia tapatía. Allá, la belleza humana tiene
raíces telúricas. Imposible escribir sobre arte en México sin referirse a
Jesús Reyes Ferreira.
CARLOS PELLICER
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