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(1920-2006)
Su nombre Francisco Rodríguez Montoya pero conocido desde pequeño como Juan Soriano
(el segundo apellido de su padre era Soriano)
Artista en libertad. Nacido el 18 de agosto de 1920 en Guadalajara,
Jalisco, Soriano es uno de los artistas mexicanos cuya producción artística
es considerada como una de las más prolíficas del arte moderno en nuestro
país. Su acercamiento a la actividad plástica fue verdaderamente temprano.
De los ocho a los 11 años de edad, destacó por sus aptitudes plásticas.
A los 14, cuando formaba parte del taller del pintor Francisco Rodríguez
"Caracalla", participa en su primera exposición colectiva
en el Museo de Guadalajara, y dos años después, en 1936, presenta su
primera exposición individual.
En 1935 Soriano hace un primer viaje a la Ciudad de México. A su llegada
entabla estrecha relación con algunos de los jóvenes intelectuales de
la época, como Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Octavio Barreda,
Agustín Lazo, Lupe Marín, Elena Garro, Lola Álvarez Bravo, Lya Kostakowski,
Rufino Tamayo y Octavio Paz, a quien conoce a finales de esa década
y considera uno de sus críticos más acuciosos.
En la ciudad encuentra no sólo a un grupo que le obliga a expandir sus
horizontes culturales sino también la posibilidad de forjar un estilo
propio, perfeccionando primordialmente el aspecto formal de su pintura.
A los años que van de 1936 a 1950, pertenecen la mayoría de sus retratos,
los cuales constituyen un variado mosaico de estudios que revelan los
rasgos emotivos tanto del sujeto retratado como de su creador.
Soriano viaja a Roma en 1952 con una madurez intelectual que le permite
la experimentación de estilos, formas y materiales en el campo de las
artes plásticas.
Su viaje le da a conocer el arte renacentista, el Preclásico (el micénico
en particular) y el cretense, lo que le abre nuevas perspectivas a su
creación y le plantea la idea de liberarse de los cánones preestablecidos
con base en el uso muy personal de la forma y los colores.
De esta época surge en Soriano, un renovado interés por el dibujo, al
cual identifica como el momento germinal de la creación, el momento
en que el dibujante se vuelve omnipotente pues es entonces cuando decide
en qué se convierte la línea: paloma, mujer, ola. De esta etapa son
los autorretratos de 1952, "Apolo y las musas", en sus varias
versiones, "La madre" y "La vuelta a Francia".
A su regreso de Roma, de 1952 a 1956, Soriano continúa su incursión en los
círculos intelectuales mexicanos, como el grupo Poesía en Voz Alta promovido
por Octavio Paz, Héctor Mendoza, Juan José Arreola y Leonora Carrington, con
quienes colabora con la escenografía y vestuario de las diversas representaciones
del grupo.
Entre 1956 y 1957 Soriano se establece en Roma dirigiendo su búsqueda hacia
el campo de la abstracción.
Criticado
en su momento por un cambio que pareció radical, Juan Soriano no dudó en
asegurar que precisamente el espíritu de libertad y de cambio le impedía
repetirse, copiarse o permanecer dentro de un mismo estilo.
Resultado de esta etapa de descubrimientos plásticos y personales, es la
serie de retratos de Lupe Marín, presentada en la Galería Misrachi de la
Ciudad de México.
En 1974, Soriano traslada su residencia a París, de donde regresa a México
ocasionalmente. Durante los últimos años de su carrera Soriano se ha enfocado
a la escultura. En la presente muestra se incluyen piezas como "La
ola", "La luna", "Dafne" y "Ofrenda" I y
II, obras pertenecientes a su más reciente producción.
Entre sus exposiciones individuales cabe destacar, además de las citadas, la
primera en la Ciudad de México, en 1941 en la Galería de la Universidad de
México; la de 1959 en el Palacio de Bellas Artes, la retrospectiva "25
Años de Pintura"; así como la exposición de 1966, también en el Palacio
de Bellas Artes, de escultura. Soriano ha expuesto de manera colectiva en
Estocolmo, París, Londres, Montevideo, La Habana, Montreal, San Francisco,
Filadelfia, Toronto, Tokio y Florencia.
Juan Soriano se puso frente al espejo.
"La infancia es un infortunio. Para mi lo fue. ¡Qué difícil es llegar a
ser persona! Mi niñez fue horrible. Mis padres querían tener un varón. ¡Y
nací yo! Todo lo mío, lo que hacía estaba mal.
"¿Por qué pintas? Acabarás en borracho. En bohemio. Tirado en la calle,
reprochaban.
"Entonces seré como mi papá. El no es bohemio, pero sí borracho,
pensaba.
