OC | Ramiro Lomelí
  Los días 19, 20 y 21   de este otro mes que termina, por Lerdo de Tejada 2418, bienocupó el espacio una   exposición que no es nada nuevo en el mundo, pero sí un mundo nuevo por aquí;   una expresión en la que se le descubre utilidad a la belleza y belleza a la   utilidad, con Pálido, como lo pronuncian –la marca omite el acento-, firma de   origen tapatío, que dirige Juan Carlos Hernández, joven ex periodista y ahora   artista y promotor del diseño… con calidad digna de cualquier mercado.
  Lo   suyo es arte utilitario; muebles, esculturas, lámparas, bolsos, cuadros, mesas,   zapatos, almohadas, joyas y lo que se les ocurra a los artistas integrados por   Hernández, quienes dan al diseño una función estética de colección, con   ediciones limitadas; «este país tiene de dos sopas: el turismo y la creatividad;   lo que mal enfocado se traduce en narcotráfico y bien enfocado en arte». 
  El   objetivo en Palido es posicionar la marca, de tal manera que la creatividad   reunida se torne mucho más que diseño estético utilitario, para trascender   incluso al mundo de la publicidad, para inculturar -y mercar- creatividades   locales de primer nivel.
  Entre sus artistas se encuentran María Elena Barba,   Katerine Bergengruen, Gustavo Bustos, Henrik Hvenegaard y Chrintian Miyar, entre   varias y varios más, igual insoslayables. Sus creaciones injertan logradamente   fotografías con acrílico, madera, tela… creando así un caleidoscopio de objetos   que son mucho más que objetos; o pintura vuelto gozo que se puede empotrar,   encender, vestir, portar.
  Ahí expuestas, con gusto de boutique, las obras a   la vista configuraron un bazar, no de antigüedad, de novedad que arrastra hasta   el presente las tradiciones del arte. Hay un afán digamos cosmopolita en las   obras de Palido –con acento invisible, reiteramos-, y se busca allanar   estéticamente espacios actuales… pensando en mercados extranjeros desde la joven   tapatiez creativa.
  Las mesas y sillas de Juan Carlos Hernández son realmente   espectaculares, con una inquietante quietud desnuda que no le estorba a la   intimidad de una cena, de una charla con el vino del goce visual… encendida la   lámpara minimalista del antropólogo de la lente Henrik Hvenegaard titilando el   cristal de la joyería de Katerine Bergengruen… pues ahora resulta que el arte sí   sirve.