Después de 50 años, reabren el Museo Eco
Miércoles,
7 de Septiembre de 2005
Milenio
Diario / Erika Núñez. El arquitecto Víctor Jiménez
recuerda que mientras estudiaba la carrera en la Universidad Nacional
Autónoma de México, en 1963, uno de sus profesores, Mathias
Goeritz, dedicó gran parte de su primera clase para
hablar de lo que había significado en su vida la construcción de El Museo
Experimental Eco, que había concebido en 1952.
Su tristeza era inmensa, pues el recinto había dejado de funcionar como
espacio cultural.
“Le dolía mucho la pérdida, de hecho nos traía al parque que está frente al
museo a realizar ejercicios ficticios, donde hacíamos instalaciones
ficticias. Pero creo que en realidad era un pretexto para volver a este
lugar, siempre que podía nos hablaba del Eco, el cual creía totalmente
perdido”, evoca su discípulo.
Recuperar el esplendor con el que fue creado este espacio es algo que le
hubiera gustado atestiguar a Goeritz, dice Jiménez.
Ahora, después de décadas de silencio y abandono, el espacio que tanto añoró
el arquitecto vuelve a abrir sus puertas al arte bajo la tutela de la UNAM,
institución que el año pasado anunció la compra del inmueble por un monto de
3 millones y medio de pesos.
Tras poco más de un año de labores de restauración y con una inversión total
de 4 millones 800 mil pesos, el Museo Experimental Eco, ubicado en la calle
de Sullivan 43, en la colonia San Rafael, abre sus
puertas al público a partir del próximo viernes 9 de septiembre,
cristalizando el sueño de su creador.
Refugio para el arte contemporáneo
Para Gerardo Estrada, director de Difusión Cultural UNAM, la reapertura de
este espacio permite la revitalización de uno de los edificios más
importantes de la arquitectura mexicana del siglo XX.
Y para que dicha recuperación sea completa, las autoridades universitarias
invitaron al artista Gabriel Orozco a organizar una exposición que comulgara
con el espíritu creativo de Mathias Georiz.
Orozco, el artista más cotizado de México en el mundo, dijo que “la razón por
la que acepté participar en esto es porque se trata de un espacio
experimental y creo que en México hay una gran necesidad de estos lugares en
donde puedan expresarse la nueva generación de artistas multidisciplinarios.
Para ello, invité a Carlos Amorales y Demián
Ortega. En equipo diseñamos una expo en donde se
involucran situaciones específicas con la arquitectura. Los dos tienen mucha
actividad fuera de México y son de gran nivel”.
El creador confía en que el Eco se convierta en un proyecto encaminado al
futuro del arte y no en un proyecto nostálgico, que más bien cobije y reciba
el arte contemporáneo mexicano “del cual hemos sido testigo los últimos diez
años, lapso en el que se ha registrado una transformación fundamental con una
energía sobresaliente en todo el mundo”.
Por su parte, Felipe Leal, otro de los arquitectos a cargo de la restauración
del inmueble, señaló que 52 años después de que se inaugurara el Eco, el
museo vuelve a encender su llama como espacio cultural.
“El Eco es un parteaguas, una de las grandes obras
del expresionismo en el mundo. La arquitectura del siglo XX en México tiene,
desde mi punto de vista, tres piezas que son claves y que curiosamente son de
pequeña escala, pero que nos permiten entender cómo nos desenvolvimos los
mexicanos en ésta época. Una, son las casas de Frida y Diego, de Juan
O’Gorman, de un radical tradicionalismo; otra fue la casa de Luis Barragán en
Tacubaya, así como el Museo de El Eco. Con la
recuperación de este inmueble se cumple un ciclo de valoración de los espacios
arquitectónicos.
La restauración
Víctor Jiménez explicó que para devolverle su esplendor a este museo se
realizaron dos etapas de restauración. La primera se puso en marcha poco
después de su adquisición en 2004. Para ello se hizo el acopio documental
sobre su construcción, cientos de fotografías y documentos se estudiaron para
conocer a detalle los materiales utilizados en la construcción, para lo cual
se recurrió a diversos archivos del Centro de Investigación de Artes
Plásticas del INBA y del Hospicio Cabañas.