"Vivía entre puras mujeres. Mi madre, mis cuatro hermanas, 13 tías, mi
abuela, mi nana y sus hermanas. Metido bajo la cama, escondido leía. Mis
hermanas, descuidadas chamuscaban con las tenazas que les rizaban el cabello
las páginas de mis libros. Los hallaba chamuscados.
"¿Se me ven bien las cejas?", me preguntaban.
"Te quedaron algo chuecas"
"Pues enderézalas", me ordenaban.
"Ve al cine con tus hermanas. Acompáñalas. Van con sus novios",
decidía mi papá.
"Nos gritó pirujas en el cine", me acusaban chillando.
"Era cierto. Había visto cómo sus enamorados les metían mano por aquí y
por allá. Peor que pirujas. Y yo viéndolas. Hasta que reventaba y ya cerca de
la puerta les gritaba con todas mis fuerzas ¡pirujas... pirujas! Y me echaba
a correr. De maje cuando estaba cerca."
Y Juan Soriano se echó a reír.
-¿Le pegaba su papá, lo castigaba?
-No. Pero yo era un verdadero tal por cual. Pensaba: no me pegan porque no me
quieren. Los padres no quedan bien. Y no pueden con uno. A fin de cuentas uno
hace lo que quiere. Es una lucha. Felizmente todo eso se olvida.
"En la casa estaban las trifulcas. Pleitos terribles entre mis padres. Mi
hermana Carolina y yo robábamos el sueldo de mi papá. Lo cobrábamos a
escondidas y se lo dábamos a mi mamá. Para que huyera. Para que escapara de
la mala vida que le daba mi papá. Y se marchaba. Venía a México. Mi papá se
emborrachaba dizque porque la extrañaba. Y lejos mi mamá también. Total que
con mi hermana Martha se iba a buscarla. Arrodillado le pedía perdón y le
juraba: "¡Jamás volveré a tocar tu hermosa cabellera!". Y ya en el
tren la maltrataba. Y de la estación a la casa la arrastraba por los
cabellos.
"¿Qué amor es ese?", me preguntaba. Y así habían andado juntos
desde la Revolución."
-Como la mano dura del padre de Dostoyevsky, maestro -insinuó el reportero.
-La novela rusa es el horror de la vida. La infancia horrible, pero horrible
-repitió el pintor que siguió el hilo de sus recuerdos.
"Yo no estudiaba. Mi buena memoria lo permitía. No repasaba apuntes ni
lecciones. Todo se me quedaba bien grabado. Me gané el odio de mis
condiscípulos. Los ayudaba en sus tareas, les resolvía problemas o les decía
cómo. Me maltrataban. Catorrazos y patadas. Piquetes en las posaderas. Corretizas
hasta la esquina del camión. Y jalones para no dejarme subir, para hacerme
sufrir.
"Obtenía todos los premios, bandas y medallas por aplicado, puntual. Muy
orgulloso llegaba a mi casa.
"¿Te premiaron, hijo? Te matarán tus compañeros", advertía mi papá.
En silencio me las quitaba.
"Haz deporte, hijo. Entrénate, ponte fuerte", me decía.
"Le hice caso. Y no gané ni cinco gramos. Me inscribí en un gimnasio. Sentadillas,
lagartijas, flexiones y carreras. Con ganas de volverme forzudo. Hasta que un
día el entrenador me dijo: "Ya no vengas. Te devolveré el dinero que
pagaste". Y me quedé con el horrible cuerpo del mexicano: chaparrito,
escuálido. Así le entré a las trompadas. Descubrí que los grandulones, los
fortachones eran unos verdaderos sacones. Que así de enclenque los dominaba. Con
los enanos me iba peor. Tenía un primo fuerte. "Ven porque me voy a
pelear". Resultó un llorón bueno para nada. Y siguieron las peleas. Me
defendía. Golpes, arañazos y mordiscos. Sí, les mordía las nalgas. Y eso me
gustaba mucho. Ja... ja... ja...
"Regresaba a mi casa revolcado, sucio, golpeado. Mi madre me acusaba. Ponía
al tanto a mi padre. "Este peleonero regresó lleno de tierra". Hasta
que me cansé.
"Mamá, papá cómprenme una pistola!".
"¡Dios me favorezca!", gritó mi madre.
Y Juan Soriano se echó a reír.
"Me parece heroico el trabajo de la niñez. Veo a los niños de la noche. Esos
que te surgen en las esquinas tan oscuros como la negrura que los rodea. Te
saltan ansiosos para pedirte un premio por sus acrobacias. Muchos de ellos no
son tan niños. Hay grandulones que dan miedo. No piden; exigen. Y hasta
acusan: "Es que usted lo tiene todo". Y me dan ganas de decirles:
"A mi nadie me regaló nada".
"Pero qué dura es la niñez. Benedetto Croce llegó a decir que ese
Edmundo D'Amicis, el que escribió Corazón, diario de un niño debería ser
metido a la cárcel. Oye, es un libro de tristeza y muerte. Sangre romañola,
El pequeño vigía lombardo, De los Apeninos a los Andes, El tamborcillo sardo.
