J.J. Tablada por Jorge Enciso

J.J. Tablada por Jorge Enciso (Reverso)
revés

J. J. Tablada por Jorge Enciso.
Jorge Enciso.
Sin fecha.
Lápiz sobre papel satinado.
5 1/2 x 6 1/2"
[Al pie, monograma de Jorge Enciso y escrito "05". Al reverso, formato impreso de oficio y ms. a lápiz: "J. J. Tablada por Jorge Enciso 2523". Manchas, rasgaduras y perforaciones.]
 
 

ANÉCDOTA INTERESANTE SOBRE JORGE ENCISO
 

Esta caricatura es fruto de los encuentros informales que se daban en la Subsecretaría de Educación, donde trabajó Tablada. En la segunda parte de sus memorias, Las sombras largas, el poeta afirma que directa o indirectamente toda la intelectualidad de la época tuvo algo que ver con esta dependencia que estuvo a cargo de Justo Sierra. Por ello, afirma:

Si alguien hubiera tenido la previsora curiosidad de recoger los rasgos de ingenio que se derrochaban en aquella subsecretaría a todas horas y ocasiones, juntos con los croquis y caricaturas que al reverso de las hojas de oficio brotaban de los ágiles lápices de Montenegro, de Ponce de León, aquel genial caricaturista muerto en flor de juventud y de quien habré de ocuparme, ¡qué anecdotario brillante y colorido, qué capítulo íntimo de toda una tradición literaria se hubiera preservado para el futuro! [p. 70].

Tablada conoció al pintor tapatío Jorge Enciso a través de Roberto Montenegro, quien había llegado de Guadalajara a la capital y se había presentado en la subsecretaría apadrinado por su tío, Amado Nervo. En sus memorias, Tablada comenta que conoció a Enciso antes de que éste llegara a la ciudad de México, pues Montenegro le hablaba mucho de él, y continúa ralatando su primer encuentro:

Lo conocía también por pequeñas obras suyas, mínimos dibujos que cabían en un sobre y que me enviaba desde Guadalajara, una vez que Montenegro nos puso en relaciones epistolares. 

Aún conservo algunos de esos souvenirs de delicado gusto, postales acuareladas o al crayón de colores; una cabeza de "océlotl" sobre una hoja seca verdadera con toda la calidad de una pintura de códice; un paisaje desolado con sólo una pirámide y allá en el horizonte, poniéndose, un sol en forma del jeroglífico Tonatiuh... Seis lustros han pasado, lo bastante para que en las tarjetas vayan borrándose las líneas, como en la memoria los recuerdos...
    Pero no tanto que no floten aún algunos, así, por ejemplo, el que celebró la llegada de Jorge Enciso a la subsecretaría, cuando Montenegro lo llevó triunfante al salón donde yo a solas trabajaba y tras de la presentación y los cumplidos, ideando yo al punto una de aquellas mistificaciones que entonces me deleitaban, dije al recién llegado:
    "Por lo demás, señor Enciso, yo ya sabía que usted estaba aquí pues lo dicen los periódicos de la mañana..."
    En la morena faz del artista se dilataron los ojos ante la agradable sorpresa de la publicidad. Para acabar de convencerlo y ante el asombro de Montenegro, que no tuvo tiempo para cuajar en sospecha, cogí un periódico, lo abrí y haciendo que leía, improvisé, procurando disimular el ritmo de los versos:

Llegada de un artista

Con un mascarón postizo 
de obsidiana por semblante 
ha llegado el dibujante 
neoazteca Jorge Enciso. 
De prosperar aquí trata 
queriendo que se recuerde 
que Jalisco nunca pierde 
¡Y cuando pierde arrebata! 
Pero yo claro no veo 
pues es de Batres deseo 
llevarle aunque lance gritos 
al Salón de Monolitos 
¡del museo!

 
No olvidaré el rápido, el instantáneo juego fisonómico de mi nuevo amigo... En un minuto reveló su semblante, satisfacción de ser objeto de una noticia pública, sospecha de una broma, duda de que aquella chanza hubiera podido ser urdida en un momento, indignación por la "tomadura de pelo"... Avispado como pocos, en un instante analizó, sospechó, comprobó y por fin salió airoso riendo de buena gana, aunque no del todo repuesto de su sorpresa, con todos nosotros... [pp. 72-73].

