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Autorretrato
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Ciertas obras,
marcadas por el surrealismo, solicitan con avidez estudios de corte psicoanalítico,
porque los elementos biográficos, filtrados, los símbolos y las referencias
remiten a sentimientos o a acontecimientos demasiado concretos. Manuel
González Serrano, así como Frida Kahlo, pinta de manera convencional, en base
a recetas académicas, imágenes plagadas de reminiscencias fantásticas
interpretadas de antemano por el freudismo. Nada menos espontáneo que estas
composiciones con objetos, que sólo adoptan las convenciones de la naturaleza
muerta para conformar alegorías torturadas. Lírico, cuando representa
paisajes yermos que connotan sus autorretratos; místico, cuando se representa
crucificado, González Serrano busca deliberadamente despertar compasión. La
obviedad con la que simboliza sus obsesiones, sin embargo, resta violencia a sus
cuadros.
“Manuel
González Serrano padeció en la infancia la opresión de familias en extremo
religiosas, aferradas a valores morales obsoletos, tal vez, pero vigentes en
determinados sectores. Para González Serrano, la práctica de la pintura
representó una forma de liberación neurótica, compensación de los terribles
desgarramientos de una sexualidad reprimida, de un misticismo irresuelto que
se expresaba por medio de la blasfemia.”
… Crawford O’Gorman, Alfonso Michel,
Manuel González Serrano, Emilio Baz Viaud no consideraban la pintura como un
oficio, sino como un pasatiempo. Produjeron poco, en los momentos que les
dejaban libres otras actividades, su vida social o sus enfermedades. En ese
sentido, prolongan la tradición del dilettantismo decimonónico.
… Sin mercado potencial, sin mecanismos de difusión
adecuados, los movimientos pictóricos no podían organizarse, y estaban
condenados a desaparecer. Las limitaciones (financieras, pero también
ideológicas) impuestas a los pintores acabaron con las Escuelas al aire
libre, con el estridentismo, y con las posibilidades de desarrollo de varias
personalidades. Manuel González Serrano puede, en ese sentido, considerarse
como un caso límite. Si el pintor no poseía los medios personales de
entregarse a su arte, se volvía "chambista", compitiendo con los
"grandes" del muralismo para apropiarse de muros públicos, o se
dedicaba a la docencia. En los años treinta y cuarenta, el cine y el teatro
proporcionaron también fuentes de trabajo a los pintores. Pero en numerosas
ocasiones, la pintura siguió siendo, como en el siglo pasado, un grato
pasatiempo, algo intrascendente, y privilegio de unos cuantos. En esto reside
la paradoja insoluble del arte en el siglo XX, a la vez sobrevalorado como
trabajo intelectual, medio de expresión, instrumento de prestigio y de
reconocimiento, y absolutamente desvinculado de la economía (al grado de
tener que crear su propio mercado paralelo sobre bases artificiales).
"Siete
pintores en Bellas Artes: "La otra cara de la escuela mexicana
La Cultura en México, 5 de diciembre
de 1984
Por: Olivier Debroise
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