El Nacionalismo de María Izquierdo
GUADALAJARA
,
JALISCO
,
MEXICO
Domingo 15 de Junio de 2003
Guillermo Ramírez Godoy

José Vasconcelos, secretario de Educación Pública durante el
gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), Inspirado en el descubrimiento de la
ciudad prehispánica de Teotihuacan, efectuado por el antropólogo Manuel Gamio, impulsó en 1921 un movimiento nacionalista para
conmemorar el centenario de la consumación de la Independencia (1821). El
país apenas salía de la revolución que derrocó a Porfirio Díaz, y era el
final de un largo período en el que la oligarquía dominante había adoptado
las modas culturales europeas, que disentían de los códigos de identidad de
las clases populares.
Vasconcelos, con cultura y sensibilidad, hizo
resurgir el interés por nuestras raíces al fomentar el gusto por los objetos
artísticos de procedencia indígena y por la arquitectura precortesiana,
impulsó las expresiones folclóricas que se encuentran en las artesanías, la
música, la danza y la literatura popular. Motivado por la vehemente
ponderación que Gerardo Murillo, Dr. Atl, hacía de
la pintura monumental italiana, invitó a los más destacados exponentes de la
plástica a que plasmaran en los muros de edificios públicos temas con motivos
de nuestra idiosincrasia. Esta iniciativa originó el movimiento muralista y
la Escuela Mexicana de Pintura, que tuvo muchos adeptos de los años veinte a
los cuarenta.
María Izquierdo Gutiérrez (30 de octubre de 1902 / 3 de diciembre de 1955), a
quien recordamos en el centenario de su natalicio, es la más grande pintora
que ha dado México, pero no la más famosa de nuestro tiempo. Su vida
artística, a diferencia de la de Frida Kahlo, no
fue consecuencia de circunstancias trágicas que la hicieran refugiarse en el
arte, ni necesitó del escándalo ni de la política para darse a conocer; fue
elogiada y reconocida por los más importantes críticos de su época y trascendió
por sus méritos creativos. Después de su muerte no se convirtió en leyenda ni
símbolo, menos aún en tema de dramas y películas; sin embargo, con el paso de
los años se revitaliza su imagen gracias a los valores artísticos de su obra,
que fue representativa del nacionalismo que imperaba, con una visión indígena
propia expresada con un lenguaje acorde al modernismo.
Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, pueblo conservador, tradicionalista
y orgulloso de su famosa Virgen. María tenía diecinueve años cuando Vasconcelos impulsó el nacionalismo cultural. En ese
tiempo residía en su tierra natal, casada y con hijos. Pese a su juventud ya
tenía una historia que contar. Siendo niña había quedado huérfana de padre.
Había residido con su madre en Torreón, Coahuila, donde cursó la secundaria,
y en Saltillo, capital del mismo estado, había estudiado pintura en el Ateneo la Fuente con Rubén Herrera, maestro que le dio una
sólida formación pictórica. Según sus propios comentarios, por imposición de
su familia se casó con Cándido Posadas en San Juan de los Lagos a la edad de
catorce años, revelación inexacta porque en ese tiempo residía en Coahuila.
Aunque no tiene relevancia para nuestro estudio precisar el año de su primer
enlace, el cual se podría obtener en el registro civil, estos eventos sólo
son referencias para ubicar el contexto de su temprana edad, el medio
ambiente en que cimentó las vivencias que repercutieron en su idiosincrasia y
en su predilección por la temática popular.
María llevó una vida rauda; a los veintitrés años tenía tres hijos, residía
en su tierra natal y estaba harta de la vida pueblerina. Como sus inquietudes
se inclinaban por la pintura y quería progresar en ella, al morir su madre
rompe con los lazos afectivos que la ataban al poblado y abandona al esposo
que le habían impuesto. Se traslada a la ciudad de México con sus hijos,
donde trabaja en lo que puede y da clases de pintura para sostenerlos. Sus
problemas económicos dificultan sus deseos de continuar sus estudios de artes
plásticas y perfeccionar su técnica. Después de vivir tres años en la
capital, en 1928 logra inscribirse en la Escuela Nacional de Artes Plásticas,
San Carlos, como alumna de Germán Gedovius, el
controvertido pintor académico. Este maestro, admirado por el talento inusual
de su nueva alumna y consciente de la problemática familiar que ésta
enfrentaba, le dio facilidades para que practicara en su casa sin la presión
ni la interferencia de los demás alumnos, ya que en esos tiempos no era común
ver mujeres pintando en las escuelas de arte, sino en la recreación hogareña.
Cuando María ingresó a San Carlos encontró una escuela politizada que pasaba
por momentos difíciles debido a los enfrentamientos entre los estudiantes
académicos y los innovadores del grupo 30-30. El pintor Alfredo Ramos
Martínez, quien había sido director de la escuela por más de diez años, fue
separado de su cargo en medio de la vorágine estudiantil y suplido por el
historiador de arte colonial Manuel Toussaint,
quien sólo se pudo sostener algunos meses en la dirección porque los
movimientos de vanguardia eran ajenos a su especialidad. María, no obstante
que no participó en el conflicto ni su expresión plástica tenía un lenguaje
clasicista, fue hostigada por el grupo disidente sólo por ser alumna de Gedovius. La inconformidad estudiantil era predecible
porque en aquellos años la pintura académica no sólo era anticuada, sino
opuesta a las tendencias nacionalistas prevalecientes, significaba un
retroceso al tiempo del porfiriato que se creía
haber superado desde 1906, cuando el Dr. Atl,
rebelde y agitador, había logrado que el catalán Antonio Fabrés renunciara a
la dirección de la escuela y regresara a España.