Ya para 2005 se puso en marcha la parte ejecutiva. “Cuando se hace una
restauración no se trata de hacer algo similar al arreglo de una casa vieja,
estamos recuperando el trabajo original, aquí no hay nada hipotético, sino la
certeza de que así fueron, uno tiene que abstenerse de expresar cualquier
decisión personal y tratar de interpretar al verdadero autor y ser fiel a sus
intenciones”.
Dijo estar plenamente convencido de que este edifico sí es el Eco de Mathias Goeritz, ya que en la recuperación
sólo “el 1 por ciento lo tuvimos que inventar, porque no teníamos ninguna
información de los interiores de los baños, lo que quiere decir que el
inmueble se recuperó en 99 por cierto”.
Aunque todavía no se dieron a conocer los detalles del presupuesto con el que
trabajará este espacio, su director, Guillermo Santamarina,
espera confeccionar una oferta cultural atractiva que responda a las
necesidades de este espacio y que incluya presentaciones de libros,
conferencias y eventos relacionados con la arquitectura contemporánea.
Para garantizar la estabilidad del inmueble, Felipe Leal anunció que la UNAM
comprará el terreno baldío contiguo para evitar que se construya un edifico
de 10 pisos, que afectaría directamente al recinto. “Hubiera sido patético
para el propio patio encontrarse con esa construcción; con esta compra
estamos garantizando el perfil urbano del museo”, finaliza el arquitecto.
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Mathías Goeritz y la poética de El Eco
Alejandrina Escudero
Historiadora.
_______www.architecthum.edu.mx________________________________________________________

Las
artes plásticas y la integración
La
historiografía de las artes, en México, ha dado en llamar integración
plástica al movimiento encabezado por arquitectos, pintores y escultores, que
en los años cincuenta, del siglo XX, tuvieron como objetivo crear un arte
como en los grandes momentos de su historia, por lo que varios conceptos
sobre la obra de arte fueron discutidos, durante más de una década. En un
periodo caracterizado por la modernización industrial del país, dicho
movimiento permitió a un grupo de artistas plásticos cuestionar el arte de su
momento y transformarlo. La integración plástica permitiría el trabajo
interdisciplinario, la armonía de la obra y un arte público adecuado a la
modernidad. Destacan dos tendencias: la nacionalista y la que podríamos
llamar abstracta.
La
primera, con una serie de pugnas al interior, pretendía una nueva fase de la
escuela mexicana de pintura (el muralismo) sin alejarse de sus postulados
básicos. David Alfaro Siqueiros se destaca en la
llamada tercera fase del muralismo, un arte al exterior, propone otra actitud
frente a los temas y experimenta con nuevos materiales, desarrollando su
propuesta de la esculto-pintura, que lleva hasta
sus últimas consecuencias en el Polyforum Cultural Siqueiros (1972), obra que funde arquitectura, escultura
y pintura. Con respecto a la arquitectura, se trataba de superar el
racionalismo de cuño lecorbusiano mediante la
incorporación de materiales regionales, con el fin de construir una
arquitectura funcionalista y mexicana de acuerdo con los tiempos del alemanismo. El hecho que permitió que se expresaran las
contradicciones de este grupo fue la construcción de la Ciudad Universitaria,
"la primera gran obra integral".
La otra
tendencia estuvo conformada por un grupo heterogéneo de artistas, podríamos
decir que se trataba de "un grupo sin grupo", ya que su trabajo no
era resultado de una actividad organizada sino la respuesta aislada e
individual de diversos temperamentos. Los caracteriza su rechazo al proyecto
nacionalista, en la búsqueda de "una nueva universalidad plástica".