¡Qué cosas leía uno!"
-Jacobo Zabludovsky asegura que ese libro no está en su biblioteca. Lo
detesta, maestro.
-Tiene razón. Yo me desquitaba leyendo comedias pornográficas del teatro
griego. Uno leía el amor sin saber qué era. Descubrirlo daba miedo. Uno nace
en su tiempo. No da lecciones. Un día sorprendí a mis tíos enlazados. Entré
sin llamar y pensé que mi tío quería matar a su mujer. Me asusté al grado de
llamar a gritos a mis primos. "¡La va a matar!". Llegaron para ser
echados. "Váyanse escuincles ¿qué hacen aquí?" gritaban desde la
cama. Luego el tío me llamó: "Eres un indiscreto. Qué bueno que ya te
vas a largar de aquí".
"Eso me pasó aquí. Allá en Guadalajara en mi casa desnudaban a los
chiquillos. La casa era grande y ahí andábamos encuerados y sin malicia. Nos
quitaban la ropa para que no saliéramos a la calle."
Y Juan Soriano se echó a reír.
"He sido amigo de muchos presidentes de México. No me gusta la gente con
tanto poder. ¿Qué tal si se enojan? ¡Uno la paga! Mejor andar con iguales. Con
un presidente no te puedes enojar. Aunque tengas la razón. Carlos Salinas me
pedía ayuda. Quería adquirir pintura; arte. Y yo lo ayudaba.
"¡Qué pésima acústica tiene Los Pinos! No puedes conversar con el de al
lado. Hay escaleras que no van a ningún lado. O les falta un peldaño. Salinas
reconocía que la residencia estaba muy mal hecha. "¿Qué hago,
Juan?", me preguntaba. "Pues demolerla y hacer una nueva".
-¿Quería pinturas para su colección o para Los Pinos?"
-Se propuso formar la colección de Los Pinos. Para no recurrir a Bellas
Artes. El no podía -como le hice ver- ir de estudio en estudio a visitar a
los artistas y encomendarles obra. Le aconsejé que sus colaboradores lo
hicieran. Yo le sugeriría. Nada más.
"En arte el que hace el cuadro es el que lo 've'. El cliente gusta y
gasta. Elige uno, dos. El que da el cuadro queda satisfecho. El que compra,
también."
-¿Qué ocurrió?
-Vino el desorden. El presidente no me hizo mucho caso. El ordenó las obras. La
mayoría buenas. Otras no tanto. Murales con pared y dueño. Compró talento. Y
hubo abusos. Es que nadie compra pintura en México.
-¿Qué? ¿En serio maestro? ¿Por qué?
-¡No hay pintores! Los hay con muchas lagunas. No saben qué es arte. Hoy todo
se reduce a instalaciones. A copias malas de museos pésimos. Imperio de
arquitectos. Museos que no sirven: espacios absurdos, sin luz, salones
inmensos y elevadores diminutos. Así son los museos de hoy. Construcciones
que intrigan: ¿dónde quedarán los cuadros y las esculturas? Pues donde y como
quepan. La desorientación total.
"Esta crisis de la pintura mexicana abarca al mundo. Comenzó cuando se
fueron por el arte nuevo. Alegan: "hay que ser moderno'. Lo exigen ¿eh? Modernidad
en edificios, automóviles, amor y arte. Modernidad, demandan. Y parecen no
ver que todo lo es. Que somos inexorablemente modernos. Así vivimos. O al
revés ¿Cómo ser antiguo?
"El arte lo tiene todo el mundo. La conversación es arte. ¿Acaso no lo
es reunir las palabras adecuadas? Aquí, en este instante tú y yo inventamos
las ganas de hablar. Tanteamos entre lo que sabemos en pos de las palabras
adecuadas. Hacemos que digan. Y bullen los giros y los modismos. Y hasta
suenan los silencios."
El tema excitaba a Juan Soriano. Iba tan de prisa que las palabras se
atropellaban. Ahí estaba en su luminoso estudio sentado en una silla muy baja
yendo por ideas y lugares a su antojo.
"Ciudades y culturas pertenecen al hombre. Fue el hombre quien las
inventó. Y también países y luchas horribles. ¿Acabar con la guerra con la
muerte? ¿Acaso es justo matar a tanta gente? Tantísimo dinero para matar. Miles
de millones para investigar cómo mejor matar. Con sigilo, velocidad y tino. Matar.
Ya de por sí la vida es cortísima; dificilísima. Me tardé 81 años para pesar
y medir esto que ves. Soy un ser frágil. Y me amenaza una tonelada de bombas.
¿Qué gana el mundo con matar a los de Afganistán? No será mejor el planeta.