María Izquierdo superó esta etapa difícil y continuó su carrera en la
escuela. Participó en tres muestras estudiantiles colectivas. A la última,
organizada por Gedovius en agosto de 1929,
asistiría el nuevo director, Diego Rivera, que tenía sólo cuatro meses en el
cargo. Su presencia, dada su fama, despertó expectación y curiosidad. El día
de la inauguración Rivera, investido con la aureola de la genialidad, fue
observando con indiferencia los cuadros; de pronto se detuvo ante las
pinturas de María y exclamó "¡Esto es lo único!" El elogio
desconcertó a los alumnos, que consideraban inferior la obra de la incipiente
pintora. Se dirigieron a Diego, le expresaron su desacuerdo y le solicitaron
que explicara en una plática pública en qué basaba su juicio crítico y los
méritos de la obra "popular" de la estudiante. Rivera aceptó la
propuesta y pidió a Izquierdo que llevara más cuadros de su autoría a la
reunión para tener más elementos de apreciación. La conferencia fue un
fracaso y terminó en un escándalo porque los estudiantes no pudieron entender
los valores pictóricos ni el lenguaje plástico de María. Insultaron a Diego y
obligaron a la pintora, con cubetadas de agua, a
dejar la escuela. Así terminó la etapa académica de Izquierdo. Meses después
del suceso, en mayo de 1930, Rivera también sería separado de su cargo.
La admiración que Diego sentía por la obra de María era sincera, quizá porque
la pintora ya manifestaba una tendencia expresionista con colorido y lenguaje
propio, o porque sus temas típicos y costumbristas eran afines a la
sensibilidad del pintor; un ejemplo (aquí ilustrado) es el Retrato de Belén
(1928), exhibido en aquella muestra y cuya concepción moderna es innegable.
En noviembre de 1929 María presentó su primera exposición individual en la
Galería de Arte Moderno del Palacio de Bellas Artes. Por segunda vez la
simpatía de Rivera por María se evidenció al acceder éste a escribir la
presentación del modesto catálogo. Los elogios vertidos por Diego fueron un
importante apoyo moral que reafirmó la carrera pictórica de María y
contribuyó a que sus cuadros se vendieran, con lo que mejoró su economía.
A partir de 1930 Izquierdo se fue convirtiendo en una pintora conocida y
respetada por su expresionismo inmerso en la Escuela Mexicana de Pintura. Por
su avanzada definición estilística, los críticos elogiaron su discurso
pictórico. Pero en realidad la impronta de María no era precocidad, pues ella
no eligió ni asimiló la identidad mexicanista,
menos aún tuvo que adoptar o adaptarse a una corriente exaltadora de nuestras
tradiciones, ya que en su esencia, temperamento y vivencias llevaba lo
mexicano, el mestizaje, las costumbres pueblerinas de San Juan de los Lagos,
el paisaje campestre, la visión natural de los objetos artesanales. María era
nacionalista per se.
Fue la primera mexicana que expuso en Nueva York (1930). Los catorce cuadros que llevó recibieron críticas buenas y regulares,
pero como era una joven bisoña, provinciana, deseosa de ganarse un lugar en
el mundo del arte, el hecho de exponer en esa gran ciudad era en sí mismo un
importante logro, además de una oportunidad para visitar museos, galerías y
apreciar las vanguardias internacionales.
Las cosas no podían ir mejor para ella. Dos años más tarde hizo realidad el
deseo de todo pintor de la época: exponer en París. La noche en que se
inauguró la muestra vendió todos sus cuadros y su obra recibió elogios. ¿Qué
más podía pedir María a sus treinta años de edad?
No es posible reseñar aquí todas las exposiciones exitosas ni las opiniones
siempre favorables de críticos, literatos y poetas como Luis Cardoza y Aragón, Celestino Goroztiza,
Rafael Solana, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Justino Fernández y otros que
la ensalzaron durante los quince años que duró su etapa de gran creatividad.
Aunque algunos de ellos erróneamente etiquetaron su obra como primitiva, no
pretendían menoscabarla ni había consideraciones peyorativas en sus juicios,
ya que la sentían popular en su naturaleza. Veamos un fragmento de lo que
escribió Rafael Solana sobre ella:
Esto de María Izquierdo no es pintar como una acción regida por la
voluntad... esto es secretar pintura... como llorar, como sangrar; pintura
nacida de la carne, como un manantial... floración que la pintora ni provoca
ni intenta reprimir... porque es un producto de fuerzas que es imposible
desviar o detener... Es fuego de volcán y sangre. Lo denuncian los colores
calientes... Los rojos, los amarillos envenenados, las tierras... Es una
pintora anterior al Renacimiento... reconquista la ingenuidad y la sencillez
del espíritu primitivo... [lo] que no consiguen los
pintores surrealistas".
Solana ensalza a María, pero casi la ubica en el nivel de los artífices de la
plástica artesanal (ingenua, sencilla y con espíritu primitivo). No es el
único que expresa alabanzas alejadas de la realidad, que analizadas ahora con
otra visión y al margen de las influencias del nacionalismo nos parecen
románticas y poéticas pero poco acertadas, como lo dicho por el célebre
Justino Fernández con respecto a María: "Elevó el popularismo a un arte
refinado, a su manera, y, por otra parte, por su espontaneidad recuerda la
pintura de instinto... Es más... por su refinada espontaneidad he llamado a
su arte poesía salvaje". Es difícil estar de acuerdo en la actualidad
con estas opiniones y con las que Antonin Artaud vertió sobre ella cuando vino a México en 1936, ya
que están alejadas de las verdaderas motivaciones plásticas de María, por lo
que la próxima semana hablaré sobre este tema y el desenlace trágico de su
vida
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