Es el grupo que pone las bases para el cambio de rumbo en la pintura (la
ruptura y el geometrismo); destacan Rufino Tamayo y
Carlos Mérida. El primero se rehusó a seguir los caminos de la Escuela
mexicana de pintura, al tratar de crear un lenguaje que se niega a la
narración y a la anécdota; el segundo propuso el concepto de "pintura
funcional", como un arte público desinteresado, creado exclusivamente
para el goce emocional del espectador, contrario al mensaje en la obra
artística proclamado por el muralismo. En la arquitectura, Luis Barragán
intentó imprimir a sus conjuntos una finalidad espiritual con acentos
populares y Mathias Goeritz
tuvo su primera incursión en esta disciplina con el Museo Experimental El
Eco, construcción basada en su propuesta de arquitectura emocional, como un
"objeto personal, sentimental y abierto". El mismo Georitz puso las bases para la nueva escultura, urbana y
abstracta, que olvida a los héroes y gestas nacionales.
El
movimiento de integración en los años cincuenta constituyó un catalizador
para el cambio de rumbo de la plástica porque permitió un debate de los
creadores acerca del estado del arte de su momento y el rumbo que debía
seguir. Si bien un estudio de este movimiento en su conjunto mostraría la
complejidad y las diferencias de pensamiento de los actores involucrados, en
ciertos aspectos se pueden establecer coincidencias en las dos vertientes,
como la intención de hacer una plástica integrada y pública. Mathias Goeritz llegó a ser
fundamental en este movimiento de renovación de las artes plásticas en nuestro
país, porque su pensamiento estético, producto de profundas reflexiones -de
ahí la constante elaboración de artículos, textos y manifiestos y las
múltiples entrevistas que concedió- fue plasmado y vivido en su práctica.

El
destino del hombre es la actitud
Nacido
en Danzig, Alemania en 1915, Mathias
Goeritz crece y se forma en Berlín; realiza
estudios en medicina y simultáneamente en historia del arte, obteniendo su
doctorado en 1942 en la Universidad Friedrich-Wilhelms. Su formación estuvo permeada
por las ideas estéticas emanadas de las vanguardias artísticas de las dos
primeras décadas del siglo XX; en teatro, Hugo Ball,
Erwin Piscator y Bertold Brecht; en pintura, Kandisky y Klee; en música, Arnold Schoenberg, Alban Berg y Kurt Weill; Mary
Wigman y Harold Kreutzberg, en danza; en cine, Robert
Weiner; y la arquitectura que había vivido las
experiencias de la Bauhaus (1919) con Walter Gropius, Mies van der Rohe, Laszlo Moholy-Nagy, y Bruno y Max Taut.
Por su
postura frente al nazismo, a los 26 años Goeritz
huye de Alemania, y reside en dos lugares que dejan una enorme huella en su
búsqueda como creador. Permanece en Marruecos por un tiempo y luego se dirige
España, donde funda la Escuela de Altamira, "una escuela de arte
ambulante con tendencias abstractas", comentaría después. Sus
testimonios de esta etapa muestran el impacto que le causaron las pinturas
rupestres: "Esas pinturas me convirtieron en un artista".
En 1949,
invitado por el arquitecto tapatío Ignacio Díaz Morales, llega directamente a
Guadalajara, México, para impartir clases en la recién creada Facultad de
Arquitectura de la Universidad de Guadalajara. El invitado es un artista
joven que apenas pasa de los treinta años, pero con un enorme capital
cultural, lleno de inquietudes y rebeldía. Se trata de un artista plural cuya
imagen de creador se está perfilando. Él mismo va construyendo el mito de un
artista controvertido y provocador, cuyo destino estará definido por su
actitud ante la vida y el arte.
Goeritz
se establece en nuestro país, donde podrá expresar una serie de inquietudes a
partir de sus múltiples facetas: escultor, pintor, arquitecto, poeta,
maestro, crítico de arte y filósofo. Pronto interviene directamente en la
vida artística concentrada en la capital del país; su primer trabajo fue con
Luis Barragán, quien le pidió una versión de su escultura Animal herido para
la entrada del fraccionamiento El Pedregal, el más elegante de la capital,
como se anunciaba por entonces. La presencia de su osado e inventivo
temperamento pronto se hizo visible en el medio de las artes, sobre todo en
la escultura y la arquitectura.