Tablada siempre apreció el buen humor de su amigo y recuerda el juicio de Justo Sierra acerca de que el pintor tenía tanto o más talento como literato casseur:

De esa creencia participaba yo y aun acostumbraba provocar la verba de Jorge, contradiciéndolo sólo para oír sus réplicas. Por lo demás, como muestra de talento literario en la familia, allí está ese misterioso y evasivo escritor hermano del pintor, Javier Enciso, ingenioso y peregrino, pero desgraciadamente poco fecundo y menos conocido...
    Jorge Enciso se parecía a Julio Ruelas, físicamente, pero con rasgos comunes en el rostro, un espíritu bien diverso los animaba y daba expresión. Ambos pintores parecían a primera vista serios y adustos, pero Ruelas era reconcentrado, flemático, en tanto que Enciso, tras de la superficial seriedad del semblante, oculta gran variedad de matices de ágil vivacidad.
    Tan atildado en el vestir como fue Ruelas era Jorge en nuestros días juveniles, aunque al principio en su laborioso trabajo de adaptación a los cánones del perfecto gentleman su indumentaria asumiera peligrosos y desventurados atrevimientos.
    Todavía recordaba yo cierta caricatura en forma de medallón en bajorrelieve que me hiciera Enciso –una de las más crueles entre las muchas que he sufrido–, cuando una mañana, en compañía de Justo Sierra, hijo, se me presentó Jorge Enciso ufano y orondo, luciendo algo que lastimó mi vista y ofreció coyuntura a mi desquite...
    Observé que Jorge había enarbolado en gloria del domingo y de la primavera, una corbata café que siendo de seda parecía de gamuza y unos zapatos "oxford", que siendo de gamuza parecían de seda... ¡moaré! ¡A la ocasión la pintan calva! Miré a mi amigo de la cabeza a los pies, luego de los pies a la cabeza y sin poder contenerme, sollozando casi de emoción, le dije:

¡Jorge... una duda me mata! 
¿Qué te pusiste al revés? 
¡Los choclos en la corbata 
o la corbata en los pies! 
[...] 
¿Pos qué, pues?

Esto último a manera de estrambote tapatío.
    Jorge se turbó, procurando durante el resto del día, hacer de tripas corazón y disimular, fingiendo no haber dado importancia a mi impertinente "remarque"... Pero era visible que la cordobanesca corbata lo estrangulaba y que los zapatos tornasoles le destrozaban los pies, ¡como borceguíes inquisitoriales! Se pasó todo el día acariciándose la barba para tapar el fantástico corbatín y procuró coger cuanto polvo pudo para atenuar el moaré de los fosforescentes escarpines.
    ¡Oh, los buenos tiempos viejos! [pp. 74-75].

El medallón a que se refiere Tablada es el siguiente:

Jorge Enciso

El pintor y el poeta tenían esta relación de mutuas burlas amistosas. Tablada recuerda que cuando invitó a sus amigos a visitar los terrenos donde construía su casa de Coyoacán, una nube de mosquitos los martirizó. El incidente fue rápidamente aprovechado por Enciso para pícaramente observar que ya no necesitaba buscarle un nombre a su casa pues se llamaría "Villa Mosco" (p. 158). Más adelante, Tablada menciona otros detalles de la vida de su amigo, como su casamiento con Emma Best y su labor al frente de la Inspección de Monumentos, gracias a la cual se montó el Museo de Churubusco.
    En Historia del arte en México, Tablada le dedica el siguiente párrafo:

Jorge Enciso sigue cronológicamente a Julio Ruelas y en la escasa producción de nuestros paisajistas, su obra, aunque escasa, debe ser tomada en cuenta. Fue el primero de nuestros pintores a quien conmovieron los aspectos crepusculares y nocturnos de la naturaleza patria. Pintó con armonías neutras de gran distinción paisajes del lago de Chapala y de los pueblos que en flora y arquitectura son más típicos entre nosotros. Enciso, por su paleta de sombríos matices y colores en sordeña, podría ser llamado un pintor Whistleriano

 

 

 


 

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