Roberto Rébora el desencuentro erótico Nerval habla “del derramamiento del sueño
en la vida real” la nueva obra pictórica de Roberto Rébora
bien puede hablar del derramamiento de la vida real, en este caso manifestada
en cuanto a Eros, en el sueño: un derramamiento que desgarra sus falsos velos
y lo muestra en su descarnada carnalidad, como doloroso desencuentro. Recibo cinco fotos de cinco cuadros de Roberto Rébora. Las contemplo con asiduidad entrometiéndome en su
contenido, en su precisa y a la vez difuminada condición. Se trata de cinco
imágenes que reproducen cinco imágenes originales: la foto superpuesta al
cuadro, de modo que me encuentro ante el velo de un velo, lo velado por
partida doble a modo de pentimento y de palimpsesto.
Así el cuadro original se vela y la reproducción (foto) que vela el original,
me desvela. O visto de otro modo: el cuadro decrece dado que no lo tengo
delante de mí, mientras que la reproducción se recrudece dado que es lo que
mis ojos constatan. Quizás esta situación que es una reflexión, permita
situar la creación pictórica en un contexto más real: al cuadro original se
tiene poco acceso, este participa del alejamiento, y del aura de dicho
alejamiento: sin embargo, la reproducción del mismo, repetible ad infinitum,
nos familiariza con la obra hasta el extremo que se puede caer ora en el
aburrimiento y en el descarte ora en la investigación cada vez más profunda
del original. Vamos al grano Roberto Rébora,
cinco cuadros fotografiados, en los que participo del Eros en su estado mas
cercano a la degradación: los cuerpos, investidos del semidesnudo, aparecen
separados, dándose varias veces la espalda, ocultándose entre sí, sea antes o
después del coito. Se trata de cuerpos heterosexuales u homoeróticos,
que mas da: todos tienen en común el cansancio, la dejadez de una carne
ajada, gastada y quizás mancillada, revestida de unas ropas desaliñadas, a
las que acompaña el descuido (casi lo podemos oler) y suciedad de unas sábanas
desordenadas. El acto amoroso, que por seguro no es el amor, va a
cumplir con su cometido, o ya lo cumplió: por ende, ahora, en estos cuadros,
los cuerpos pueden desentenderse, el encuentro ha terminado, aún cuando no ha
comenzado, su base y esencia es el desencuentro. Coito carnal, mecánico en
gran medida, coito funcional que se efectúa y materializa, en su último
momento, anterior a la despedida, mediante un gesto: darse los cuerpos, la
espalda, o relacionarse por última vez, antes de tomar cada uno su camino, de
medio lado (un medio lado en que ya no es necesario volverse a rozar, mucho
menos tocar, ni siquiera despedirse) Estamos ante la desolación del Eros, el cuadro es el
cuarto, el cuarto es el desierto del desamor. El pincel de Roberto Rébora arriesga contornos borrosos, desnudeces
inapetecibles, rostros cansinos, cercanos a ese
decaimiento en que amor y acto amoroso no coinciden como armonía, entrega
carnal y espiritual simultánea. La fuerza
de estos cuadros estriba en el ámbito ceñido en que las figuras expresan su
soledad, su desazón indiferenciada en indiferente: un ámbito donde junto a lo abarrotado del cuarto encontramos lo
vaciado de la expresión, en dónde dos figuras solas se unen separadas o se
separan reunidas por un ingente espacio, atestado o escueto, en el que no se
ve una flor, un bibelot, un pequeño recordatorio de
intimidad. Sólo sábanas revueltas, desorden de ropas y almohadones, tristeza
semental. José Kozer |