La
poética de El Eco
Contra
el funcionalismo encaminado a la ingeniería, Goeritz
quiere devolverle a la arquitectura su calidad de arte. "Sólo recibiendo
de la arquitectura emociones, el hombre puede volver a considerarla como un
arte", aseveraba. De ahí que al construir el Museo Experimental El Eco
tuvo la oportunidad de realizar una obra de arte total. La arquitectura, la
más completa de las artes, le iba a permitir poner en práctica algunos
conceptos relativos a su pensamiento estético, como la función del artista,
su concepción sobre la obra y su recepción, aspectos que a grandes rasgos
señalaré a continuación; consciente de que la complejidad y riqueza del
pensamiento del Goeritz rebasa cualquier intento de
resumen, aquí sólo señalaré algunas de las premisas que planteó en el
manifiesto Arquitectura emocional publicado en 1954 y algunos juicios
críticos acerca de su obra.
El Museo
Experimental El Eco (1952-1953), patrocinado por Daniel Mont,
fue concebido como un espacio museístico con servicios tales como restaurante
y bar. En él se plasmó la concepción que Goeritz
tenía sobre la integración: "una coordinación arquitectónica y plástica,
y hasta de la literatura y música; es decir, de todos lo valores artísticos
contemporáneos dentro de una sola obra". Este comentario lo hizo el
artista en un artículo sobre el Centro Urbano Presidente Juárez (1952), que
veía como un ejemplo del trabajo entre arquitectos y artistas plásticos (los
arquitectos Mario Pani y Salvador Ortega y el
pintor Carlos Mérida). Para Goeritz, en esta obra
se fusionaban dos características de su idea de integración: el equipo había
logrado una armonía espiritual, porque los elementos plásticos habían
conjuntado de una manera armoniosa, y el proyecto y la construcción fueron
desarrollados estrechamente por los artistas.
La
primera tiene que ver con una idea muy arraigada en su concepción de una obra
de arte total (Gesamtkunstwerk). Rita Eder distingue en esta postura las influencias de Hugo Ball y su Cabaret Voltaire
(1916), en donde la aspiración era "el cruce de las fronteras entre las
artes, quizá uno de los ideales artísticos más arraigados en la cultura
alemana desde el siglo XIX y que estuvo en la mente de Goeritz
al iniciar su proyecto de El Eco". En las soluciones se quiso lograr una
armonía entre todos los elementos, incluso romper las fronteras entre las
artes. El Eco es difícil de catalogar, ¿arquitectura escultórica?, ¿escultura
arquitectónica?. No sólo en ella se cumplía con ese
programa, Mathias argumenta: "Las Torres de
Satélite para mí eran pintura, eran escultura, eran arquitectura emocional
... para mí -absurdo romántico dentro de un siglo sin fe- han sido y son un
rezo plástico".
El otro
sentido de la integración es el relativo al trabajo interdisciplinario. En un
momento en que se vivía un individualismo extremo, la obra tenía que ser el
resultado de una interacción entre varios creadores. Así, una necesidad
creadora no quedaba en un simple hecho individualista, sino como resultado
del quehacer de un equipo de artistas.

El
estilo de Goeritz, se ha dicho, depende de una
actitud, no de un proceso formal, depende de un proceso de carácter ético.
Jorge Alberto Manrique comenta que en la totalidad de su obra "las
soluciones formales en cada caso no son sino la respuesta que él fue dando
como las más apropiadas, correspondientes a su necesidad interna". La
emoción es concebida como una categoría de lo estético y el arte como un
instrumento de comunicación emocional. Este deber ser, es decir, al
transformar la estética en una ética, el artista tiene la responsabilidad
moral de procurar al espectador -hombre de la calle- un ambiente espiritual,
ideas enraizadas en una formulación trascendente del arte.
Esta
visión se ha relacionado con el pensamiento de Susanne
Langer sobre el arte como creación y comunicación.