"Angélica Abeleyra escribió En busca de un alma. Francisco Toledo. Años
en el empeño; en la persecución del esquivo artista. 'Andale cuenta; dime',
me dice que le decía. Lo consiguió. Angélica me pidió que participara en la
presentación. Este domingo fue. En la feria del libro de Minería. Oye, que
gentío. ¡Qué bueno! Si vieras que atentos. Hablé de Toledo. Es mi amigo. Y el
libro es su lucha y sus amigos y su familia. Y también la enorme cantidad de
cosas que se necesitan para que un dotado como él, haga, trabaje y sea un
eslabón de la cultura nuestra. De todo el pasado. De toda nuestra historia. Los
cuadros de Toledo y las obras que hace por los demás. Todo está de acuerdo
con sus raíces.
-Toledo y amigos que lo acompañan. Como anuncio de danzón, maestro...
-Ja... ja... ja... Sí, así. Toledo y familia: hijos, amores. Biografía viva,
sincera, inusual. Toledo y sus viajes. Ningún lugar es su lugar. Toledo
habita en el mundo. No sabe donde quedarse.
"Es que -meditaba Juan Soriano- la verdadera habitación del hombre es él
mismo. Su pellejo. Nuestro pellejo. Eso somos.
"Este pellejo que nos contiene encierra tradición y vida. Los sies y los
noes del hombre. Guarda lo vencido y lo conquistado. El pellejo es nuestra
verdadera medida. Nadie puede ir más allá de los límites de su propio
pellejo. Nuestro pellejo nos soporta; encarcela. Hasta cuando queremos
escapar de él. En el pellejo está todo.
"Y somos el proyecto del mundo. Hay que decir mucho acerca de la
procreación. ¿Se mecanizará? De un de repente que ya no nazcan más niños. ¿Por
qué?
-Porque ya somos muchos, -sugirió el reportero.
"Nada, que. Hay que trabajar más. ¿Cómo que no hay para educación? A
leer, a hacer. Nada de argumentos contra la vida. Tengo para mí que son una
suerte de condones morales."
En eso llegó Miguel Espinosa Ruiz. Su cámara persuadía:
"Por acá maestro. En medio de su obra. Ahí sentado. No mire la cámara. Platique.
Así contra los anuncios de sus exposiciones. Eso es. Otra por favor. Como que
entra. Como que abre la puerta. Clic. Gracias".
"La Cristiada nos dejó pobrísimos (sic). Que guerra tan cruel y dura fue
esa. Todo estaba tan lleno de encono. Un remoto, viejo rencor. Hasta las
mujeres se contagiaron de esa ansia de acabar con el otro.
-¿Usted vio muertos?
-Colgados, ahorcados; sí.
-¿Qué más?
-La división de las familias. Y su empobrecimiento hasta la miseria. Los de
Guadalajara se enfrentaban; era muy difícil. Hasta los muy ricos acabaron en
la ruina. De sus haciendas no quedaba nada. Los que tenían sus buenas casas
en el centro tuvieron que rentarlas. Señoras mansiones que al menos les
dejaban algo para vivir.
-¿Y su familia?"
-Hubo épocas en que nos mantuvimos porque unos amigos nos regalaban costales
de camotes. Eso comíamos. Todo el día dale y dale: a masticar camotes. Como
si fueran papas. ¿Ves? Es el pellejo de uno. La historia de mi pellejo.
"Y de los infortunios que cuento. Más los que acarrea la época de
aprender. Pintar, hablar. Y ¡ah! mentir. ¡Qué importante es mentir! Aprender
a mentir. Contar unas mentiras tan grandes, tan altas como la torre
Latinoamericana. Cuando echas mentiras eres una persona. Mentir es humor,
chiste, fantasía, diversión y maniobra inteligente. Tanto que ¿cómo se llama
esa parte de la plaza de toros donde se meten los toreros para protegerse?
-Burladero, Juan.
-¿Ves? Una mentira es eso. Un burladero. Uno lo sabe. El mentiroso. El otro
la cree. Sí, dimos en el clavo. Un burladero. Burladero.
"Y uno aprende que los que deben cuidarlo son muy envidiosos. Por eso no
lo hacen. Más tarde se descubre la razón. Los mayores, los nuestros ya no
tienen futuro.
"Supe de cuanto me admiró mi padre hasta que murió. Un día di con una
caja atestada de recortes y fotos de periódicos que hablaban de mí. Papeles
amarillentos por el tiempo. Noticias bien ordenadas; cuidadosamente
recortadas y coleccionadas. Y a mí nunca me dijo nada. Jamás. Ni media
palabra.
"Es que ser artista entonces era igual que ser pe-u-te-a. Y algo de eso
hay. Una obra es uno mismo. El pellejo del artista. El arte es un don que uno
tiene. Otra vez el pellejo."
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