| Klodia es una
    extraña psicóloga que abre con cuchillos el corazón de las personas para
    vaciarlos de sus penas. Selma se dedica a
    fabricar paraguas para los niños que viven en la calle y siempre están
    mojados. Lavinia era un fantasma, que recupera su forma física juntando su
    espíritu fragmentado en decenas de pájaros. Saskia es una niña que le abre
    la puerta de su casa a extraños. Todas estas mujeres tienen algo en común:
    habitan en el lado equivocado de la ciudad, en un mundo creado por Diana
    Martín (Guadalajara, 1979), artista que conjuga la plástica con la
    narrativa en su obra.
 Diana era la típica niña que rayaba las paredes y sus padres solían
    regalarle hojas blancas en lugar de cuadernos para colorear. También le
    gustaba entretener a su hermano menor con historias que inventaba: “Se las
    contaba mientras las iba dibujando”. Quería dedicarse a la animación, pero
    no fue aceptada en la escuela de cine de la Universidad de Guadalajara:
    “Eran muy pocos lugares por los que había que competir”. Luego ingresó a la
    escuela de artes plásticas, pero su paso fue tan breve que sólo duro quince
    días; sin embargo le queda el recuerdo de los amaneceres que presenció
    desde la azotea: “Se veía como si el cielo fuera la Tierra, las nubes
    naranjas, como terrosas, parecían montañas, como si pudieras caminar para
    arriba”. Observadora, descriptiva, detallista, encontró luego su camino en
    la plástica, pero sin abandonar las historias que desde niña alimentaron su
    imaginación.
 
 Su primera exposición individual fue en 2001 y ha expuesto en lugares como
    Casa Vallarta, Casa de Ensueños y la galería Chucho Reyes. El color llegó a
    sus lienzos cuando descubrió los lápices de acuarela y comenzó a
    experimentar con ellos sobre la tela. Fanática del cómic y de la animación,
    ha realizado diez series en las que las protagonistas son peculiares
    mujeres, como Mirna de Ciglia,
    una tejedora muda, que actualmente extiende los colores de su secreto
    vestido interminable en la galería Ruiz Rojo.
 
 ¿Qué es lo que te atraía del cine?
 
 Lo que me encanta es contar historias. Cuando era niña me fascinaba Disney y luego empecé a ver anime. Tomé un curso
    de animación gráfica en la Universidad de Guadalajara, en el que nos
    pasaron cortos de animación de Checoslovaquia, Canadá e Inglaterra. Yo
    quería hacer eso.
 
 ¿Qué es lo que te fascina de contar historias a través de la plástica?
 
 Nunca había pensado en ser pintora, pero cuando entré a la escuela de Los Colomos me di cuenta que estaba chido.
    Empecé con cuadros que no tenían historia. En aquel entonces estudiaba
    japonés y tuve la oportunidad de hacer un viaje de intercambio cultural a
    Japón, donde compré tinta y pinceles especiales. Cuando volví hice mi
    primera exposición individual y me pareció muy natural hacer una historia.
 
 ¿Cómo son los mundos de tus historias?
 
 Ocurren en el lado equivocado de la ciudad, donde siempre está lloviendo y
    hay muy poco color, como que se escurre, está como muy deslavado. Creo que
    eso refleja que soy una persona muy nostálgica, melancólica, antisocial,
    aunque no parezca. Desde niña me ha costado trabajo entrar a un grupo, integrarme.
    Esa ciudad es un reflejo de mi personalidad: pasan cosas extrañas y los
    personajes están medio tocados; pero trato de que muestren cosas
    cotidianas, que me suceden a mí o a mis amigos. Todas las mujeres que he
    hecho son facetas mías, pero también de otras mujeres.
 
 En tus cuadros está la influencia de Leonora Carrington
    y Remedios Varo. ¿Qué es lo que te atrae de su obra?
 
 Parece fantasioso, pero es muy real lo que pasa en sus cuadros. Por
    ejemplo, Leonora tiene un cuadro que se llama “La cocina aromática de la
    abuela Moore” y aparecen puros personajes raros
    en una cocina, pero en realidad lo que está representando son los recuerdos
    que tiene de niña de la cocina de su abuela, la cocina como un lugar
    alquímico donde puedes crear diferentes cosas.
 
 ¿Tu trabajo busca ser una crítica?
 
 Trato de mostrarle a la gente y a mí misma las cosas que te están pasando
    por enfrente, y que no las ves, que no ves la magia que tienen. Me gustaría
    pensar que el lado equivocado de la ciudad es un lugar donde todo lo cotidiano
    trasciende y se transforma en metáforas.
 
 ¿Qué opinas de la presencia de la mujer en el arte?
 
 Es un punto de vista nuevo. No somos iguales a los hombres, tenemos otra
    forma de sentir, de ver, de caminar. La mujer está enriqueciendo el arte
    con su punto de vista, su sentir, sus técnicas. Creo que estamos aportando
    mucho.
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