Plantea un arte expresivo, en una estrecha relación creador-receptor. Habría
que recordar que los escritos de la filósofa sobre arte están permeados de su concepción de la danza, donde el
bailarín, con el instrumento de su cuerpo transmite sentimientos, emociones e
ideas al espectador. Si la obra es la expresión de un sentimiento, el
experimento de El Eco debe producir un sentimiento religioso, en una estrecha
relación entre el creador y el espectador.
En el
Eco, un arte público a contracorriente de la arquitectura oficial,
monumental, funcional y mexicana, se ve reflejado el interés constante, en la
obra de Goeritz, por crear espacios urbanos
alternativos. Con relación a este espacio de interacción poco se ha abordado
el aspecto de la recepción. Si bien en los testimonios -vertidos en la hemerografía de la época, en la crítica, en las
entrevistas y charlas ofrecidas por el artista- logramos conocer dos
tendencias básicas de la crítica del momento con relación a su obra: el
reconocimiento al talento del artista y el rechazo y violencia contra su
quehacer, sería interesante reunir los testimonios de las personas que
vivieron el espacio, los hombres de la calle, para conocer cómo se cumplieron
las premisas del artista, que fueron minuciosamente pensadas y descritas en
su Manifiesto: "...se perdió espacio en la construcción de un patio
grande, pero éste era necesario para culminar la emoción una vez obtenida
desde la entrada. (en donde se encontraba un
"poema plástico"). Debe servir, además, para exposiciones de
esculturas al aire libre. Debe causar la impresión de una pequeña plaza
cerrada y misteriosa, dominada por una inmensa cruz que forma la única
ventana-puerta". En este tenor desarrolla sus programas en los que
aparecen a menudo palabras como emoción, misterio, poesía, luz,
"espacios vacíos para vivenciarlos", porque quiere ofrecer al
hombre de la calle un arte espiritual; provocar, con un arte urbano y
monumental, un ambiente espiritual. No solamente en El Eco se siguió este
precepto sino en todo el arte urbano en el que participó, como las Torres de
Satélite, la Ruta de la Amistad y el Espacio Escultórico por mencionar las
más conocidas. Christian Schneegas
comenta acerca de su arte público: "Los espacios urbanos alternativos
que propone Goeritz abren contramundos,
realidades estético-éticas autónomas. Se trata de espacios
emocional-sensitivos y espiritual- prácticos para vivir la realidad, obras
artísticas sin otro destino aparente o preconcebido más que el de revivir y
hacer sentir."
El
"experimento" de El Eco "un museo vivo" no sólo conmovió
al público, sino a la crítica, historia y filosofía del arte, mexicana y
extranjera. La poética de Goeritz pervivirá por
estar enlazada con la idea de la obra de arte como una transmisión de sentimientos
y emociones, como un oasis espiritual en la modernidad de mitad de siglo o un
mensaje cómplice entre artista-receptor y un golpe directo al nacionalismo
arquitectónico.
Bibliografía
Anda Alanís, Enrique X. de. "Arquitectura
emocional", en Los Ecos de Mathías Goeritz. Ensayos y Testimonios, IIE-UNAM, 1997.
Eder,
Rita. "Ma Go: visión
y memoria", en Los Ecos, op. cit.
Escudero,
A. y Ricardo Pedroza. "La integración
plástica: un arte de mitad de siglo", en Escultura mexicana. De la
Academia a la Instalación, México, INBA,-Landuci Eds., 2000
Kassner,
Lily. Mathías Goeritz,1915-1990, 2 t., México,
INBA-Conaculta, 1998, 190 p.
Mathias
Goeritz. Un artista plural. Ideas y dibujos, (ed. Graciela Kartofel), México,
Conaculta, 1992.
Mantique,
Jorge Alberto. "Mathías Goeritz,
el provocador", en Los Ecos, op. cit.
Schneegas, Christian. "Mathias
Goeritz, artista y constructor", en Los Ecos, op. cit.
Hist.
Alejandrina Escudero.
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